El turrón de "Doña Pepa", es un tradicional dulce limeño que se acostumbra a preparar con ocasión a la procesión del Señor de Los Milagros, una de las demostraciones de religiosidad más grande del Perú y Latinoamérica. En el Perú, en el mes morado (mes de Octubre), es casi un pecado no comer el turrón de "Doña Pepa"
HISTORIA
El tradicional turrón de "Doña Pepa" tiene una historia que acompaña a este delicioso postre, una esclava morena de nombre Josefa Marmanillo, que vivía cerca a Cañete era conocida por ser una muy buena cocinera.
FE MORADA
A pesar que no existen registros escritos, testigos de la época, aseguran que a Josefa Marmanillo que era conocida por los lugareños como "Doña Pepa", a finales del siglo XVIII comenzó a sufrir una parálisis en los brazos, lo que la llevó a quedar libre de esclavitud. Esta situación hizo incrementar su fe hacia el Cristo de Pachacamilla y comenzó a creer con fervor sobre los milagros que le atribuían.
Entonces pidió al Cristo de Pachacamilla (Señor de los Milagros) que la sanará de ese mal. Sus plegarias fueron atendidas y Josefa, tenía que viajar a Lima a agradecer al Señor de los Milagros, porque le había curado su cuerpo y su alma. Durante el viaje estuvo ensayando su discurso, pero todo intento de hilvanar ideas fracasaba, el mensaje le parecía pobre, insulso, ella realmente nunca había podido expresar bien sus sentimientos, ella pensaba: ¡Qué diría el Señor de esta negra malagradecida!
Cuando llegó a las cercanías del barrio de Pachacamilla, de donde saldría la imagen, se encontró con un multicolor barullo y un enjambre de personajes que la dejaron estupefacta. La recibió el distraído murmullo de las cuadrillas de cargadores con sus hábitos morados. Luego llamó su atención unas coloridas mixtureras llevando sobre sus cabezas grandes azafates de flores y primorosas frutas de mazapán, membrillos acaramelados y pastillas de canela y azúcar, más allá estaban las sahumadoras, con sus ostentosos pebeteros de plata labrada, eran lindas negritas, muy jóvenes, peinadas con diminutas trenzas, representando a sus “amitas”, que competían al presentar los exóticos inciensos que inundaban el lugar de un misterioso aroma de plegaria.
Muy cerca de las andas del “Cristo Moreno” un grupo de señoras que formaban el coro, cantaban unas sentidas canciones y a su costado, los faroleros portaban luminarias para asegurase que en las cercanías del anda brillara siempre la luz de la fe ocupaban un sitio especial los penitentes, que se imponían discretamente la tarea de pedir limosna en plena procesión para mantener el culto, pero lo que más llamó la atención de la atónita Josefa fueron las vivanderas, que durante todo el recorrido de la procesión y en las calles aledañas ofrecían con alegres gritos, olluquito, cau cau, choclos, anticuchos, choncholíes, emoliente,etc.
Josefa,
absorta, deslumbrada, se vio envuelta en ese torbellino de sensaciones, aromas
y sabores y una explosión de fe en su interior le indicó claramente como tenía
que agradecer al Señor. Quién, sino ella, sabía hacer el más delicioso de todos
los turrones, el más criollo de todos los dulces, sin lugar a dudas era el
suyo, era su turrón.
En la próxima salida del Señor, Josefa ya estaba apostada en una esquina con una tabla especialmente acondicionada y a su paso alzó el turrón con sus dos manos y se lo ofreció al Señor, con fe, con amor, con agradecimiento, multicolor, suave, criollo.
Cuando regresó a Cañete, Josefa contaba que el Cristo había vuelto la cabeza y con una gran sonrisa le había agradecido y bendecido el presente. Josefa se propuso viajar de Lima a Pachacamilla, todos los años a ofrecer su dulce en la Fiesta del Señor de los Milagros, luego fue su hija y la hija de ésta y así sucesivamente, hasta nuestros días, en que el “Turrón de Doña Pepa”, preside, desde hace trescientos años, las expresiones gastronómicas de la muy devota “Procesión del Señor de Los Milagros”.
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