martes, 20 de julio de 2021

LA ALMADABRA

 Francisco Pizarro en la conquista del Imperio incaico, con los aventureros que le acompañaban se encontraba Hernando de Soto, nacido en la Costa española durante su ocupación por los árabes.

Pizarro y Soto estando en la costa, en el pueblo de Paita, donde gobernaban las mujeres llamadas “capullanas”, por el vestido blanco y transparente que les cubría, tienen conocimiento del Inca Atahualpa, su corte y ejército se encuentra en las estribaciones del poblado de Cajamarca; una ensenada rodeada de cerros. Conciben una estrategia para capturar al inca y destruir su ejército empleando la almadabra, forma en que los árabes pescan los atunes que atravesando el Atlántico pasan por la costa española en la temporada en que aparecen, con extensas redes cubren hasta el fondo, preparando embolsonadas para cogerlos; luego con lanzas y palos les dan cruel muerte, ningún pez escapa de la matanza.

Abandonan la costa y se internan en la sierra, rodean y artillan con los cañones cortos que poseen y los cargan con esquirlas metálicas.

El Inca Atahualpa, sus generales, sus collas y el ejército victorioso toman baños termales; llega Hernando de Soto y su escolta montando briosos caballos árabes, sus armaduras destellan a la luz del sol, los creen dioses, acepta Atahualpa conocer al gran jefe blanco.

Atahualpa en camino a la gobernación imperial de Quito a celebrar su aplastante victoria contra su hermano paterno el Inca Huáscar, a quien mandó colgar con sus descendientes, para que no le disputen el trono; al ingresar con sus collas a la plaza de Cajamarca no encuentra a los extranjeros; al detener el palanquín donde cómodamente viajaba aparece el cura Valverde con una Biblia y una cruz en la mano, pone estos símbolos delante del inca; conminándole a que adjure de sus dioses y acepte el cristianismo para que goce de los placeres del cielo. Atahualpa que no conoce ni necesita esta religión los arroja al suelo.

En esa forma destruyeron al ejército del inca y con los cañones que le lanzaban esquirlas por todas partes sembraron caos y los que no murieron por la mano de los españoles, corrieron igual suerte, como los árabes cazaban atunes empleando la almadabra.

Y los españoles se jactaban de una guerra de “vencer o ser vencido”, palabra que pusieron en la boca de Atahualpa, donde sólo hubo una traicionera emboscada, donde el único que salió herido fue Francisco Pizarro, por defender al inca.

De Alberto Bisso Sánchez (1988).

Alejandro Smith Bisso

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