Hoy se murió parte del fútbol mundial. Diego Armando Maradona no necesita presentación, fue un grande sin dudas, y para los argentinos en especial fue uno de los primeros que «nos puso en el mundo».
Recuerdo que cualquiera que
volvía de viaje por la década del ‘80 contaba entre confundido y orgulloso que
cada vez que decía que era argentino la respuesta obligada, en Rusia y en
Francia, en Corea o en Italia, en Israel o en Emiratos Árabes unidos era «¿Argentina? ¡Maradona!».
La fiebre por Lionel Messi que
vivimos hoy es similar a la que se vivía en aquella época por Diego y sus
maravillas en las canchas de todo el mundo. Pero, ¡claro!,
«el
Diego» era primero en un mundo que apenas sabía de nuestra existencia.
Y naturalmente nos sentíamos orgullosos, como argentinos, de que un «representante nuestro» llegara tan lejos.
Encontrar a un argentino al
que no le gusta el fútbol es algo extraño. Pero yo soy uno de ellos, nací con
dos pies izquierdos y soy diestro. No veo fútbol, no entiendo de fútbol y
cuando veo un partido de fútbol, así sea el mejor de la temporada, me aburro
soberanamente.
Sin embargo, cuando veo un
partido en el que haya jugado Diego, no puedo sino mirar y admirarlo. Diego en
la cancha era creativo, mágico, increíble. Casi ningún partido en el que haya
participado él puede ser aburrido. Vi muchos partidos de Diego, aun sin
gustarme el fútbol, porque Diego era el que transformaba
al fútbol en una experiencia de disfrute de los sentidos.
EL MUNDIAL ‘86 Y LA GLORIA «DEL MUNDO»
México ‘86 tiene un deje de
gloria para todos los argentinos. El mundial ‘82, en el que habíamos
participado fuimos eliminados en segunda ronda, nos tocó «el grupo de la muerte» con Italia y Brasil, dos superpotencias,
veníamos con el ánimo caído por la derrota en la guerra de Malvinas.
Así que fuimos a México de
capa caída, y nos tocó en cuartos de final jugar contra Inglaterra, nuestro
enemigo que nos había derrotado en los campos de batalla, todos fuimos a ver
ese partido con «ánimo de venganza». Y Diego
convirtió los dos goles más emblemáticos de la historia de los mundiales.
Uno al que llamaron «La mano de dios» (hizo
un gol empujando la pelota con la mano y ocultándolo del árbitro en una jugada
maestra). Y el otro, que le valió el apodo de «barrilete
cósmico», porque hizo un gol saliendo de media cancha y gambeteando a
cinco jugadores ingleses que se quedaron tirados en el piso preguntándose qué
era lo que había pasado. Fue considerado el mejor gol de
la historia de los mundiales.
Luego, semifinal contra
Bélgica y final contra Alemania. Diego recibió el premio al
mejor jugador del mundial y la fiebre por Maradona estalló en el mundo entero. Todos amaban a Diego, y a raíz de la «mano de dios» lo comparaban con Dios y decían que
era de otro planeta.
Tantos elogios hicieron que
Diego Armando Maradona pasara a ser un ídolo mundial, un «intocable», una
estrella rutilante…
EEUU 1994, «ASÍ PASA LA GLORIA DEL MUNDO»
Después de una destacada
actuación en 1990, donde Argentina Salió subcampeón gracias nuevamente a la
actuación futbolística de Diego Maradona, llegó la pesadilla de 1994.
A Diego lo acusaron de
consumir efedrina, supuestamente por beber una bebida energizante que lo
contenía, pero también un precursor químico de la cocaína. El resultado
positivo del dopping fue catastrófico para Argentina, y a partir de
esa tragedia, nos comenzamos a enterar que la vida de Maradona no era todo lo
que parecía ser.
Drogas,
excesos, alcoholismo, Diego no parecía tener límite: todo lo que podía hacer
mal lo hizo mal. Con el tiempo perdió prácticamente la facultad de comunicarse, y su
decadencia física y moral era evidente para todo el mundo.
Aun así, todavía seguía siendo
un ídolo de multitudes que revolucionaba el lugar al que fuera, en cualquier
lugar del mundo, solo por su presencia. Hablar de Maradona era hablar de
fútbol, y hablar de fútbol era hablar de Maradona.
No importaba qué gordo o flaco
pudiera estar, siempre que le pasaban una pelota volvía a hacer su magia y
todos delirábamos por la increíble habilidad que seguía teniendo a pesar de su
cada vez más evidente deterioro físico e intelectual.
¿DE DÓNDE VIENES? ¿A DÓNDE VAS?
Diego Armando Maradona nació
en el año 1960, en Villa Fiorito, una ciudad del primer cordón urbano del Gran
Buenos Aires, y una zona muy humilde con mucha marginalidad en aquella época.
De familia de origen humilde,
fue el tercero de ocho hermanos, y comenzó a jugar al fútbol desde muy temprano
en los «potreros» (canchas improvisadas,
casi sin césped) de su barrio de Villa Fiorito. A partir de los 10 años comenzó
a brillar, a jugar cada vez mejor, a desplegar su talento y convertirse en un
ídolo mundial.
Nadie
está preparado para el peso de la fama. Y cuando esa fama se vuelve
mundial, cuando no hay reposo para que la gente te persiga y te exija que estés
siempre disponible así estés en Rusia o en Francia, en Corea o en Italia, en
Israel o en Emiratos Árabes unidos, el peso de la fama para un chico humilde,
tiene que haber sido una carga insoportable.
El ídolo de a poco nos empezó
a «cansar», cada vez se le entendía menos, cada vez estaba más gordo, o más
incomprensible en su forma de expresarse, o lo que fuera. Maradona nunca estaba
fuera de las noticias. Y se le descubrían cada vez más hijos de relaciones
extramatrimoniales, y cada vez más noticias de conflictos, más problemas, menos
amigos y personas cercanas.
Y UN DÍA, NOS MORIMOS
Cuando alguien muere, ponemos
inmediatamente en funcionamiento un mecanismo «juzgador» que determina que la persona
que se murió se fue al cielo directo (cosa por demás dudosa) o que se está
cocinando en el infierno, cosa también dudosa. No podemos decir de nadie que se
encuentre en el infierno.
Y con una vida tan variopinta
como la de Diego Maradona, no podemos menos que pensar «uf,
qué difícil la va a tener este muchacho en su juicio particular». ¡Qué fácil es
decir «Maradona fue una mala persona, fue un adicto a las drogas, infiel y todo
lo que hizo mal!
Puestos en la balanza, sus
actos públicos nos dieron algunas alegrías futbolísticas y luego muchos, pero
muchos disgustos a su familia, a sus amigos y a sus fanáticos.
Y ciertamente que la vida
pública de Diego Armando Maradona está objetivamente plagada de escándalos, de
malas acciones, de cosas que entristecieron muchísimo a todos aquellos que lo
querían bien.
Si Dios premia a los buenos y
castiga a los malos, entonces deberíamos pensar que Diego Maradona formó parte
de los segundos y probablemente esté siendo juzgado culpable de una enorme
cantidad de pecados. ¿Verdad? Pues no estoy
tan seguro.
NO PODEMOS JUZGAR LAS CIRCUNSTANCIAS DE DIEGO
MARADONA
A cada uno lo van a juzgar
según su propia conciencia. Yo sé los pecados (pecadazos) que cometí, y me
encomiendo a la infinita misericordia de Dios Padre. Pero no puedo saber de
ningún modo qué es lo que llevó a Diego Maradona a cometer los pecados que
cometió.
Quiero
recordar dos frases de Diego en sus múltiples entrevistas, cuando le
preguntaban sobre su comportamiento equivocado y erróneo.
La primera, al cumplir cuarenta
años, dijo: «Yo conocí el ser pobre y es malo y
difícil. No se lo recomiendo a nadie. Se quiere tener un montón de cosas y
debemos conformarnos solamente con soñarlas».
«Hasta ahora he
vivido cuarenta años pero que valen por setenta. Realmente me sucedió de todo.
De un golpe salí de Fiorito y fui a parar a la cima del universo y allí me las
tuve que arreglar yo solo».
La segunda frase es más
reciente y dijo: «Solo les pido que me dejen vivir mi propia vida. Yo
nunca quise ser un ejemplo…».
Ahí es donde tenemos que
fijarnos: él mismo reconoce que salió de Fiorito, un lugar humilde y
complicado, y fue a parar literalmente a la cima del mundo. Y en ese ir a parar
a la cima del mundo se le sumó un sinfín de malas compañías.
Gente que lo usó y lo descartó,
gente que lo empujó o lo ayudó a tomar malas decisiones y que cuando vinieron
las consecuencias de sus actos, desapareció y lo dejó solo: cuando estaba
recuperándose en Cuba, se quejó: «Estoy más solo
que Kung Fu» (por una vieja serie de televisión con David Carradine).
NUESTROS ÍDOLOS… CON PIES DE BARRO
Las expectativas que ponemos
en nuestros «ídolos» son solamente nuestras
expectativas. Nadie tiene el corazón puro, todos somos pecadores,
la diferencia es que los pecados de las personas famosas tienen mayor
repercusión.
¿Pero por qué? Porque hay literalmente un
ejército de periodistas vigilando a quienes nosotros declaramos ídolos, para
verlos caer, y cuando caen generalmente los juzgan y condenan. Los insultan y
maltratan por esas malas acciones, cuya única diferencia con las nuestras es
que son conocidas.
Si Diego Maradona hubiera sido
un empleado de comercio o un jardinero en su ciudad natal, tal vez no hubiera
cometido los excesos y desmanes que cometió. Tal vez hubiera cometido otros,
pero nadie se metería con él si no fuera todo lo famoso que resultó ser…
gracias a sus méritos como futbolista profesional.
EN LAS BUENAS, CONTIGO, EN LAS MALAS, CONTRA TI
Los que idolatramos a Maradona
cuando estuvo en «las buenas» lo criticamos
ácidamente cuando estuvo en las malas. Y de veras no deberíamos hacerlo. Criticamos la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga que tenemos en el
nuestro.
Seguramente todas las
circunstancias de vida de Maradona, sus malas compañías, su ascenso meteórico,
le significaron que no fuera enteramente responsable de todas las malas
acciones que hizo.
Yo tuve muchas mejores
circunstancias de origen que Diego Maradona, y algunos pecados de mi vida me
pesan hoy mucho, y solo porque confío en la infinita misericordia de Dios es
que tengo esperanza de salvarme. No porque yo sea bueno, sino porque Dios tiene
infinita misericordia.
Infinita misericordia que
estoy seguro que tendrá en cuenta a la hora de juzgar a Diego Maradona. Diego
hacía la señal de la cruz antes de entrar a cada cancha. Diego agradeció muchas
veces a Dios seguir vivo a pesar de todos sus excesos.
¿Puede ser que
Dios le haya dado todo este tiempo de misericordia para que pudiera poner sus
asuntos en orden y partir en paz? Puede ser, no puedo saberlo, pero creo fervientemente que la misericordia divina es mucho más grande que nuestros pecados.
VILLANOS Y HÉROES, ÍDOLOS Y SANTOS
Cuando mueren grandes
personajes mundiales, tenemos que hablar de ellos, porque cada muerte nos pone
frente al Absoluto. Dios nos llama a su presencia y
de pronto todos tomamos conciencia sobre la relevancia de nuestras acciones en
la tierra, evaluamos y sopesamos la moralidad o inmoralidad
de la persona que murió.
Imagino que cuando murió
Hitler, o cuando murió Stalin, el mundo respirando aliviado dijo: «un villano menos». Cuando murió san Juan Pablo II
todos lloramos y los fieles emocionados en la Plaza de San Pedro pedían: «santo súbito». Lo mismo pasa cuando nos enteramos
de la muerte de un gran héroe de guerra o de alguien excepcionalmente bueno.
Pero la reflexión sobre la
muerte de los ídolos populares no siempre está clara. Los ídolos pueden muchas
veces desdoblarse en dos facetas: lo que nos dieron en su ámbito específico
donde los idolatramos, y su vida personal. Y no siempre esas dos facetas son
coincidentes.
Vemos muy frecuentemente que
los ídolos de la música, del deporte, de la política o del arte, llevan vidas
confusas, tumultuosas, y muchas veces difíciles o miserables a los ojos del
mundo.
Se
murió una leyenda del fútbol ¿y qué deberíamos hacer? Rezar por el eterno descanso
de su alma, pedir por el consuelo de los que realmente lo querían y
encomendarnos nosotros mismos a la misericordia de Dios.
«Cuando
dicen que soy Dios yo respondo que están equivocados: soy un simple jugador de
fútbol. Dios es Dios y yo soy Diego».
Escrito por Andrés D' Angelo
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