La educación del pudor sólo es posible allí donde imperan ideas nobles y sentimientos limpios.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente:
Catholic.net
PREGUNTA:
Estimado Padre: ¿Qué
es la castidad y cómo vivirla? y ¿qué es el
pudor? ¿hay alguna diferencia entre una y otra?
RESPUESTA:
Estimado:
Te contesto con el siguiente artículo, tomado
textualmente del P. Jorge Loring, ‘Para Salvarte’,
n. 68,25-26.
1.
LA CASTIDAD
La castidad consiste en el dominio de sí, en la
capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo
en el desarrollo de la persona. La castidad cristiana supone superación del
propio egoísmo, capacidad de sacrificio por el bien de los demás, nobleza y
lealtad en el servicio y en el amor .
La castidad es el gran éxito de los jóvenes
antes del matrimonio. Es, además, la mejor forma de comprender y, sobre todo,
de valorar el amor. No es una negación de la sexualidad, sino la mejor de las
preparaciones para la vida conyugal. Porque es un entrenamiento en la
generosidad, en el deber y en el dominio de sí mismo, cualidades tan
importantes para el ejercicio de la sexualidad humana.
En los jóvenes, la castidad entrena y forma la
personalidad. Supone un esfuerzo que va dotando a la persona de solidez en la
voluntad y de una sensación de posesión y dominio de sí mismo, que, a su vez,
es fuente de profunda paz y alegría. Los jóvenes castos, normalmente, son más
constantes en el trabajo y en el estudio, tienen más ilusiones, son más
idealistas.
La pureza es una virtud eminentemente positiva y
constructiva que templa el carácter y lo fortalece.
Produce paz, equilibrio de espíritu, armonía
interior. Purifica el amor y lo eleva; es causa de alegría, de energía física y
moral; de mayor rendimiento en el deporte y en el estudio, y prepara para el
amor conyugal.
El Papa Juan Pablo II dijo a los jóvenes en Lourdes
el 15 de agosto de 1983: ‘Los que os hablan de un
amor espontáneo y fácil os engañan. El amor según Cristo es un camino difícil y
exigente.
El ser lo que Dios quiere,
exige un paciente esfuerzo, una lucha contra nosotros mismos. Hay que llamar
por su nombre al bien y al mal’. También Juan Pablo II dijo a los miles de
jóvenes reunidos en Rímini (Italia) en agosto de 1985: ‘¿Quieres encerrarte en el círculo
de tus instintos? En el hombre, a diferencia de los animales, el instinto no
tiene derecho a tener la última palabra’.
Los jóvenes reciben de la oración fuego y
entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con
un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
Lo que es imposible es guardar la pureza de
cuerpo sin guardarla también de corazón y de pensamiento. Si no vigilas tu
imaginación y tus pensamientos, es imposible que guardes castidad.
El apetito sexual es sobre todo psíquico. Si no
se arrancan las raíces de la imaginación es imposible contener las consecuencias
en la carne.
Por eso es necesario saber dominar la
imaginación y los deseos. El apetito sexual aumenta según la atención que se le
preste. Como los perros que ladran cuando se les mira, y se callan si no se les
hace caso. Dice el gran moralista belga
José Creusen: ‘La impureza, sin ser el más grave de
los pecados, es el más frecuente de los pecados graves.
La castidad, sin ser la más
perfecta de las virtudes, es una de las más necesarias. (…). En materia de
castidad lo más fácil es el dominio completo. Andar a medias es muy peligroso'
(864).
Muchos quieren liberarse de la moral católica
que consideran represiva, y lo que hacen es caer en la esclavitud del pecado
que degrada al hombre. El yugo de Cristo es suave y ligero, si se lleva con
amor y voluntad corredentora. La pureza no
puede guardarse sin la mortificación de los sentidos.
Quien no quiere renunciar a los incentivos de la
sensual vida moderna, que exaltan la concupiscencia, es natural que sea víctima
de tentaciones perturbadoras, y que la caída sea inevitable. La pureza no se
puede guardar a medias.
Con nuestras solas fuerzas, tampoco; pero con el
auxilio de Dios, sí.
Quien -con la ayuda de Dios- se decide a luchar
con todas sus fuerzas, vence seguro. No es que muera la inclinación, sino que
será gobernada por las riendas de la razón.
En la vida hay que entrenarse. Entrenarse es
hacer un esfuerzo cuando no hace falta, para saber esforzarse cuando haga
falta. El que no sabe decir no cuando pudiera decir sí, no sabrá decir no
cuando tenga que decir no. El que no sabe privarse de lo lícito por ensayo, no
sabrá privarse de lo ilícito cuando sea necesario.
La explotación de la sexualidad por sí misma y
sobre todo, con el único fin de conseguir la satisfacción sexual, es funesta,
tanto para la vida individual como colectiva.
Aunque los pornócratas, para defender su
negocio, dicen que la virginidad ha dejado de ser virtud, y nos presentan la
homosexualidad y la masturbación como cosas naturales, por encima de todas las
palabras de los hombres está la ley de Dios que nos señala lo que es bueno y lo
que es malo.
Hoy se oyen con frecuencia palabras de
menosprecio hacia la virginidad. Generalmente
provienen de personas que la han perdido.
Como en el cuento de la zorra y las uvas, es
natural menospreciar lo que uno no es capaz de conseguir. Pero las joyas no
pierden valor porque haya personas que son incapaces de apreciarlas.
Ha escrito el P. Lebrato, dominico: ‘Si hubiéramos de responder ateniéndonos a duros hechos
externos que definen masivamente nuestra sociedad, tal vez hubiéramos de
concluir que, a juicio de muchos, la castidad, hoy, es todo lo contrario de un
valor: es un antivalor que hay que arrumbar para siempre. Si fue un valor, hoy
es un lastre.
Pero si la respuesta la damos analizando la
naturaleza misma de la castidad, contrastada con el concepto filosófico del
valor para el hombre, entonces hay que concluir que la castidad es un valor, un
valor por sí mismo, primario y absoluto por su bondad intrínseca y por la
conveniencia esencial con la naturaleza humana.
Acaso todo depende del concepto que tengamos de
castidad. Si la entendemos como una represión, una mutilación, un
comportamiento negativo, una actitud desnaturalizante, entonces no es ni puede
ser un valor. ¿Qué
es entonces la castidad? Sencillamente,
la castidad es el ordenamiento de la potencialidad sexual del hombre en consonancia
con su condición específica de persona racional, inteligente y
autodeterminativa…
Ser un esclavo de los instintos en el campo
sexual, le convierte en animal, lo desnaturaliza de su condición de persona
libre y de su condición de sujeto autodeterminativo. Usar mal de la capacidad
sexual, es una traición a la sexualidad humana. Al ser la castidad la recta
ordenación de las fuerzas sexuales y de la afectividad en el hombre en
consonancia con los fines específicos de la sexualidad y con la condición integral
de la persona como ser inteligente y dueño de sus instintos, no cabe duda que
la castidad perfecciona al hombre en su misma condición de hombre. Una
perfección en lo esencial siempre es un bien. El bien, en sus múltiples formas,
es un valor.
UNA JOVEN DE 16 AÑOS DICE:
Con la castidad yo pienso que aprendemos a
respetarnos a nosotros mismos y a no hacernos animales. Los animales lo hacen
todo por instinto. Si nosotros no tuviéramos un principio regulador, un medio
para dominar nuestros instintos nos haríamos como ellos. Es bonito que
aprendamos a valorar algo que nosotros tenemos y ellos no tienen. Es una
satisfacción disfrutar de algo adquirido por tu propio esfuerzo, por tu
decisión, por tu voluntad. Con la castidad voluntaria yo me hago superior a los
animales. Esto creo que tiene su belleza y su valor…
– ¿Te es fácil vivir la castidad a los dieciséis años?
-En principio, me cuesta, como creo que les
cuesta a los demás. Pero debo confesar que a mí me es fácil vivirla.
– ¿Por qué te es fácil?
-En primer lugar, me doy cuenta de que no merece
la pena perder la castidad por el placer sexual de un momento. Pero acaso me
cueste poco por la educación que he recibido desde mi infancia…
– ¿Encuentras valores en la castidad?
-El saber que nuestro cuerpo tiene un destino
superior al de dejarlo aquí en la tierra. Los planes de Dios sobre los hombres
nos hablan de una glorificación de nuestro cuerpo en la vida futura. Aparte de
la glorificación corporal donada por Dios, tiene que ser también un don de este
cuerpo, el haber sabido conservarlo íntegro, inmaculado, como Él nos lo dio.
Y UNA JOVEN MADRE SOLTERA
CONTESTA:
-En realidad, no ha sido la castidad mi fuerte.
Para mí prácticamente no ha existido. No he sido casta. Pero hoy, que me he
dado cuenta, la considero maravillosa. Para mí la castidad no ha entrado en mi
vida por el hecho de haberme apartado de Dios. Hoy creo que la encontré y la
veo fenomenal.
– ¿Te atreverías a decirme por qué no has sido casta?
-Sí. No he sido casta por el hecho de no pensar,
por vivir al margen de todo. Tal vez por comodidad, por dejadez. Te dejas
llevar por cualquier impulso.
– ¿Cuándo diste el cambio?
-Al mes de dar a luz tuve la oportunidad de
estar sola, pensar mucho, y me di cuenta de que había algo más que todo aquello
que había vivido. Y vi claro que aquel Dios que mis padres y mi colegio me
habían enseñado, existía realmente y era algo verdadero… Si amo ahora la
castidad es porque le amo a Él… Dios importa mucho para mi vida.
– ¿Qué otros valores crees que tiene la castidad?
-Creo que hay otros valores. Antes, que no era
casta, que me dejaba llevar por los impulsos, no era libre. En cambio, ahora
que tiendo más a ser casta, me siento más libre, me he liberado de mis
impulsos. Al dejar esos impulsos a un lado, el mismo cuerpo gana serenidad,
dominio, salud, belleza. Y hasta dignidad, porque el cuerpo no debe ser sólo un
instrumento del placer, sino un medio de realizarse en la vida cumpliendo una
misión' (865).
Por otra parte, la castidad es fácil de guardar,
si se busca el auxilio de la gracia de Dios, y se fortifica el alma con los
sacramentos de la confesión y la comunión.
El mejor consejo que se puede dar al que ha
empezado a rodar por la pendiente del vicio es comunión frecuente y confesión
con un Director Espiritual fijo. Es un remedio seguro para corregirse y salir
del pecado. No hay pecador que resista. El sacramento de la confesión, además
de ser un remedio curativo, es un remedio preventivo. La Comunión y la
Dirección Espiritual dan fuerza y luz para obrar con eficacia.
Dice Charboneau:
’Se puede, por tanto, hablar, y hay que hacerlo, de un
imperativo de la pureza que se impone a los novios, no como una coacción penosa
cuya única finalidad sería crearles molestias, sino como una fuerza interior
que vivifica el amor elevándolo y manteniéndolo en un plano superior. Esta
pureza pretende estar libre de todo desprecio hacia el cuerpo y se basa, al
contrario, sobre el respeto soberano a la carne, a la que restituye su
equilibrio, eliminando los elementos de defección que son un peligro para ella.
En cuanto al amor mismo, lo consolida; y prepara así la felicidad de que gozará
la pareja cuando se halle ligada por la vida común’.
Manuel Viera escribe: ‘El que la castidad prematrimonial sea perjudicial a la salud
es ya un mito descartado hace tiempo por la ciencia médica y la psicología, y
algo en que sólo tratan de creer los que buscan una excusa para no ser castos.
Para Freud toda neurosis era de origen sexual.
Hoy sus mismos discípulos no sostienen esta doctrina. Adler afirma: ‘No siendo verdad que la libido reprimida sea causa de la
neurosis, el dar salida al instinto sexual no cura por sí mismo esta neurosis’.
La castidad educa la voluntad por el vencimiento que supone. Una educación que
no exige esfuerzos, conduce a la anarquía, no forma adultos sino
desequilibrados, sin aptitud para hacer frente a las dificultades de la vida. El
vencimiento propio es indispensable para la formación del ser humano. Decir que
los impulsos sexuales son irresistibles no es científico. La biología moderna
declara que los reflejos genitales pueden dominarse con el ejercicio de la
voluntad. El poder del espíritu sobre el cuerpo, de lo psíquico sobre lo físico
es muy grande. Esto lo confirma la psicología actual' (866).
Dice Robinson: ‘La castidad protege vuestro futuro amor. Los
jóvenes que han sabido estar a la altura de su deber son los que sabrán después
estar a la altura de su amor. El amor conyugal, les va a exigir entrega,
generosidad y sacrificio, y ellos ya traen un buen entrenamiento en todo esto.
Además, el mejor regalo que podréis haceros unos esposos es el de un cuerpo y
un alma íntegros.
La castidad juvenil es un esfuerzo. Pero es un
esfuerzo que lleva consigo una recompensa inmensa.
Un esfuerzo que va reforzando y madurando tu
personalidad. Es un esfuerzo que lleva consigo una profunda alegría. Un
esfuerzo que comprenden y practican los que saben qué es el amor’.
Los jóvenes reciben de la oración fuerza y
entusiasmo para vivir con pureza y realizar su vocación humana y cristiana con
un sereno dominio de sí y con una donación generosa a los demás.
El mundo se ríe de la pureza y de la castidad, como
si se tratara de cosas trasnochadas y pasadas de moda. El mundo dice: ‘Hay que darse el máximo de satisfacciones en la vida’.
Pero Cristo dice: ‘Véncete a ti mismo, toma tu
cruz, procura entrar por la puerta estrecha'(867). El mundo dice: ‘Hay que liberarse de viejos tabúes!’. Pero Cristo
dijo: ‘Bienaventurados
los limpios de corazón' (868).
El mundo dice: ‘El
amor no es pecado. Lo que se hace por amor es bueno’. Pero la Biblia limita las
relaciones sexuales al matrimonio:
‘Absteneos de la
fornicación'(869). ‘Dios juzgará a los fornicarios y a los adúlteros'(870).
2.
EL PUDOR
El pudor es un mecanismo de defensa, propio de
la castidad, que protege instintivamente la intimidad sexual con la vergüenza.
Es un muro protector de la pureza.
Pudor no es miedo al cuerpo desnudo, sino
respeto a él. No es casto el que trata de ignorar lo sexual, sino el que sabe
mirarlo con ojos limpios.
El pudor distingue al
hombre de los animales.
El pudor ayuda a evitar eficazmente excesos y
peligros morales de todo tipo en materia sexual.
Además, evita aquellos aspectos de vulgaridad,
chabacanería y desorden que acompañan a ciertas expresiones sexuales.
Alfonso López Quintás, en su libro ‘El amor humano’ escribe: ‘El
pudor no indica gazmoñería, apego irracional a costumbres pacatas. Supone
respeto a lo más personal del hombre. Protegerse de la mirada ajena, no indica
ñoñería sino salvaguardar su sexo del uso posesivo de los demás. Palpar algo
es, en cierta medida, un acto de posesión. Ver es como tocar a distancia.
Ofrecer a la mirada ajena las partes íntimas del cuerpo supone dejarse poseer
en lo que tiene uno de más íntimo.
Toda exhibición sugiere un
acto de entrega. Hacerlo en público se asemeja a la prostitución'(871).
Dice
el psicopedadogo Bernabé Tierno:
‘La educación del pudor
sólo es posible allí donde imperan ideas nobles y sentimientos limpios.
El pudor sólo es sentido por quien todavía es sensible
a las amenazas que sufre la virtud. En medio de un ambiente que apenas
distingue la línea divisoria entre lo que es bueno y lo que es malo, hay que
devolver a los jóvenes el sentido de dignidad personal, y a la opinión pública
una mayor sensibilidad. Pero no podemos cometer el error pedagógico de atribuir
a toda realidad sexual una sensación de vileza o un sentimiento de vergüenza
que se identifica muchas veces con el pudor.
Los educadores hemos de poner el acento, no
sobre la educación sexual, sino sobre la educación de la persona. No educamos
la sexualidad del muchacho; es él el verdadero artífice de su educación como
persona, que, en consecuencia, se expresa también en sus comportamientos
sexuales. Lo que debe ser educado, no es la sexualidad, sino la persona.
La actitud egocéntrica de la persona hace
neuróticamente compulsiva, especialmente en la adolescencia, la necesidad de autoafirmación
que se manifiesta claramente en el sector de la sexualidad. La compulsión se
hace tanto más fuerte cuanto más se convence el joven de su falta de valía, lo
que le hace aferrarse al sexo como único medio de autoafirmación…
Está claro que una atmósfera cargada de
hedonismo sexual que se nos cuela de rondón en casa a través de la ‘ventana televisiva’, envuelve al joven por
doquier, y no contribuye lo más mínimo a una higiene mental que favorezca el
dominio normal sobre los propios impulsos.
La trivialización de la sexualidad conduce a la
desvalorización de las relaciones heterosexuales, cada vez más frecuentes y
precoces. En el fondo es la desvalorización misma de la persona del ‘otro’ que
queda reducida a la condición de simple instrumento al servicio del placer…
La apología que ciertos
medios de comunicación hacen de aberrantes conductas sexuales contribuye a
deformar el concepto y la naturaleza de los papeles sexuales con los que deben
identificarse los jóvenes'(872).?Esforcémonos por ver todo lo que tiene el
vicio de repugnante y abominable. Esto nos ayudará a amar la castidad. Todo lo
que tiene ella de grande y de noble, de dominio propio y de respeto, lo tiene
el vicio impuro de bajo y despreciable.
La persona impura es una persona sin voluntad.
La razón, que debería ser la señora, se vuelve esclava de los instintos
animales; el hábito vicioso se convierte en el peor de los tiranos, exige cada
vez más y vuelve a la persona egoísta, con un egoísmo de la peor especie: la
persona impura lo sacrifica todo para satisfacer su propia pasión. El vicio
impuro quita a la persona la tranquilidad de conciencia, la alegría, la
libertad, la fe, la esperanza, el verdadero amor, la honra, la fortuna, la
salud y, en fin, la gloria del cielo.
No es raro que a la persona que se deja dominar
del vicio impuro le sobrevenga, antes o después, la dureza de corazón, la pérdida
de la fe, y al fin la condenación eterna.
Hay que tener en cuenta que los pecados contra
la pureza no son los únicos, ni los más graves. No podemos olvidarnos que el
buen cristiano, además de la virtud de la pureza, debe tener la de la justicia
y la caridad. Hay entre nosotros demasiada ambición, avaricia, egoísmo,
soberbia, odio, envidia, ruindad de corazón y falta de honradez profesional.
Los fieles tienen derecho a
ser informados fielmente en la doctrina católica.
El 7 de enero de 1987 la Comisión Episcopal
Española para la Doctrina de la Fe, publicó un documento donde dice: ‘A quienes elaboran materiales catequéticos, de enseñanza
religiosa o de divulgación teológica, les pedimos que pongan un empeño especial
en transmitir con fidelidad e integridad la enseñanza de la Iglesia sobre estos
temas. A los fieles cristianos les asiste el derecho a que no sean
difundidas, con ligereza y arbitrariedad, doctrinas parciales o hipótesis
relacionadas con la moral, y en concreto con la moral sexual, sin que
previamente hayan sido sometidas al estudio y al parecer de la comunidad
teológica y, en última instancia, al discernimiento de los pastores (n 18)… El
fin de las normas objetivas morales no es la represión de la sexualidad, sino
proteger y favorecer que el dinamismo profundo de la sexualidad llegue a su plenitud
y sentido (n 15)’.
Rafael
Gómez Pérez resume la concepción cristiana de la sexualidad así:
a) Dios
estableció la institución matrimonial como principio y fundamento de la familia
y de la sociedad.
b) El
sexto precepto del Decálogo -no fornicar- protege el amor humano y señala el
camino moral para que el individuo coopere libremente en el plan de la
creación, usando la capacidad de engendrar, que ha recibido de Dios, solamente
dentro del matrimonio.
c) El
sexo es un don de Dios abierto a la vida, al amor y a la fecundidad. Su ámbito
natural y exclusivo es el matrimonio. Jesucristo elevó el matrimonio a la
dignidad de sacramento.
d) La
generación no es el resultado de una fuerza irracional, sino de una entrega
libre y responsable -es decir, humana- de acuerdo con la dignidad natural de la
persona creada por Dios.
e) Como
los demás mandamientos, el sexto precepto del Decálogo está impreso en la
naturaleza humana, es parte de la ley natural, y, por tanto, obliga a todos los
hombres.
f) La
virtud de la castidad consiste esencialmente en la ordenación de la función
sexual al fin que Dios le ha señalado; por eso es una virtud positiva que se ha
de vivir según las características de la vocación regida por Dios: virginidad o
matrimonio.
g) Con
frecuencia, la corrupción de las costumbres comienza por los pecados contra la
castidad; se tiende a querer justificarlos, de modos diversos, a través de la
deformación del juicio de la conciencia.
h) Por
tratarse de una exigencia de la ley natural, todos los hombres reciben de Dios
la ayuda necesaria para cumplir este precepto del Decálogo. Por otra parte se
señala la necesidad de medios sobrenaturales que Dios no niega nunca a los
creyentes que los imploran por medio de la oración’.
P. Miguel A. Fuentes, IVE
NOTAS.
(864) – EDUARDO ARCUSA,
S.I.: Eternas preguntas, IV, 2. Ed. Balmes. Barcelona?
(865) – J. R. LEBRATO:
Junto al erotismo, 1ª, II. Ed. Studium. Madrid, 1974. Breve pero
interesantísimo libro en el que se exponen unas entrevistas sobre la castidad a
gran variedad de personas.?
(866) – MANUEL VIERA: Vida
sexual y psicología moderna, VI, 1. Ed. Mensajero. Bilbao?(867) – Evangelio de
San Mateo, 16:24?
(868) – Evangelio de San
Mateo, 5:8?
(869) – SAN PABLO: Primera
Carta a los Tesalonicenses, 4:3?
(870) – Carta a los Hebreos,
13:4?(871) – ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS: El amor humano,XII, 2, a. EDIBESA. Madrid?
(872) – BERNABÉ TIERNO,
Fichas 58 y 59 de Aprender a Educar. YA Domingo, 17 y 24-III- 1991
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