Yo tampoco creía
posible hasta que conocí esta historia.
Por: Solange Paredes | Fuente: Catholic-link.com
«Los ricos se han quedado
pobres y con hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta. Vengan,
hijos, y pónganme atención, quiero enseñarles el temor del Señor. ¿Quieres
tú que tu vida se prolongue y deseas gozar días felices?, Guarda tu lengua
del mal, tus labios de palabras mentirosas. Apártate del mal y haz el
bien, busca la paz y ponte a perseguirla». (Sal 34, 11-15)
En nuestro diario caminar, tenemos días buenos y
otros que no lo son tanto… pero en líneas generales, la mayoría de nuestros
días están compuestos de circunstancias manejables que no afectan nuestra
rutina de forma considerable. ¿Qué sucede sin
embargo si es que la vida nos presenta hechos que lo cambian todo, que hacen de
la desazón una constante? ¿O con situaciones duras de las que no parecemos
salir?
A raíz de estas preguntas, les compartimos un
corto francés llamado «Regarde» («Mira»), ganador del Premio de la Audiencia en el
Voiron Film Festival 2014. En el,
se cuenta la historia de una joven pareja donde el esposo parece tener una
visión optimista de la vida, mientras que la esposa se muestra atribulada por
el peso de la rutina. Su perspectiva de la vida es tan distinta que parecieran
llevar dos vidas completamente diferentes. Hacia el final del video, nos
daremos cuenta de la realidad en la que viven; la misma que suscita el
cuestionamiento de la esposa hacia la actitud de su esposo.
Estas
son algunas frases del corto que me gustaría destacar y que nos ofrecen
elementos apostólicos para reflexionar:
«YO ELEGÍ VIVIR»
Esta es una de las primeras frases con las que
el esposo responde. Aunque corta, esta afirmación nos deja ver que, para él, vivir va más allá de la mera existencia. Asimismo, cuando nuestro Señor se
refiere a la vida, habla de «vida en abundancia». Para un seguidor de
Cristo, esto significa inequívocamente lo mismo que Jesús describe como vida
eterna: «Que te conozcan a Ti, el único Dios
verdadero […]» (Jn 17,
3).
Vale aclarar que abundancia no se refiere
exclusivamente a cosas materiales; sobre todo cuando es el mismo Jesús que nos
asegura que el Padre vela por nosotros al decir: «¿No
es más la vida que el alimento y el cuerpo más que la ropa?» (Mt 6, 25). «Y si Dios viste así a la flor del campo que hoy está y
mañana se echará al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes, hombres de
poca fe?» (Mt 6, 30). «Los que no
conocen a Dios se preocupan por esas cosas. Pero el Padre de ustedes sabe que necesitan
de todo eso. Por lo
tanto, busquen primero el Reino y la Justicia de Dios, y esas cosas vendrán por
añadidura» (Mt 6,
32-33).
Es así que, vivir
en abundancia no se centra en la
riqueza o pobreza, pues no son un indicio cierto de nuestra posición con Dios.
El rey Salomón tuvo a su disposición todo tipo de bendiciones materiales, pero
las halló sin sentido: «vanidad de vanidades» (Ec 5, 9-15). San Pablo, sin
embargo, al ser un hombre que conoció y amó a su Señor estuvo en la posición de
aseverar: «En efecto, aprendí a acomodarme con lo
que tengo. Sé pasar por privaciones, como vivir en la abundancia. Estoy
entrenado para cualquier momento o situación: estar satisfecho o hambriento, en
la abundancia o en la escasez. Todo lo puedo en Aquel que me fortalece»
(Fil 4, 11-13).
Por lo tanto, el buen vivir y la felicidad no
dependen de circunstancias fortuitas que se dan a lo largo del tiempo o de
otros criterios humanos que tratan de imponerse en nuestra cultura actual. Vivir de verdad será posible si y sólo si se basa y se sostiene en una
relación cercana con Dios. Para los católicos, esto significa frecuentar los
sacramentos, sobre todo, la Eucaristía, puesto que en ella se encapsula el Cuerpo y la Sangre, el
Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo.
«¿ES QUE ACASO TU VISIÓN DE LA VIDA TE HA HECHO MÁS FELIZ?»
¿Quién alguna vez no se ha
dejado abatir por ciertas situaciones desgastantes? Nos
hemos dejado consumir por nuestras preocupaciones, por la ansiedad o el mero
desencanto cuando, al analizar ciertos hechos, no parece haber salida y nos
hacemos presas de la depresión o la desesperación.
En efecto, esto es lo que sucede con la esposa
en esta historia. Parece que extrapola las penas de hoy y las lleva al futuro,
por lo que cae en el desánimo y en el cansancio del alma, sin esperanza. Su
esposo, con mucha sabiduría la invita a analizar si esta forma de mirar las
cosas le ha traído alguna ventaja. Al obtener una negativa como respuesta,
podemos caer en cuenta de lo cierta que es la enseñanza de nuestro Señor cuando
nos recomienda: «No se preocupen por el día de mañana, pues el
mañana se preocupará de sí mismo. Basta con las penas del día» (Mt 6, 34).
«TODOS TENEMOS EL PODER DE APRECIAR LO QUE TENEMOS»
De nada sirve enfocarnos en todo lo que nos
falta y llenarnos de desaliento si no aprendemos primero a apreciar lo que sí
tenemos. San Pablo nos da el mismo consejo cuando dice: «Fíjense en todo lo que encuentren de verdadero, de
noble, de justo, de limpio; en todo lo que es hermoso y honrado» (Fil 4, 8). Pensar así y
aplicar este consejo a nuestras propias vidas, nos permitiría también descubrir lo que podríamos hacer mejor nosotros desde
nuestra posición actual.
Más aún, fijarnos en lo bueno dondequiera que
nos encontremos es una forma también de
encontrar a
Dios en la cotidianidad de nuestra vida; sería más fácil
darnos cuenta de su presencia y el gran consuelo que ella representa para
nuestra alma.
«La
verdadera felicidad no depende de alguien más»
«La frase completa diría la
verdadera felicidad no depende de alguien más, de ningún objeto exterior, solo
depende de nosotros mismos» (Dalai
Lama). Es bueno recordar que, aunque la premisa de esta oración propuesta
por el Dalai Lama está de acuerdo con las enseñanzas de nuestro catecismo -es
decir, no podemos basar nuestra felicidad en cosas circunstanciales ni
falibles- los católicos no creemos que la felicidad dependa únicamente de
nosotros mismos.
La muerte de un ser querido, un accidente o un
diagnóstico adverso son algunas de esas situaciones que nos modifican la agenda
inmediatamente, lo paralizan todo y es completamente natural entristecerse. La
diferencia, sin embargo, entre un alma que hace de Dios su refugio y una que no, es que la tristeza circunstancial
no afecta el gozo quieto pero profundo de aquel cristiano que está puesto sobre
la roca, que es Dios. Es por esto que, la Iglesia recomienda vivamente acudir a
la fuente de aguas vivas, fuente de Consuelo y Paz: la Eucaristía.
Dado que somos Templo del Espíritu Santo, pienso
que la felicidad no puede venir sólo de nosotros, criaturas finitas, sino de Dios en nosotros.
La frase del Dalai Lama nos sirve, sin embargo, para abandonar posturas de
víctimas donde culpamos a las circunstancias que «no
nos dejan avanzar». Mientras
creamos eso, no podremos asimilar la lección de vida que Dios quiere lograr que
aprendamos, nos veremos forzados a estar en esas situaciones hasta que hayamos
tenido la gracia de aprender la lección y pasar al siguiente nivel de
perfección al que nuestro Señor nos quiere llevar.
Para terminar, comparto un fragmento de la carta
de San Pablo a los Filipenses donde los anima y los urge a alegrarse en el
Señor, pues esto también es dar testimonio de ser cristiano: «Alégrense en el Señor en
todo tiempo. Les repito: alégrense, y den a todos muestra de un espíritu muy
comprensivo. El Señor está cerca: no se inquieten por nada. En cualquier
circunstancia recurran a la oración y a la súplica, junto a la acción de
gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que es
mucho mayor de lo que se puede imaginar, les guardará su corazón y sus
pensamientos en Cristo Jesús» (Fil
4, 4-7).
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