Las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, defendiendo el derecho a la blasfemia como elemento constitutivo del derecho a la libertad de expresión ha provocado intensos debates. Lógico. No se entiende por qué si la libertad de expresión puede limitarse para impedir la calumnia, la injuria o para defender el derecho al honor, no pueda contemplarse también la restricción en materia de blasfemia.
Es lo que
expresaba el obispo de Aviñón, Monseñor Cattenoz, al escribir lo
siguiente:
«Una pregunta me
ronda desde hace semanas: ¿es la blasfemia verdaderamente un derecho en
democracia? ¿Son las
caricaturas blasfemas un derecho en una democracia? A pesar de las afirmaciones
del Presidente de la República, respondo no a esta pregunta y me gustaría argumentar mi respuesta.
En tierra del Islam radical,
la blasfemia contra el profeta o el Corán se castiga con la muerte y en algunos
casos con la decapitación. En la Iglesia Católica, cuando se profana un
sagrario que contiene la presencia real del Señor, los cristianos celebran
misas de reparación y piden perdón por tales actos de profanación.
Después de los atentados de «Charlie Hebdo», ¡todo el mundo era «Charlie»! Personalmente,
siempre he afirmado: «Yo no soy Charlie», al
tiempo que condenaba firmemente a los autores de ese atentado bárbaro y odioso. Era fundamental condenar el atentado, pero era también fundamental
disociarse de una publicación que muestra en su portada caricaturas blasfemas.
Cuando «Charlie» pudo reaparecer meses después, la portada seguía
siendo escandalosa y me dolió profundamente. ¡Representaba
al Papa Benedicto XVI siendo sodomizado por el Profeta! La prensa se
mostró encantada de ver esa «revista» resurgir
de sus cenizas. Algún tiempo después, tuve la oportunidad, durante una comida
en la Prefectura de Aviñón con el Ministro del Interior de entonces, y los
representantes de los cultos, de hacerle la siguiente pregunta al ministro: la
blasfemia parece formar parte de los genes de «Charlie
Hebdo», pero ¿no cree que la libertad de
publicar blasfemias y caricaturas acaba allí donde causo un daño grave a
mis hermanos? Añadí lo profundamente conmocionado que estaba
de ver al Papa Benedicto despreciado de esa manera e incluso de ver también al
Profeta despreciado en esa caricatura. Me respondió que en aquellos momentos
había habido en el gobierno un debate, porque algunos ministros condenaban
aquella caricatura en nombre de un límite a la libertad en un mundo donde se
nos invita a vivir como hermanos.
Debo confesar que lloré ante
aquella caricatura que hería mi sensibilidad cristiana. ¿Cómo pueden los periodistas actuar así en nombre de un pseudoderecho
a la libertad total e ilimitada de caricaturizar hasta el extremo y de
glorificarse a sí mismos? La democracia o el laicismo no tienen nada que
ver aquí.
Creía - quizás ingenuamente -
que el hombre estaba hecho para vivir en sociedad y que la República había
considerado oportuno tomar prestado de los cristianos el símbolo de la «Fraternidad» como emblema de la República. Si
somos llamados a vivir juntos como hermanos, la libertad de
cada uno se detiene allí donde hiero a mi hermano. Puedo ciertamente
entrar en diálogo con un hermano que no comparte mi punto de vista, y usar todo
mi poder de persuasión, pero declarar como principio que la blasfemia, sea cual
sea, es un derecho en democracia… eso no es justo, no es verdad.
Por otra parte, esto no
justifica de ninguna manera la decapitación de un profesor de historia que
quería reflexionar con sus alumnos sobre el significado de tales caricaturas y
sobre el gusto actual de la prensa sensacionalista por la blasfemia.
Debo confesar que me quedé sin
palabras ante las declaraciones del Presidente de la República, además desde el
Líbano, como reacción ante aquel acto. Justificó, en nombre de la democracia,
la libertad de decir y publicar cualquier cosa, la libertad de blasfemar en
todas sus formas. ¡Pensé que estaba soñando!
Entiendo que hoy en día está
de moda burlarse de las religiones y arrastrarlas por el fango, pero ¿se dan cuenta los autores de tal comportamiento de que
están pisoteando la libertad en su verdadero, profundo y genuino sentido?
En nombre de la fraternidad,
base de toda la vida en sociedad, sólo puedo repetir: ¡la
libertad de cada uno acaba donde yo hiero gravemente a mi hermano! Esta
verdad o es el fundamento mismo de toda vida en sociedad o si no, nos dirigimos
hacia una disimulada deriva totalitaria. Al mismo tiempo, debemos condenar
enérgicamente los actos de violencia y barbarie que pretenden responder a esta
concepción errónea de la libertad.»
No, no existe un derecho a la
blasfemia como no existe un derecho a la calumnia o al insulto gratuito.
Monseñor Cattenoz acierta al mostrar no solo su rechazo, sino el dolor que la
blasfemia provoca en tantas personas.
Pero cuidado, porque Monseñor
Cattenoz introduce un criterio peligroso: si no puedo realizar una
afirmación porque hiero a mi prójimo, la limitación a lo que puedo decir
fácilmente invadirá aquello sobre lo que sí es legítimo pronunciarse. Bastarán unos pocos ejemplos
para comprender el peligro que se encierra en ese criterio. Mahoma se casó con
una niña, Aisha, que se convirtió en su tercera esposa y que es llamada en
muchas ocasiones «Madre de los Creyentes». Mahoma
ordenó asesinar a sus aliados judíos tras conseguir la victoria en la guerra
por el control de Medina. Estas dos afirmaciones pueden herir, y de hecho
hieren, a muchos musulmanes que las consideran blasfemas.
¿Podemos
afirmar que la pretensión de Mahoma de recibir sus revelaciones del arcángel
Gabriel es falsa? Todos los cristianos lo
creemos así, y sin embargo es obvio que hiere a muchos
musulmanes. Por no alargarme, ¿podemos afirmar en público que Dios es Uno y Trino y que Jesús es Dios
encarnado? Una
blasfemia horrible para el Islam que, de buen seguro, hiere a muchos
musulmanes.
Insisto, no existe un derecho
a la blasfemia, pero hay que definir bien qué es
blasfemia. Fundar nuestro rechazo a la blasfemia en un enfoque
subjetivista, tan del gusto de los actuales «ofendidos»
que se sienten heridos por una lista interminable de supuestos agravios,
supone guiarse por criterios meramente subjetivos (y en consecuencia variables,
pues el punto en que alguien es herido por una afirmación puede variar según el
momento y circunstancias) en cuestión de tanto calado y dejar de lado los
derechos de la Verdad.
Jorge Soley
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