La oración también
es un medio para dar consuelo a los que quedan.
Por: n/a | Fuente: DiocesisdeCelayaMX.blogspot.com
En los velorios hemos de preocuparnos de actuar
con sentido común y, quienes tenemos fe en Dios, también con sentido
sobrenatural.
Cuando se habla de sentido común nos referimos a
que debemos ser prudentes con los dolientes. La prudencia invita a dar consuelo
de palabra y de obra. Y más que las palabras lo más importante es transmitir
compañía en algo que todos conocen pero que resulta difícil asumir y
describir. Un corazón cuando está de luto tiene que ser ungido con el aceite de
la caridad. En definitiva, hemos de procurar transmitir la empatía que nos
permite sufrir con ellos.
El sentido sobrenatural se refiere a que quienes
tenemos fe, sabemos que Dios escucha las oraciones por los difuntos. En este
sentido, los cristianos están llamados
a la esperanza y por esto la acción más apropiada en relación con los que
mueren es la oración, en estos casos de manera especial la oración que va
desde el momento de la muerte hasta el entierro.
La oración también es un medio para dar consuelo
a los que quedan y, de paso, ofrecer un verdadero acompañamiento.
El día anterior, antes de la misa exequial, qué
oportuno resulta rezar ya sea en la casa del difunto o en la sala de velación.
Y aunque probablemente la falta de práctica en
la oración pudiera, por ejemplo, hacer pensar a alguien “¿pero qué oración conviene rezar?”, la respuesta es sencilla: las oraciones que se sepan, con máxima libertad. Cualquier
oración, incluso las oraciones espontáneas tienen valor para Dios.
En estas circunstancias, aparte de la
participación activa como miembros del pueblo de Dios, las personas más
experimentadas en la oración o más conocedoras de la misma, pueden desempeñar
un papel importante para el correcto desarrollo de la oración comunitaria.
En ausencia del ministro ordenado, las oraciones
en la casa del difunto y en el cementerio deben ser dirigidas por laicos.
Alguno de los allegados al difunto también puede dirigir, en el cementerio,
algunas palabras de despedida a los asistentes.
Una de las oraciones que se pueden hacer se
llama responso. Un responso es una oración dialogada en sufragio por el
difunto. No hay que confundir un responso con una misa por el difunto, misa que
se puede celebrar antes del funeral. Todo responso es sin misa.
Otras oraciones que se pueden hacer son el Santo
Rosario (intercalando alguna jaculatoria a favor de la persona difunta) y la
Liturgia de las Horas (el Oficio de los Difuntos).
Ahora bien, el hecho de que se haga una vigilia
de oración en casa o en la sala de velación, donde se haya preparado la capilla
ardiente, no excluye, si se quiere, la posibilidad de tener también momentos en
los que se pueda rendir un “homenaje” (algunas
palabras de elogio, exhibición de fotos, videos,…) a la persona difunta,
realizar algún canto no litúrgico en su honor y finalmente unas palabras de
agradecimiento a las personas que se han hecho presentes (cosas que hay que
evitar en la iglesia).
Ambas acciones no hay que fusionarlas, sino que
es mejor distanciarlas, sin importar el orden de las mismas.
A continuación presento un modelo de responso
que, vista la escasez de sacerdotes, está pensado para ser dirigido por fieles
laicos.
(La letra A/
significa “Animador” (el que dirige
la celebración). T/
significa “Todos”. L/
significa “Lector”. R/.
Respuesta. N. es para decir el nombre
del difunto).
A/. Bendigamos
al Señor que, por la resurrección de su
Hijo, nos ha hecho nacer para una esperanza viva, por Cristo nuestro
Señor.
A/. Aunque
el dolor por la pérdida de un ser querido llena de pena nuestros corazones,
avivemos en nosotros la llama de la fe, para que la esperanza que Cristo ha
hecho nacer en nosotros dirija ahora nuestra oración para encomendar a
nuestro(a) hermano(a) N. en las manos del
Señor, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo.
Señor, escucha en tu bondad nuestras súplicas
ahora que imploramos tu misericordia por tu siervo(a) N.,
a quien has llamado de este mundo: dígnate llevarlo(a) al lugar de la luz y de
la paz, para que tenga parte en la asamblea de tus santos. Por Jesucristo
nuestro Señor.
L/. Lectura
del libro de la Sabiduría (3, 1-6.9)
“La vida de los justos está
en manos de Dios y no los tocará el tormento. La gente insensata pensaba que
morían, consideraba su tránsito como una desgracia y su partida de entre
nosotros como una destrucción; pero ellos están en paz. La gente pensaba que
cumplían una pena, pero ellos tenían total esperanza en la inmortalidad;
sufrieron pequeños castigos, recibirán grandes favores, porque Dios los puso a
prueba y los halló dignos de sí; los probó como el oro en el crisol, los
recibió como sacrificio de ofrenda. Los que confían en Él comprenderán la
verdad, los fieles a su amor seguirán a su lado; porque Dios ama a sus devotos,
se apiada de ellos y mira por sus elegidos”. Palabra
de Dios.
(Se canta o se recita el salmo 129 con la
respuesta que se propone). R/.
: Mi alma espera en el señor, espera en su palabra.
L/. Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los
romanos (14, 7-9. 10c-12) Hermanos: “Ninguno de
nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos
para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos
del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y
muertos. Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito:
“Por mi vida, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, a mí me alabará
toda lengua. Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo”. Palabra de Dios.
“En aquel tiempo, cuando Jesús llegó a Betania,
Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania está como a tres kilómetros de
Jerusalén; y muchos judíos habían venido a ver a Marta y a María para darles el
pésame por la muerte de su hermano. Cuando Marta supo que Jesús venía en
camino, salió a su encuentro mientras que María permaneció en casa. Y Marta
dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí mi
hermano no habría muerto. Pero yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
concederá”. Jesús le dijo: “Tu hermano
resucitará”. Marta respondió: “Yo sé que
resucitará en la resurrección de los muertos en el último día”. Jesús le
dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no
morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de
Dios, el que tenía que venir al mundo”.
(Si quien preside el responso es un ministro
ordenado se puede dirigir a los presentes una breve homilía. De lo contrario se
guardará un momento de silencio. Luego todos hacen la Profesión de fe).
A/. Con la esperanza puesta en la resurrección y
en la vida eterna que en Cristo nos ha sido prometida, profesemos ahora nuestra
fe, luz de nuestra vida cristiana.
T/. Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que
fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María
Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y
sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los
muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre
todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el
Espíritu Santo, la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la
carne y la vida eterna. Amén.
A/. Oremos, hermanos, a Cristo el Señor,
esperanza de los que vivimos aún en este mundo, vida y
resurrección de los que han muerto; llenos
de confianza digámosle:
R/ Tú que
eres la resurrección y la vida, escúchanos.
1.- Recuerda,
Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, y no te acuerdes de los
pecados de nuestro(a) hermano(a) N., roguemos al Señor.
2.- Señor,
por el honor de tu nombre, perdónale todas sus culpas y haz que viva
eternamente feliz en tu presencia, roguemos al Señor.
3.- No
rechaces a tu siervo(a) N., ni lo(la) olvides en el reino de la muerte, sino
concédele gozar de tu dicha en el país de la vida.
4.- Acuérdate,
Señor, de los familiares y amigos a quienes entristece esta muerte y auméntales
la fe para que encuentren consuelo y paz, roguemos al Señor.
5.- Acoge
en tu Reino de vida a todos nuestros seres queridos que han muerto con la
esperanza de la resurrección, roguemos al Señor.
6.- Señor,
sé tú el apoyo y la salvación de los que acudimos a ti: sálvanos y bendícenos
porque somos tu pueblo, roguemos al Señor.
A/. El
mismo señor, que lloró junto al sepulcro de Lázaro y que, en su propia agonía
acudió conmovido al Padre, nos ayude a decir la oración que Él nos enseñó:
T/. Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes
caer en la tentación, y líbranos del mal.
A/. Escucha, Señor, nuestras súplicas y ten
misericordia de su siervo(a) N. para que no sufra castigo por sus pecados, pues
deseó cumplir tu voluntad; y ya que la verdadera fe lo (la) unió aquí en la
tierra al pueblo fiel, que tu bondad divina lo (la) una al coro de los ángeles
y elegidos. Por Jesucristo nuestro Señor.
T/. Y brille para él (ella) la luz perpetua.
A/. Su alma y las almas de todos los fieles
difuntos, por la misericordia de Dios, descansen en paz.
Se puede terminar con un canto.
(La anterior celebración ha
sido tomada del “Ritual de Exequias” de la Comisión Episcopal Española de
Liturgia -2ª edición 1989-).
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