¿La infidelidad tiene solución?, me preguntas. Y yo te respondo: ¿qué no tiene solución en la vida?
Por: Guillermo Urbizu | Fuente: Catholic.net
CARTA
A ELIANA
Querida Eliana, ya estoy contigo, que lo prometido es deuda. Me siento bien,
eres una buena compañía. Percibo tu bondad. Otra cosa, querida amiga, es que
sepa responder con tino a lo que me preguntas. Tal vez me pidas demasiado. Me
gustaría estar ahí, contigo, para conversar despacio y mirarte a los ojos. Algo
que para mí es fundamental. Pero... no puede ser.
¿La infidelidad tiene solución?, me preguntas. Y
yo te respondo: ¿qué no tiene solución en la vida? Suele
decirse que menos la muerte todo puede arreglarse. Con razón. Más para el
cristiano, que en su diaria lucha por ir identificándose con Cristo, percibe la
real magnitud de la gracia en cada uno de sus actos. Piensa en el día en el que
estás leyendo esta carta. Desde que te has levantado, ¿en
cuántas ocasiones has dejado de ser fiel al amor de Dios -en detalles pequeños
sin duda-, notando en lo más hondo de tu alma el milagro que supone Su
constante perdón?
¿La infidelidad tiene solución? Para un
cristiano siempre. Definitiva y contundentemente. Porque tenemos ante nosotros
el ejemplo de Cristo. Basta con leer el Evangelio. Mejor dicho, vivirlo.
Acuérdate del hijo pródigo, de las prostitutas, de la adúltera, del setenta
veces siete. Siempre el perdón. Jesús se ponía en el lugar del otro, amaba esa
alma como si fuera la única de la creación.
¿No crees que deberíamos actuar en consecuencia? Con
paciencia, con mucha oración, con una fe profunda en la Providencia de Dios, y
tragándonos el dolor o la rabia. Sí, ya sé que somos de carne, y que hay cosas
que parecen imposibles de arreglar. Eliana: “parecen”.
Pero el matrimonio es cosa de tres: mujer,
hombre… y Dios. Un Dios que perdona siempre y que resucita en la sonrisa
de aquellos que están dispuestos a sacrificar su orgullo por un bien mucho
mayor.
¿Es posible restablecer el matrimonio cuando todo se ha perdido
y piensas que se ha terminado el amor?
Depende de las circunstancias por supuesto. Igual que dos no riñen si uno no
quiere, también es cierto que dos no se arreglan si uno no quiere. Pero hay
muchos casos de parejas en el que el ejemplo cristiano de una de las partes
-con piedad, fortaleza, mansedumbre y alegría- ha logrado por fin atraer al
redil familiar al díscolo marido o a la vulnerable esposa. Recuerdo ahora el
caso de una mujer excepcional que me comentaba: “cuanto
más me engaña mi marido más le quiero yo”. Y se salió con la suya,
recomponiendo un hogar que se creía perdido. Con tozudez cristiana, con
pillería y con una vida interior a prueba de bomba.
Debemos tener siempre presente que el amor humano es reflejo del amor divino,
que Cristo fue testigo de nuestro matrimonio. Para un cristiano nada,
absolutamente nada, es imposible. Puede haberse esfumado la confianza o lo que
se quiera, pero si uno de los dos está dispuesto a luchar -junto a Dios- por
sacar a flote la relación y la familia, no me cabe duda que se obrará el
milagro. Aunque la casuística y las estadísticas parezcan estar en nuestra
contra.
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