El Vaticano difundió este sábado 13 de junio el
Mensaje del Papa Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres, que se
celebrará el domingo 15 de noviembre de 2020. El mensaje de este año tiene por
título “Tiende tu mano al pobre”.
A continuación, el
mensaje del Papa Francisco:
“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un
código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para
ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar
las barreras de la indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes,
que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una
de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en
sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).
1. Tomemos en nuestras manos el
Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo
Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos
doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres
mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida.
Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo
de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras.
Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados,
su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría.
Y el Señor le ayudó.
Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos
sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas.
Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios: «Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en
tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas
enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad
y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a
Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu
confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en
él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea
que caigáis» (2,2-7).
2. Página tras página, descubrimos
un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación
íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos
sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre
concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.
Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este
Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los
que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor,
es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y
despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios.
De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la
generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se
dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al
prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende
sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del
servicio a los pobres.
3. ¡Qué actual es esta
antigua enseñanza, también para nosotros! En
efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las
religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al
afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella,
es una condición para una vida plenamente humana.
La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas
necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por
intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El
poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a
ponerse siempre uno mismo en primer lugar.
Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para
dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de
emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por
la caridad divina.
Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta
realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y
estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía
de Cristo en nuestra vida cotidiana.
4. El encuentro con una persona en
condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo
podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento?
¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual?
La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia
de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros.
Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en
primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando
un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una
sombra.
El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en
primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y
solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e
invitarlos a participar en la vida de la comunidad.
Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero
ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir.
También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no
tienen lo necesario para vivir.
Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo
cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a
ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.
5. Tender la mano hace descubrir, en
primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de
realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas
manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a
menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto
de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza
en el silencio y con gran generosidad.
Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de
nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los
santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que
viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios»
(Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas
noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de
internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina
soberano.
No es así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia,
el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y
generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y
a estar llenos de esperanza.
6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la
solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha
estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y
desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La mano tendida del
médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio
adecuado.
La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de
sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida
del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el
mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico, quién está
expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente.
La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La
mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los
que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y
mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y
otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de
buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar
apoyo y consuelo.
7. Esta pandemia llegó de repente y
nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e
impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente.
Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al
pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad.
Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es necesario un
entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos,
nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.
Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas.
Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del
límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos
más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han
abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar.
Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio
y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros
hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada
fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad,
capaz de ayuda recíproca y estima mutua.
Este es un tiempo favorable para «volver a
sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por
los demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación
moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...].
Esa destrucción de todo fundamento de la vida
social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios
intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e
impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229).
En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no
cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir
hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.
8. “Tiende
la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad
y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo
destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda
san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio
los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las cargas los unos
de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña que la libertad que
nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno
de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás,
especialmente de los más débiles.
No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la
autenticidad de la fe que profesamos.
El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles
y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma
en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran»
(7,34).
El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso
impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos
afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor
sagrado: «No dejes de visitar al enfermo»
(7,35).
Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y
al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia.
En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa
estimulándonos al bien.
9. “Tiende
la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen
las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a
menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento
diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas
manos que hemos descrito!
De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una
computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando
la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de
naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas
que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza.
Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para
enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que
por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y
también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes
que ellos mismos no observan.
En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener
un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal
egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.
Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los
clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos
interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que
estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y
de paz para el mundo entero.
10. «En todas tus acciones, ten presente tu
final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye
su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace
evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia.
Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más
atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que
nosotros. Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el
propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida
que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse.
Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otro
que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe
distraernos de él. Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero
comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y
movidos al amor.
Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la
sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso
una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite
vivir en la alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con
la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que
sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.
En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la
Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen
María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están
marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un
establo.
Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a
otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante
algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos
predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma
oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada
fraternidad.
Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020,
memoria litúrgica de san Antonio de Padua. FRANCISCO
Redacción ACI Prensa
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