martes, 27 de octubre de 2020

PERO NI HAGO NADA MALO... ¿Y EL TESTIMONIO?

 El silencio ante la destrucción de los valores que Dios ha puesto en el hombre es omisión culpable, es complicidad.

Por: Salvador I. Reding V. | Fuente: Catholic.net

Hay quienes se sienten pecadores, y otros, como dice el papa Francisco, que se sienten “justos”, y como agrega, a ambos los busca el Padre. ¿Y por qué a los justos? Pues porque los que se ven como limpios de toda culpa, siempre tienen algunas ¡todos somos pecadores! ¿Qué es lo que sucede? Veamos.
 
Efectivamente, hay muchas buenas personas que tratan siempre de evitar el mal, y así cumplir con la ley divina. No hacen lo prohibido y tratan de hacer lo que nos es ordenado, como amar a Dios, amar al prójimo, honrar padre y madre. Y no está mal, se apegan a los diez mandamientos, pero falta algo, que también es orden divina.
 
Faltan las omisiones, aquello debido pero que NO se hace. Es tan fácil no hacer algo malo, que a veces es simple debilidad de carácter para llevarlo a cabo, miedos a equivocarse, “al qué dirán” y cosas así.
 
Las omisiones de hacer el bien igual son pecados. Basta recordar el juicio divino que prevé el Evangelio, sobre aquellos que vieron a Cristo en el prójimo necesitado y nada hicieron: lo vieron hambriento, sediento, desnudo, abandonado, desprotegido… y no hicieron nada por él, siguieron su camino en su propio confort.
 
Pero aún hay más. Hay quienes sabiendo no enseñan al ignorante lo que saben. No dan consejo a quien lo necesita (aunque no sepa que lo necesita) ni reprenden al equivocado como nos pide la Escritura. Es tan fácil pensar “que se las arregle solo”, que ya se verá con Dios.
 
Y sin embargo a los padres de familia, y hasta a otras personas, les parece correcto, como lo es, educar al niño para la vida, reprenderlo cuando hace mal, enseñarle buenos modales y así. Pero cuando se trata de adultos, ya no se atreven, sobre todo si no los sienten como “suyos” y temen enojarlos.
 
Y vayamos todavía más lejos; el testimonio de la palabra. En el mundo, en nuestro rededor, suceden cosas muy graves en contra de las enseñanzas y mandamientos del Señor, y la gran mayoría se queda callada. Se promueve el crimen del infanticidio por aborto, se destruye a la familia, se tuerce el concepto de matrimonio, se promueve abiertamente la homosexualidad y hasta la pederastia, y la gran mayoría se queja en privado, pero no hace nada para dar la voz de alarma y defender el recto sentido de la vida.
 
El silencio ante la destrucción de los valores que Dios ha puesto en el hombre es omisión culpable, es complicidad. Sí, ¡el silencio es complicidad! y así lo dicen tanto los Santos Padres como personas de buena voluntad. El dicho popular de “el que calla otorga”, aplica.
 
Se ataca a la Iglesia, se defiende el aborto, y muchos se quedan callados, aún en conversaciones grupales, privadas. Mejor no lastimo nuestra amistad, piensan, pero no como convicción, sino como excusa ante sí mismos.
 
Las violaciones a los derechos humanos se dan a niveles terribles en el mundo, y la mayoría se queda callada. Se persigue, martiriza y se asesina cruelmente a personas por el sólo hecho de ser cristianos y no renunciar a su fe… y se quedan callados. Y piden a Dios que haga algo, pero ellos no hacen nada.
 
Afortunadamente hay personas que por medio de la Internet o los de prensa de todo tipo, convocan a la protesta contra la violación de esos derechos humanos, y hacen presión sobre líderes y gobiernos, y rinde buenas cuentas. Otros usan las tribunas parlamentarias, pero a la mayoría de la gente le tiene sin cuidado. Ni siquiera rezan por lo que sí se atreven.
 
Ante el vociferar de pocos a favor de causas perversas, la mayoría calla, esa que el expresidente Nixon llamó “la mayoría silenciosa”. Como otros líderes, religiosos o no han dicho, entre ellos Martin Luther King, que lo que le preocupaba era el silencio de los muchos.
 
Hay quienes toman riesgos al denunciar el mal y propiciar el bien, como quienes oran frente a abortorios o protestan en las calles sin violar las leyes. La verdad es que cada vez es más fácil levantar conjuntamente la voz a favor de las buenas causas, la defensa de la fe y de todos los valores humanos, pero no se hace.
 
Jesús dio a la Iglesia el mandato de ir y predicar a todas las naciones. Pues a nivel personal, como parte de su iglesia, debemos cumplirlo en nuestro entorno o por los medios ahora a nuestro alcance. Quedarse callado es la antítesis de la predicación. Defender la vida, ante el homicidio generalizado en la propia nación y en varias partes del mundo, exigir el respeto a la vida, predicar el ¡NO al aborto!, como buen ejemplo.
 
Así que hay que quitarse la careta de “justo” y reconocer tanto lo que se hace bien, el mal evitado y lo que siendo necesario testimonialmente, se ha dejado de hacer. Así no habrá sorpresas a la hora de rendir cuentas finales al Señor a la hora de la muerte. Ya no se valdrán las excusas, ya no habrá tiempo. Mejor llegar a ese juicio con buenas cuentas, el debido testimonio, el haber levantado la voz. ¿Tan importante es? Sí lo es.

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