Todos hemos escuchado hablar de la parábola del hijo pródigo. Y estoy convencida de que al menos una vez en la vida, nosotros también hemos decidido alejarnos y hemos regresado arrepentidos a los brazos del Padre.
¿Te ha pasado
que esas debilidades, de las que ya hasta dabas gracias a Dios por haberte
liberado… salen de pronto a atormentarte?
En fuertes crisis vemos que
siguen todavía latentes. ¡Uf! Es doloroso encontrarnos con lo
que más nos cuesta de nosotros mismos, nuestras debilidades, pecados, manías,
heridas…
Y se nos suma el pavor del «qué pensará Dios». ¿Me verá Dios igual después de ser un
desastre, tan pecadora? Pero… ¿Por qué permite Dios esto?, ¿le gustará vernos
humillados?
La parábola del hijo pródigo nos puede ayudar a
meditar en varios temas:
1. EL HIJO CREE QUE PUEDE CON SU FUERZA
Cuando nos encontramos con nuestros
fallos entendemos que no era nuestra fuerza la que nos mantenía «virtuosos», sino la gracia de
Dios.
En el culmen de su vida
espiritual, san Ignacio escribió su famosa oración suscipe:
«Toma Señor y
recibe toda mi libertad, mi entendimiento, mi voluntad, mi haber y poseer. Todo
tú me lo diste, a ti Señor lo devuelvo. Dame tu amor y tu gracia, que esto me
basta».
Ignacio se enfrenta con la
realidad de que todo lo que sabe, hace, tiene y da: es
por gracia. ¿Y el amor?… como hijo pródigo entiende que no valen los aplausos,
ni de santos ni de reyes, ni la fama, ni los contactos en el reino ni en el
Vaticano.
¡Lo único que necesitamos para encaminarnos es el
amor de Dios!
2. SI NO PODEMOS ALEJARNOS DE DIOS, ¿QUÉ ES EL
PECADO ENTONCES?
El hijo está avergonzado,
sucio exteriormente, pero seguro también, sucio espiritualmente, en su
interior. Pero aún en harapos, el padre corre a recibirlo y lo abraza, no se
avergüenza de Él.
¿Y por qué si
sabía que iba a usar el dinero para sus placeres y negocios, no le negó el
dinero ni la posibilidad de irse? Bueno, porque no se trataba de humillarlo,
sino de hacerle entender que siempre contaría con su amor.
Eso mismo nos pasa a nosotros
como hijos de Dios. Una y mil veces podemos alejarnos, y del mismo modo, volver
con el alma adolorida. ¡Jesús siempre estará
esperándonos con los brazos abiertos!
3. ENCONTRARNOS A NOSOTROS MISMOS
Como dice Pablo: «…No se encuentra lejos de cada uno de nosotros, pues en
Él vivimos, nos movemos y existimos… Si somos, pues, del linaje de Dios, no
debemos pensar que la divinidad sea algo semejante al oro, la plata o la
piedra, modelados por el arte y el ingenio humano» (Hechos 17).
El
pecado nos lleva a vivir como huérfanos. No es entonces cómo percibimos
a Dios, sino cómo nos percibimos a nosotros mismos. ¿Nos
alejamos por voluntad propia de nuestra naturaleza divina?
Descubrimos quiénes somos en
realidad, cuando
experimentamos el amor de Cristo. No se trata de ser el hijo mayor y perfecto,
sino de confiar que Dios nunca deja
de confiar en nosotros, por más que sintamos que lo hemos
decepcionado.
Somos hijos pródigos varias
veces al día, cuando nos confundimos, nos caemos, traicionamos, herimos y
dejamos de buscar a Dios. ¡Pero recuerda siempre,
puedes volver al Padre!
Escrito por Sandra Estrada
No hay comentarios:
Publicar un comentario