viernes, 30 de octubre de 2020

ESCRITO DE UN MAESTRO

Abrimos el portón antes de las 9 y ya están allí. Todos con carita de sueño, ilusión y con su mascarilla puesta. Cada vez las traen más chulas y así se lo celebramos.

Se ponen en fila mientras les tomamos la temperatura, algunos se ponen bizcos mirando la pistola en su frente y nos sonreímos con ellos llenos de ternura; otros vienen desde la puerta sujetándose el flequillo para que sea posible la medición.

Después pasan a otra fila donde guardan la distancia y les echamos gel hidroalcohólico. Ahí dan comienzo 5 horas de bozal ininterrumpidas... ¡y no se quejan! No se las quitan jamás, algunos me vienen: Fernando, me duele en las orejas. Los miro y efectivamente las tienen aprisionadas y aplastadas, les enseño las mías, rojas y camino de ser de soplillo y nos reímos... y a otra cosa, mariposa. Algunos las llevan tan pequeñas que se les sale la nariz, sin mirarlos digo: "Tapa, tapa" y compruebo como el pequeño/a se da por aludido y se sube la mascarilla.

Sólo se la quitan 10 minutos en toda la jornada para desayunar y recriminan a quien se les acerca en ese momento más de lo permitido. Inmediatamente, se la vuelven a colocar y van con ella al recreo. A pleno sol, cada uno en su corralito, con su maestro/a en igualdad de condiciones.

Los ves correr, sudar, caer y levantarse y ninguno se quita la mascarilla. Están resfriados y siguen con ella a pesar de la congestión nasal. Se lavan y se desinfectan las manos innumerables veces. Por fin, a las dos, vuelven a la última fila donde reciben la última dosis de gel.

Ni una queja, ni una transgresión de la norma. No son santos, no regalan nada, nuestro trabajo nos está costando. Pero están dando un ejemplo que al menos, por ellos y por sus abuelos, debería de servirte a ti, gilipuertas, para que te pusieras bien la mascarilla y no sosteniendo las paperas.

Fernando Ruiz Álvarez

 

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