Francisco Pizarro en la conquista del Imperio incaico, con los aventureros que le acompañaban se encontraba Hernando de Soto, nacido en la Costa española durante su ocupación por los árabes.
Pizarro y
Soto estando en la costa, en el pueblo de Paita, donde gobernaban las mujeres
llamadas “capullanas”, por el vestido blanco
y transparente que les cubría, tienen conocimiento del Inca Atahualpa, su corte
y ejército se encuentra en las estribaciones del poblado de Cajamarca; una
ensenada rodeada de cerros. Conciben una estrategia para capturar al inca y
destruir su ejército empleando la almadabra,
forma en que los árabes pescan los atunes que atravesando el Atlántico pasan
por la costa española en la temporada en que aparecen, con extensas redes
cubren hasta el fondo, preparando embolsonadas para cogerlos; luego con lanzas
y palos les dan cruel muerte, ningún pez escapa de la matanza.
Abandonan
la costa y se internan en la sierra, rodean y artillan con los cañones cortos
que poseen y los cargan con esquirlas metálicas.
El Inca
Atahualpa, sus generales, sus collas y el ejército victorioso toman baños
termales; llega Hernando de Soto y su escolta montando briosos caballos árabes,
sus armaduras destellan a la luz del sol, los creen dioses, acepta Atahualpa
conocer al gran jefe blanco.
Atahualpa
en camino a la gobernación imperial de Quito a celebrar su aplastante victoria
contra su hermano paterno el Inca Huáscar, a quien mandó colgar con sus
descendientes, para que no le disputen el trono; al ingresar con sus collas a
la plaza de Cajamarca no encuentra a los extranjeros; al detener el palanquín
donde cómodamente viajaba aparece el cura Valverde con una Biblia y una cruz en
la mano, pone estos símbolos delante del inca; conminándole a que adjure de sus
dioses y acepte el cristianismo para que goce de los placeres del cielo.
Atahualpa que no conoce ni necesita esta religión los arroja al suelo.
En esa
forma destruyeron al ejército del inca y con los cañones que le lanzaban
esquirlas por todas partes sembraron caos y los que no murieron por la mano de
los españoles, corrieron igual suerte, como los árabes cazaban atunes empleando
la almadabra.
Y los
españoles se jactaban de una guerra de “vencer o
ser vencido”, palabra que pusieron en la boca de Atahualpa, donde sólo
hubo una traicionera emboscada, donde el único que salió herido fue Francisco
Pizarro, por defender al inca.
De Alberto Bisso Sánchez (1988).
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