Es
fundamental que entendamos cómo y cuándo ese pensamiento que está dentro de
nuestra cabeza, es realmente un pecado. Comprender esto nos puede ayudar a
vivir en paz y con la conciencia tranquila.
Para muchas personas, no tener
claridad sobre este tema fundamental de la vida cristiana, puede generar —no
siempre— escrúpulos, cargo de consciencia y culpas difíciles de perdonarnos a
nosotros mismos.
Estas reflexiones las he
tomado del libro «El arte de purificar el corazón», de un autor espiritual muy conocido llamado Tomas
Spidlik.
LA SERPIENTE EN EL «PARAÍSO» DE NUESTRO CORAZÓN
Muchos Padres de la Iglesia, comparan la experiencia del
pecado de cada hombre, como la vivida por Adán y Eva en los primeros capítulos
del Génesis.
Nuestro paraíso es el corazón
creado por Dios, que en principio, vive en paz. Sin embargo, está la vieja
serpiente tratando de seducirnos. Y el origen de todo pecado es, precisamente,
el pensamiento. Dicho en griego: logismos.
No se trata de cualquier
pensamiento, sino un pensamiento impuro, malo. Siendo aún más estrictos, lo que
conocemos como tentación no son aún pensamientos —propiamente dichos— sino
imágenes fantasiosas, a las que nosotros le agregamos la sugerencia de estar
realizando esa mala acción. ¡Ahí es cuando se
convierte en una tentación!
¿CUÁNDO NUESTRO PENSAMIENTO SE CONVIERTE EN ALGO
MALO?
Según Máximo, el Confesor, la
facultad de pensar no es algo malo. Cuando por ejemplo un hombre piensa en una
mujer, eso no es de ninguna manera algo malo.
Sin embargo, puesto que
tenemos nuestra mente inclinada a la sensualidad, muchas veces el pensamiento
que tenemos no permanece puro, sino que se mezcla con un impulso inclinado al
pecado (concupiscencia), que va contra la ley de Dios.
Entonces, el simple
pensamiento de una mujer, de dinero, o de un objeto determinado es puro, hasta
que les agregamos ese impulso de la concupiscencia que nos inclina al mal, al
pecado.
Podemos decir que son malos
pensamientos. Ya no solo pienso en la mujer, sino en algún acto lujurioso con
ella. Ya no solo pienso en el dinero, sino en cómo puedo tener más dinero
robándole a alguna persona.
ENTENDAMOS UN POCO MEJOR CÓMO FUNCIONAN LOS
IMPULSOS
Es interesante comprender que
esos «impulsos al mal», o la concupiscencia,
no tienen como origen nuestro propio corazón, puesto que somos creados por
Dios.
Esa maldad, por supuesto,
encuentra un eco en nuestra inclinación a la sensualidad, pero proviene «de fuera». Del mundo, del demonio. Se convierten
en pensamientos malos, solamente en el momento en que, conscientemente utilizamos mal nuestra libertad.
Entonces… ¿Por qué en Mateo 15, 19 leemos que todo pecado proviene
de nuestro corazón? Esto ocurre porque el corazón es el «lugar» en que se da nuestro libre consentimiento,
pero no es el origen.
Aceptamos, equivocadamente,
ese mal pensamiento. Esta diferencia es muy importante ya que nuestro corazón
sigue siendo bueno, aún después del pecado original. Se va pervirtiendo en la
medida que hacemos opciones equivocadas.
Esos pensamientos malos nos
rodean —como «león rugiente, buscando a quién devorar» (1 Pedro 5, 8)— e
invaden nuestra fantasía y nuestra mente.
Son la debilidad humana, por
culpa del pecado de nuestros primeros padres. Sin embargo, todavía no son pecado, sino una
inclinación fruto del pecado, que nos inclina al mal.
NUESTRA VIDA ES UNA CONSTANTE LUCHA CONTRA EL MAL
Aquí en la Tierra, mientras
vivamos en esta existencia marcada por el pecado, vamos a estar luchando con el
pecado. Pseudo-Macario, antiguo escritor místico, compara nuestra alma con una
gran ciudad.
Al medio tiene un hermoso
castillo, cerca está el mercado y alrededor, la periferia. Nuestro enemigo, el
pecado original, está en la periferia, lo que vendrían a ser nuestros sentidos.
Ahí es donde constantemente somos perturbados. Desde ahí, pueden llegar al
mercado, y es cuando empezamos ese «diálogo» de
si lo aceptamos o no.
Sin embargo, el castillo
interior, donde está nuestra libertad, no puede ser invadido por el pecado. No
puede penetrar, a no ser que le abramos las puertas, gracias a nuestro libre
consentimiento.
También la muy conocida santa Teresa de Ávila hablaba de ese «castillo interior» que es nuestra alma, donde
tenemos una amistad hermosa con Dios, el «Huésped
divino», sin las perturbaciones periféricas del pecado. Así que solamente habita el pecado en nuestro
interior cuando hay un libre y consciente consentimiento.
ENTONCES… CÓMO SABER, CON SEGURIDAD, ¿CUÁNDO HAY
CONSENTIMIENTO LIBRE O NO?
Es muy común —principalmente
para los escrupulosos— que uno se confiese de haber tenido «malos
pensamientos». Pero, cuando el confesor les pregunta si lo quisieron o no
tener, no saben qué responder.
Esta inconsciencia es muy
dañina y nos quita la paz y serenidad, puesto que tenemos la propia conciencia
que nos acusa sin fundamento claro. Vamos entonces a clarificar todo este
asunto describiendo cinco pasos a través de los cuáles, el mal penetra en
nuestro corazón.
1. LA «SUGESTIÓN»
Es el primer «contacto». Esa imagen proporcionada por la
fantasía —que describíamos anteriormente— y es el primer impulso de todo este
proceso. Una primera idea, un avariento que al mirar un billete sobre la mesa
tiene la idea: «Lo podría esconder y quedármelo».
Así como cualquiera puede
tener la idea de ser mejor o superior que los demás. Un pensamiento malo de
soberbia. Alguien que se está iniciando en la vida espiritual puede asustarse y
creer que ya es un pecado.
Son pensamientos que van y
vienen, como moscas inoportunas. Como el viento que no lo podemos coger. Así
que, si los pensamos pero los dejamos ir así como vinieron, no son todavía
pecado.
2. EL «DIÁLOGO»
Esto se da (recordemos en
Génesis 3) cuando Eva se pone a conversar con la serpiente. Lo mejor es no
darles atención a esos pensamientos descritos arriba. Como vienen, que se
vayan.
Pero, muchas veces, son
provocaciones que generan una reflexión interior. El avaro no solamente piensa
que puede esconder el dinero, sino que —ahora— puede depositarlo en el banco.
Luego, recapacitamos, y nos
damos cuenta de que hacerlo estaría equivocado, pero ya estamos enredados en
ese coloquio, en el que podemos perder nuestro precioso tiempo y la paz del
corazón.
Si no nos llevó a ningún tipo
de decisión, entonces no hay culpa. Sin embargo, eso nos quita mucha fuerza
espiritual, nos debilita y nos hace cada vez más abiertos a esos malos
pensamientos.
3. EL «COMBATE»
Cuando sucede ese largo
diálogo, no es fácil expulsar la idea del corazón. En el caso de un pensamiento
de impureza sensual, la persona puede llenarse de tantas imágenes impuras, que
se hace muy difícil librarse de ellas.
Sin embargo, todavía somos
libres, y podemos salir airosos del combate. Debemos luchar, la voluntad no
debe desorientarse. Nos sentimos atraídos por el
pecado, pero no debemos consentir. ¡Soy capaz de resistir!
4. EL «CONSENTIMIENTO»
Recién ahora, en este cuarto
momento, perdimos la batalla y decidimos ejecutar, apenas se pueda, el
pensamiento malo consentido que ya es fruto de una mala decisión. En este
momento, ya hay un pecado de pensamiento.
Hay mal moral realmente,
aunque no haya algo exterior, visible. Interiormente ya hemos consentido con la
sugestión que nos inducía al malo pensamiento. Es el conocido «pecado de pensamiento».
Esto, sin embargo, es muy
diferente al simple «mal pensamiento». Una
cosa es un pensamiento malo que rodea nuestro «mercado»
o «castillo interior» del alma y otra
cosa muy distinta es cuando, utilizando mal nuestra libertad y rindiendo
nuestra voluntad, permitimos (queremos mal) que ese mal deseo penetre nuestro
corazón.
Entonces, ahora sí, queremos
hacer algo malo, aunque no lo hayamos hecho todavía. Es importante tener claro
que siempre somos libres
para decir «no» a
cualquier tipo de confusión que tengamos.
Podemos
sentirnos atraídos, nos puede incluso gustar… pero, nunca estoy obligado a
rendirme. La última decisión siempre es
mía, está en mis manos. Cuando decimos «no», entonces somos personas libres,
personas que le ganaron la batalla al pecado.
5. LA «PASIÓN»
Esta última etapa es la más
trágica. Cuanto más consentimos los pensamientos malos, más nos debilitamos, y
progresivamente, perdemos nuestro carácter. Se produce cada vez más una
inclinación al mal, cada vez más difícil de resistir.
Es un vicio que vamos
adquiriendo. Es la pasión que nos va esclavizando y nos volvemos adictos a ese
determinado pecado. Esclavos del sexo, de la bebida, de la ira incontrolada, de
la vanidad. Como vemos, se va reduciendo la capacidad inicial que teníamos de
libertad. Esas cadenas del pecado se vuelven más pesadas y se nos hace, cada
vez más difícil optar libremente.
Recordemos que tenemos el
auxilio de la gracia de Dios que sale a nuestro encuentro y nos da esa fuerza
para superar el pecado. Ese es, justamente, el auxilio de la gracia, que
recibimos inicialmente, en el Bautismo.
REFLEXIÓN FINAL
Finalmente, frente al problema
del mal, que oscurece nuestra vida y nos causa mucho sufrimiento, el Catecismo
de la Iglesia Católica nos dice en el numeral 309, que para poder explicar por
qué Dios ha permitido que vivamos esta realidad, se necesita todo el conjunto
de la fe cristiana para comprender.
No hay una sola respuesta.
Dios que sale amorosamente a nuestro encuentro, quiere darnos un camino para
orientarnos a través del sufrimiento. Se hace hombre, y nos acompaña en el
dolor. Es un Dios que sufre junto con nosotros. Nos entiende y nos ayuda a
cargar la cruz.
Por eso, pongámonos
confiadamente en sus manos y abramos nuestros corazones para que por medio de
su gracia nos conceda la fortaleza para luchar contra las tentaciones.
¡No es una pelea
fácil, pero con la ayuda de Dios nada es imposible! No nos olvidemos que: «Dónde abundó el pecado, sobreabunda la gracia» (Romanos
5, 20). Dejémonos ayudar por la fuerza del Espíritu y
creamos siempre, que para Dios nada es imposible.
Escrito por Pablo Perazzo
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