Vi con tremenda tristeza como unos manifestantes encapuchados quemaron algunas estancias del congreso de Guatemala. Precisamente, hace pocos días hablaba yo de los símbolos, de la importancia de los símbolos.
Pocas
cosas humillan más a una nación como que la sede de la soberanía nacional sea
asaltada.
Desgraciadamente,
unos cuantos cientos de antisistema bien organizados bastan para poder hacerlo
en muchas democracias del mundo. Ningún gobernante quiere asumir las
consecuencias de tomar las medidas que implicaría defender ese símbolo.
Pero
considero que no debería ser así. Cualquier antisistema debería ser consciente
de que la democracia va a defender sus dos cámaras constitucionales, sus
tribunales e, incluso, sus comisarías de policía a toda costa.
Si uno
quiere atacarlas, allá él. Pero debería saber que los agentes del orden las
defenderán con
todos los medios necesarios. A nadie se le obliga a intentar asaltar
uno de esos edificios. Pero si lo hace, debería tener por cierto que las
fuerzas del orden no permitirán que sean tomados los símbolos.
Es
curioso que se acuse de fascista al que defiende el edificio que simboliza el corazón de la
democracia.
Por
supuesto que los medios de defensa deben ser graduales y proporcionados. Si con
menos se puede repeler un asalto, úsense medios menores. Pero el asaltante debe
ser consciente que cualquier escalada por su parte será respondida con una
escalada proporcional por parte de los defensores. Lo único que tienen que tener
por cierto es que el caos no puede tomar el símbolo del orden constitucional.
Tomar por
la fuerza el símbolo del parlamento, el lugar donde los representantes del
Pueblo parlamentan, es comparable a una violación. Es como la nación fuera
violada por los violentos, por los que quieren imponer su voluntad, frente a la
voluntad del Pueblo.
Una
democracia puede ser imperfecta o muy imperfecta. Pero siempre será preferible
a la violencia de los que quieren imponer “nuestra
voluntad frente a la voluntad de otros”.
La toma
de un parlamento es un hecho tan simbólico que jamás debe ser permitido. Y las
fuerzas de seguridad de ese edificio deben estar especialmente formadas para
saber qué protocolos usar según el tipo de ataque. Para nunca excederse, pero
tampoco para quedarse por debajo de lo necesario.
Sea dicho
de paso, y perdonad que otra vez elogie a España (cuando se lo merece, lo
hago), el Congreso de Madrid si es atacado, no se da la alarma para que las
fuerzas de seguridad vengan. Si no que hay varios edificios alrededor, donde
los efectivos están 24 horas al día, 365 días al año. No solo las fuerzas
antiterroristas y antidisturbios del interior del Congreso, sino también todos
los efectivos del Banco de España (numerosos, por cierto), al lado; una comisaría
situada también al lado (y específicamente preparada para defender el Congreso)
y varios edificios institucionales más que están preparados para proveer sus
efectivos a toda velocidad.
Os puedo
asegurar que tomar el Congreso de los Diputados de España es una de las tareas
más difíciles de conseguir. Aunque sobre este tema hablaré un poco más mañana.
Pero sí, de eso nos podemos sentir orgullosos.
Había una
canción que decía que cuando la mujer española besa... Pues bien, cuando el antidisturbios español da
palos, da palos de verdad.
P. FORTEA
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