La falta de sobriedad y exceso de comodidades pueden ahogar a los hijos y hacer estéril la educación.
Por: Ignacio Gómara | Fuente: sontushijos.org
Todos, al recibir los hijos que Dios nos da,
deseamos para ellos lo mejor. Sembramos a manos llenas y nos sacrificamos
gustosos para obtener los recursos necesarios para darles un buen hogar, una
buena alimentación, una buena educación… Queremos que crezcan rodeados de
afecto; que crezcan en sabiduría, en virtudes humanas y en vida cristiana. Les
queremos felices ahora y en el futuro. Les queremos sanos y santos, como Dios
les quiere. Para lograrlo, no dudamos en estar vigilantes: si podemos, nos
adelantamos para que no enfermen (¡ponte el
abrigo!); y, con frecuencia,
ponemos límites y prohibiciones preventivas (¡no
te subas ahí!, ¡no cruces la carretera!).
Estamos atentos, activos y sin reparos para decir “no”.
Pero, la falta de sobriedad y el exceso de
comodidades pueden ahogar a los hijos y hacer estériles todos nuestros
esfuerzos. A veces, podemos caer en la sobreprotección de
los hijos y otras veces en permanecer pasivos mientras no se plantean conflictos.
Los efectos de la falta de
educación en la sobriedad no son
inmediatos ni tan visibles como la falta de salud física, pero son igualmente
graves. Como no se notan de inmediato podemos omitir la vigilancia,
despreocuparnos de fomentar la generosidad, no poner límites claros, admitir
por ósmosis o mimetismo conductas que no son adecuadas para los hijos…
y, a veces, cuando se quiere corregir es más difícil.
Hay que tomar decisiones en el campo de la educación
de la sobriedad para prevenir y evitar el desarrollo de
los hijos y anulen la buena siembra que hacemos en otros aspectos de su
educación. En un clima de apegamiento a cualquier tipo de comodidad,
hay que estar vigilantes, reflexionar ante los nuevos retos y las nuevas modas,
actuar y no tener reparos en marcar límites, decir que “no”
y ser diferentes.
No se trata de tener clara la teoría sino de
aplicarla a lo concreto, por eso, os sugiero algunas ideas:
1.
ENSEÑARLES A SER AGRADECIDOS Y MANTENER LA ALEGRÍA.
Dar las gracias no es una cuestión solo de buena
educación. Hay que enseñarles a valorar las numerosas cosas buenas que tienen
sin haberlo trabajado (y que otros no tienen). Que conozcan otras situaciones
de pobreza o enfermedad y valoren especialmente el cariño que encuentran en la
familia por encima del tener cosas. Que experimenten la alegría de dar:
facilitarles ocasiones concretas de ser generosos, dando de lo suyo, aunque sea
poco.
Y mantener la alegría, desterrando la queja de
nuestros hogares, aun cuando lo que falte sea necesario. Cuando falta algo
necesario es una oportunidad educativa única, para demostrarles que la alegría
está en el “ser” y no en el “tener”. Esta preparación es importante de cara a
la adolescencia, época de las montañas rusas anímicas: “bajones
y subidones” por cuestiones sin importancia. Enseñarles a sustentar la
alegría en fundamentos sólidos y no en cuestiones pasajeras o en apetencias.
2. LA SOBRIEDAD EN LA COMIDA Y EN LA BEBIDA.
Caprichos, cantidades, buenas maneras en la
mesa, etc. Por eso, entre otras razones y en la medida de las posibilidades, es
muy interesante hacer las comidas/cenas en familia y que, a través del ejemplo
e indicaciones que les damos, aprendan a ser puntuales (ni picar antes ni
empezar después), a no elegir los primeros o lo mejor, a servir a los demás con
encargos concretos (agua, pan), a escuchar y participar en las conversaciones
con cierto orden. Sin rigidez: no estamos en Versalles.
Y al revés, del capricho y la falta de sobriedad
en la comida y en la bebida puede venir la ruina personal. Como bien sabía el
señor del Rubín de Ceballos que en su escudo señorial tiene el lema: es ardid
del caballero, ceballos para vencellos.
3.
OTRO CAMPO, A MI ENTENDER MUY INTERESANTE Y QUE A VECES DESCUIDAMOS: SOBRIEDAD
EN EL TIEMPO DEDICADO A UNO MISMO.
Con frecuencia, según crecen les vamos exigiendo
autonomía y responsabilidad en sus deberes: autonomía
en el aseo, hacer su tarea-su estudio-su cama, limpiarse sus zapatos, ordenar
su cuarto… No hay que hacer lo que puedan hacer ellos solos.
Eso está muy bien pero, ¿hacen
algo por los demás sin ser ellos los directamente beneficiados? Por
ejemplo, dedicar tiempo a jugar con un hermano más pequeño o a cuidar a un
abuelo aunque no sea divertido… Hay que incitarles para que sean generosos con
su tiempo y sus cualidades buenas. Sobre todo cuando van creciendo hay que
hablar con ellos de los planes de ocio: no se trata de que no hagan nada malo
sino de que hagan algo bueno. Al organizar sus actividades de fin de semana, ¿incluye algo de ayuda a los demás?, ¿actividades
culturales?
Lógicamente esto interpela también nuestros
planes de descanso, ¿qué actividades programamos
los fines de semana y en vacaciones? Por el aburrimiento de los hijos
llega la falta de sobriedad en muchos campos, como el consumo de TV, ordenador
y otros vicios.
4.
OTRA IDEA QUE SE PUEDE CONCRETAR EN MUCHOS DETALLES: QUE TENGAN LA MENTALIDAD
DE ADMINISTRADORES NO DE PROPIETARIOS.
Podemos enseñarles cómo se usan bien las cosas,
cómo se conservan o cómo se aprovechan del todo… y que
nos den cuenta de cómo administran lo que ponemos en sus manos.
En el lenguaje de la cultura actual hablaríamos
de consumo responsable. El ser conscientes de lo que cuestan las cosas, del
proceso de elaboración, de la limitación de los recursos, como el agua o la energía,
y el uso responsable de internet, móvil… es positivo y necesario.
Aprovechar su curiosidad (cuando son pequeños)
para enseñarles el modo práctico de ahorrar gastos en casa, que nos ayuden a
hacer pequeños arreglos, como cambiar bombillas, o encargos para mantener la
casa limpia y en orden.
Pensar en cosas concretas: como usan y cuidan el
material escolar, los juguetes, la ropa… Pensar también como será nuestra
reacción cuando los usan mal.
5.
ENSEÑARLES A DIFERENCIAR LO NECESARIO DE LO SUPERFLUO.
La sociedad de consumo tiende a generar “necesidades” continuas. Hay que resistir y
enseñarles a resistir la presión del ambiente. Por
ejemplo, enseñarles a ser críticos con los mensajes publicitarios del estilo Yo no soy tonto, Me
lo llevo, Tu padre es el único que todavía no sabe…. Tomar la
decisión de no participar en la carrera del tener más.
Para no pasar lo superfluo a necesario es
importante no admitir comparaciones con lo que tienen otros. Lo que tengan los
demás nunca debe ser considerado como “criterio de
necesidad”. Por ejemplo, no hay que entrar en la guerra de “marcas” de ropa (y esto no afecta solo a las
hijas…).
En este apartado de diferenciar lo necesario de
lo superfluo entra la sobriedad “digital”: TV,
cadena de música, móvil, ordenador, wii… Hay grupos empresariales
muy interesados en los jóvenes sin auto-control y con recursos económicos (de
sus padres, claro).
Normalmente cuando hablamos de medios digitales,
hablamos de uso responsable (horarios fijos, tener el ordenador en un lugar de
paso y no en un cuarto personal, control de contenidos…) pero quizá en muchos
casos uso responsable significa no-uso. Lo importante es hacerles reflexionar
sobre su necesidad, ventajas y riesgos.
Valorar siempre si realmente es necesario. Con
los hijos, poner los límites antes de que aparezca el problema. Que nuestra
posición sea conocida y razonada. Así, ni siquiera lo piden. Tener claro que
siempre vamos a tener peticiones insatisfechas (soy el único de la clase…),
porque cuando cedemos en un sitio el límite se corre a la siguiente barrera. Si
persisten es porque esperan vencernos, porque ya han tenido experiencia de
nuestras cesiones. Por su bien, cuando no interesa, no ablandarse. Con más
frecuencia de las que nos gusta reconocer podemos movemos por comodidad o para
que nos dejen tranquilos.
6.
LOS DOS ÚLTIMOS CAMPOS QUE QUIERO ABORDAR SON LA DISPONIBILIDAD DE DINERO Y LAS
CELEBRACIONES Y REGALOS.
Disponibilidad de dinero: por norma, cortos de
dinero. ¿Paga o no paga? Las dos cosas
tienen aspectos positivos pero, personalmente, creo que es mejor que los hijos
no tengan “derechos adquiridos” que van
negociando con nosotros como si la economía familiar fuera los Presupuesto
Generales del Estado. Si necesitan que pidan, así cada vez podremos orientarles
sobre lo adecuado o no de ese gasto. No es razonable que nos quejemos de sus
modos de diversión y a la vez seamos los que se los financiamos…
Sobre las celebraciones y regalos. Conviene
adelantarse y hablar antes con los familiares o padres. Tener unos criterios claros
y conocidos para Reyes, cumpleaños, comuniones... En todas las edades se
presentan retos pero, como es lógico, cuanto antes empecemos la mejor. Se puede
educar en la sobriedad desde muy temprano, desde el primer cumpleaños.
Educar en la sobriedad no consiste
exclusivamente ni principalmente en controlar las influencias negativas y decir a todo que no, sino que se debe buscar
fomentar las conductas positivas: ser agradecidos, actos de generosidad,
aprovechar el tiempo, expectativas culturales…
Como en todas las virtudes, la clave en la
educación es siempre el ejemplo personal,
porque las virtudes no son para predicarlas sino para vivirlas. Además de decir
a los hijos cómo tienen que ser hay que mostrárselo con el ejemplo. Juan Pablo
II en su autobiografía dice de su padre: entre
nosotros no se hablaba de vocación al sacerdocio pero su ejemplo de oración y
austeridad fueron para mí, en cierto modo, el primer seminario (Don y misterio, pag. 35-36).
De nuestro ejemplo y de estar vigilantes para adelantarnos depende que la
semilla que sembramos a manos llenas caiga en buena tierra y de mucho fruto.
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