El silencio ante la destrucción de los valores que Dios ha puesto en el hombre es omisión culpable, es complicidad.
Por: Salvador I. Reding V. | Fuente: Catholic.net
Hay quienes se sienten pecadores, y otros, como
dice el papa Francisco, que se sienten “justos”, y
como agrega, a ambos los busca el Padre. ¿Y por qué
a los justos? Pues porque los que se ven como limpios de toda culpa,
siempre tienen algunas ¡todos somos pecadores! ¿Qué
es lo que sucede? Veamos.
Efectivamente, hay muchas buenas personas que tratan siempre de evitar el mal,
y así cumplir con la ley divina. No hacen lo prohibido y tratan de hacer lo que
nos es ordenado, como amar a Dios, amar al prójimo, honrar padre y madre. Y no
está mal, se apegan a los diez mandamientos, pero falta algo, que también es
orden divina.
Faltan las omisiones, aquello debido pero que NO se hace. Es tan fácil no hacer
algo malo, que a veces es simple debilidad de carácter para llevarlo a cabo,
miedos a equivocarse, “al qué dirán” y cosas
así.
Las omisiones de hacer el bien igual son pecados. Basta recordar el juicio
divino que prevé el Evangelio, sobre aquellos que vieron a Cristo en el prójimo
necesitado y nada hicieron: lo vieron hambriento,
sediento, desnudo, abandonado, desprotegido… y no hicieron nada por él,
siguieron su camino en su propio confort.
Pero aún hay más. Hay quienes sabiendo no enseñan al ignorante lo que saben. No
dan consejo a quien lo necesita (aunque no sepa que lo necesita) ni reprenden
al equivocado como nos pide la Escritura. Es tan fácil pensar “que se las arregle solo”, que ya se verá con
Dios.
Y sin embargo a los padres de familia, y hasta a otras personas, les parece
correcto, como lo es, educar al niño para la vida, reprenderlo cuando hace mal,
enseñarle buenos modales y así. Pero cuando se trata de adultos, ya no se
atreven, sobre todo si no los sienten como “suyos” y
temen enojarlos.
Y vayamos todavía más lejos; el testimonio de la palabra. En el mundo, en
nuestro rededor, suceden cosas muy graves en contra de las enseñanzas y
mandamientos del Señor, y la gran mayoría se queda callada. Se promueve el
crimen del infanticidio por aborto, se destruye a la familia, se tuerce el
concepto de matrimonio, se promueve abiertamente la homosexualidad y hasta la
pederastia, y la gran mayoría se queja en privado, pero no hace nada para dar
la voz de alarma y defender el recto sentido de la vida.
El silencio ante la destrucción de los valores que Dios ha puesto en el hombre
es omisión culpable, es complicidad. Sí, ¡el
silencio es complicidad! y así lo dicen tanto los Santos Padres como
personas de buena voluntad. El dicho popular de “el
que calla otorga”, aplica.
Se ataca a la Iglesia, se defiende el aborto, y muchos se quedan callados, aún
en conversaciones grupales, privadas. Mejor no lastimo nuestra amistad,
piensan, pero no como convicción, sino como excusa ante sí mismos.
Las violaciones a los derechos humanos se dan a niveles terribles en el mundo,
y la mayoría se queda callada. Se persigue, martiriza y se asesina cruelmente a
personas por el sólo hecho de ser cristianos y no renunciar a su fe… y se
quedan callados. Y piden a Dios que haga algo, pero ellos no hacen nada.
Afortunadamente hay personas que por medio de la Internet o los de prensa de todo
tipo, convocan a la protesta contra la violación de esos derechos humanos, y
hacen presión sobre líderes y gobiernos, y rinde buenas cuentas. Otros usan las
tribunas parlamentarias, pero a la mayoría de la gente le tiene sin cuidado. Ni
siquiera rezan por lo que sí se atreven.
Ante el vociferar de pocos a favor de causas perversas, la mayoría calla, esa
que el expresidente Nixon llamó “la mayoría
silenciosa”. Como otros líderes, religiosos o no han dicho, entre ellos
Martin Luther King, que lo que le preocupaba era el silencio de los muchos.
Hay quienes toman riesgos al denunciar el mal y propiciar el bien, como quienes
oran frente a abortorios o protestan en las calles sin violar las leyes. La
verdad es que cada vez es más fácil levantar conjuntamente la voz a favor de
las buenas causas, la defensa de la fe y de todos los valores humanos, pero no
se hace.
Jesús dio a la Iglesia el mandato de ir y predicar a todas las naciones. Pues a
nivel personal, como parte de su iglesia, debemos cumplirlo en nuestro entorno
o por los medios ahora a nuestro alcance. Quedarse callado es la antítesis de
la predicación. Defender la vida, ante el homicidio generalizado en la propia
nación y en varias partes del mundo, exigir el respeto a la vida, predicar el ¡NO al aborto!, como buen ejemplo.
Así que hay que quitarse la careta de “justo” y
reconocer tanto lo que se hace bien, el mal evitado y lo que siendo necesario
testimonialmente, se ha dejado de hacer. Así no habrá sorpresas a la hora de
rendir cuentas finales al Señor a la hora de la muerte. Ya no se valdrán las
excusas, ya no habrá tiempo. Mejor llegar a ese juicio con buenas cuentas, el
debido testimonio, el haber levantado la voz. ¿Tan
importante es? Sí lo es.
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