Durante este mes de junio nos llama nuevamente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Catholic.net
Todo este mes de junio está dedicado al Sagrado
Corazón de Jesús. Por eso vamos a meditar, sobre el significado y la actualidad
de la devoción al Corazón de Jesús.
Este culto se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa
Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el
corazón, dijo: “Mira este corazón que tanto ha
amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio.
Tú, al menos ámame”. Esta revelación sucedió en la segunda mitad del
siglo diecisiete.
Hoy en día, tenemos que preguntarnos: ¿es popular
entre los jóvenes esta devoción? ¿La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de
interés palpitante para nuestro tiempo actual?
Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano que su
significado. Y sabemos que el corazón es símbolo del amor, del afecto, del
cariño. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; significa amor
hecho obras; significa impulso generoso a la donación de sí mismo hasta la
muerte.
Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención
distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el
amor de Dios. También durante este mes nos llama nuevamente a nosotros: ¡Mirad cómo os he
amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!
Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a su llamada. Porque
sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece propia de nuestro
tiempo: está disminuyendo e incluso muriendo el
amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.
Es una característica de los últimos tiempos -
como nos indica la Santa Escritura – de que se “enfriará
la caridad de muchos” (Mt 24,12).
¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad
del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor
desinteresado hacia Dios y hacia los demás? ¿Quién de nosotros no se siente
cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor
auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es amado
verdaderamente por los que lo rodean?
Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, impersonal, porque no
encierra la personalidad total del otro. Amamos algo en el otro, tal vez un
rasgo característico, tal vez un atributo exterior (- su lindo rostro, su
peinado, sus movimientos graciosos -) pero no amamos la persona como tal, con
todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus
fragilidades.
Tampoco amamos a Dios tal como Él lo espera: “con
todo nuestro corazón. Con toda nuestra alma. Con toda nuestra mente y con todas
nuestras fuerzas” (Mc 12,30).
He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado
Corazón de Jesús. A este tan enfermo corazón moderno contraponemos el corazón
de Jesús, movido de un amor palpable y desbordante. Y le pedimos que una
nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio,
un trasplante de nuestro pobre corazón,
reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza.
¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante,
que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Qué encienda en nuestro corazón
el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra existencia humana!
Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María. Ella tiene tan
grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en
nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!
¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
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