jueves, 1 de octubre de 2020

HOY CELEBRAMOS A SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS, PATRONA UNIVERSAL DE LAS MISIONES

"Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra". Esta es quizás la frase más conocida de Santa Teresa del Niño Jesús, cuya fiesta se celebra cada 1 de octubre. Son palabras sencillas, pero que encierran una profundidad inusitada. Retratan perfectamente la visión de la vida de esta religiosa carmelita descalza, sostenida en una fe inmensa y anclada en un corazón lleno de ternura. Santa Teresita - a pesar de haber sido monja de clausura- es considerada patrona de las misiones y tiene el título de Doctora de la Iglesia.

Santa Teresita del Niño Jesús -también conocida como Santa Teresita de Lisieux- vivió solo 24 años: nació el 2 de enero de 1873 (Normandía, Francia) y murió el 30 de septiembre de 1897. No fueron más de 30 personas las que asistieron a su funeral en el antiguo cementerio de Lisieux. Sin embargo, esta jovencita extraordinaria dejaría uno de los legados de amor más excepcionales para la Iglesia y el mundo.

Una de las formas más sencillas de acercarse y conocer este “legado” es a través de “Historia de un alma”, libro que reúne los escritos personales de la Santa y que fue publicado un año después de su muerte. Se trata, sin duda, de un texto que refleja muy bien lo que sucede en un alma completamente enamorada de Jesús.

Santa Teresa del Niño Jesús, fue proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II el 19 de octubre de 1997. El Papa dijo aquella vez: “Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un lugar entre los grandes maestros del espíritu… El deseo que Teresa expresó de pasar su cielo haciendo el bien en la tierra sigue cumpliéndose de modo admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera nueva, para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos!”, concluyó San Juan Pablo II.

Redacción ACI Prensa

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