Resurrección y Ascensión. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron.
Por: P. Enrique Cases | Fuente: Catholic.net
"Pasado el sábado,
María Magdalena y María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a
embalsamar a Jesús. Y, muy de mañana, al día siguiente del sábado, llegan al
sepulcro, salido ya el sol. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos quitará la
piedra de la entrada del sepulcro?" (Mc).
Iban llenas de amor, habían observado todo con detalle. Saben que el
embalsamamiento podían hacerse mejor. Lo han hecho muchas veces. Pero sobre
todo quieren ungir el cadáver de Jesús con su cariño y su amor. Quieren tener
el último detalle de piedad con el Maestro. En el camino, decididas, piensan en
el obstáculo que es la piedra. Ciertamente no pueden removerla. Se necesitan
hombres fuertes y máquinas. No pueden removerla ellas solas; pero,
sorprendentemente, van. La intuición puede más que los razonamientos. De
momento ellas van movidas por el cariño y la piedad.
A pesar de todo, corren hacia el sepulcro, muy cerca del calvario. "Y al mirar vieron que la piedra estaba apartada;
era ciertamente muy grande. Entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado
a la derecha, vestido con una túnica blanca, y se quedaron asustadas. El les
dice: No tengáis miedo; buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. Ha
resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde lo colocaron. Pero marchad,
decid a sus discípulos y a Pedro que él va delante de vosotros a Galilea; allí
lo veréis, como os dijo. Y saliendo, huyeron del sepulcro, pues estaban
sobrecogidas de temblor y fuera de sí; y no dijeron nada a nadie, porque
estaban atemorizadas"(Mc). Era
mucho para sus fuerzas. Buscaban a un cadáver, y encuentran un ángel que les
dice que no busquen entre los muertos al que vive. El ángel añade: "Recordad
lo que os anunció cuando, estando todavía en Galilea, cuando dijo: Conviene que
el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores que sea
crucificado y resucite al tercer día. Entonces se acordaron de estas
palabras" (Lc)
MARÍA MAGDALENA
María Magdalena acude con las demás mujeres, cuando ve el sepulcro vacío, actúa
según su temperamento, sale corriendo a avisar a Pedro y a Juan; las demás se
quedan allí y se les aparecen ángeles que les dicen que Jesús ha resucitado,
pero María ya ha marchado. Pedro y Juan llegan al sepulcro ven las cosas como
les ha dicho María, y se marchan; llega María y no hay nadie en el sepulcro, es
entonces cuando se dará una nueva conversión de María Magdalena.
"María estaba fuera llorando junto al
sepulcro. Mientras lloraba se inclinó hacia la concavidad, y vio a dos ángeles
de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido
puesto el cuerpo de Jesús. ellos le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras? Les
respondió: se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. Dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a
Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: Mujer ¿por qué
lloras? ¿A quién buscas? ella, pensando que era el hortelano, le dijo: Señor,
si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto y lo recogeré. Jesús le dijo:
¡María! Ella, volviéndose, exclamó en hebreo: ¡Rabbuni!, que quiere decir
Maestro. Jesús le dijo: Suéltame, que aún no he subido a mi Padre; pero vete a
mis hermanos y diles: subo a mi Padre y a vuestro padre, a mi Dios y a vuestro
Dios. Fue María Magdalena y anunció a los discípulos: ¡He visto al Señor!, y me
ha dicho estas cosas" (Jn).
Sorprende el aplomo, casi indiferencia, de la Magdalena ante los ángeles y la
pregunta que ellos le hacen: ¿por qué lloras?, como
si fuese posible responder de un modo simple a un dolor producido por tantas
causas. María llora por la muerte horrible que ha sufrido el Maestro- así le
llama casi siempre-; llora por la ingratitud de tantos que recibieron sus
favores y milagros; llora por la debilidad de sus discípulos que no supieron
ser fieles y defenderle; llora por la crueldad de los judíos -conocidos suyos
muchos de ellos- que han matado, o consentido, en la muerte del Inocente, llora
por el dolor de la Madre de Jesús; pero manifiesta sólo que llora porque "se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto", eso dice a los ángeles: el motivo
más débil y el que manifiesta que su fe no ha sido del nivel de la de María
Santísima, que no acudió al sepulcro porque sí creyó que Jesús resucitaría al
tercer día. A la Magdalena le apena no haber podido tener un gesto de
generosidad y despedida con el cadáver de su Señor, no piensa en Jesús
resucitado. Su fe se asienta todavía en afectos muy humanos.
Es entonces cuando se le aparece el Señor diciendo las mismas palabras de los
ángeles, pero añadiendo algo que revela que lee en su pensamiento: "¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". María revela de nuevo su interés por el cuerpo
muerto del Maestro, y entonces, Jesús dice una sola palabra que le abre los
ojos y le descubre lo que estaba oculto a su mirada; le dice: "María",
es entonces cuando la Magdalena descubre que es Jesús el que le habla: reconoce al Maestro cuando es llamada por su nombre. Estaba
tan lejos de pensar que era el mismo Jesús que no reconoce el modo de hablar,
ni aquel acento tan querido y conocido hasta que escucha su propio nombre,
entonces exclama ¡Rabbuni! Jesús llena de
gozo a aquella mujer llena de dolor. Y, desde aquel momento, la noche de su
alma se transforma en un día que no podía ni soñar. Su fe será más parecida a
la de María Santísima, será la fe de quien ha visto a Cristo resucitado.
Jesús le da el encargo de ir a los suyos, y la antigua pecadora se convierte en
testigo anunciando a los Apóstoles la resurrección de Jesús. Parece que el
Maestro quiere que aprendan una nueva lección: tendrán
que experimentar la dificultad para creer sólo por el testimonio de otra
persona, que, además, antes fue pecadora.
María Magdalena se convirtió, y partiendo de muy abajo llegó muy arriba; de
ella habían salido siete demonios, pero, convertida, su fidelidad no teme a la
Cruz y es apóstol primera de la Resurrección. Se humilló y Dios la eleva. Jesús
se vuelca en aquella alma humilde, y ella responde con una entrega
incondicional al Maestro, aprovechando lo mejor de sí misma: su capacidad de
amar. Esa cualidad le había conducido al pecado, ahora- con la gracia de Dios-
le sirve para amar a Dios de un modo total. La pecadora será santa.
La voz de Jesús llamándola por su nombre debió resonar siempre en sus oídos.
Ahora definitivamente ya es otra mujer. Si la pecadora desapareció con el
arrepentimiento de la primera unción, también quedó superada la debilidad de la
mujer que llora porque no acaba de entender a Jesús que no cura a Lázaro cuando
era el momento oportuno, y también desparece la mujer que llora en la Cruz o en
el sepulcro, la muerte de su Señor, ahora ya es María de Jesús resucitado. El
alma de María Magdalena es un alma que vive una vida tan plena que ni podía
soñar cuando se decidió a cortar con su vida de pecado.
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