No olvidemos así que
quien nos oye es nuestro hermano, y que en vez de ser derribado necesita ser
ayudado.
Por: José Miguel Arráiz | Fuente: ApologeticaCatolica-org
Desde hace algún tiempo tenía la intención de
escribir sobre el tema, aunque desde ya digo que esto son sólo consejos basados
en mi opinión personal.
CARIDAD
“Al contrario, dad culto
al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a
todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y
respeto.” (1 Pedro 3,15)
El punto más importante y en el que más solemos
fallar los que nos dedicamos a la apologética (yo incluido). Muchos se engañan
y se auto-justifican diciendo que a veces para defender la fe hace falta
palabras fuertes. Otros evocan cómo en otros tiempos algunos padres de la
Iglesia trataron duramente a los herejes de antaño y pretenden ellos hacer lo
mismo hoy en día. Me consta (porque he cometido el mismo error) que eso sólo
genera resentimiento en aquellos con los que se debate y hace que nuestro
adversario dialéctico se cierre a cualquier posibilidad que hubiese existido de
razonar. ¿Queremos aplastarlos o moverlos a la
conversión? ¿Humillarlos o hacerlos pensar? ¿Buscamos ganar almas o alimentar
nuestro ego? ¿Servir a Dios o pecar?
Hoy en día es un hecho que parte de la jerarquía
católica sufre una gran desidia por la apologética, y para suplir la
deficiencia muchos laicos hemos tenido que tomar sobre nuestros hombros la
tarea de la defensa de la fe (está escrito que “si
hii tacuerint lapides clamabunt” [si estos callan, gritarán las
piedras]), pero el riesgo de que no contemos con una preparación adecuada nos
expone a terminar disfrazados como cruzados con seudónimos como “martillo de herejes”, pensando que la apologética
es una especie de deporte donde lo importante es vencer el enemigo. Nos
olvidamos así que el enemigo es más bien nuestro hermano, y que en vez de ser
derribado necesita ser ayudado. Aunque su comportamiento llegue a ser en
ocasiones sumamente irritante y difícil de tolerar, debemos tratar de entender
que es una víctima de un círculo vicioso que lo ha capturado y lo ha convertido
en replicador de personas que piensan como él. Si nos ponemos en sus zapatos
(la empatía es muy importante para el apologeta) entenderemos que gran parte de
ellos están genuinamente convencidos de que la Iglesia Católica es todo lo malo
que les han contado y que sirven a Dios sacando personas de ella. ¿Sabes cuantos llegaron a ser católicos fieles y devotos
que antes fueron furibundos protestantes, pero se convirtieron cuando alguien
se tomó en serio la tarea de explicarles pacientemente las verdades de la fe
católica?
Evidentemente muchas veces nos encontraremos con
hermanos separados que probablemente estarán tan prejuiciados que la
probabilidad de cualquier diálogo fructífero será casi nula. Si esa es la
situación pienso que lo mejor es no invertir más tiempo en él, con la excepción
de que sea un diálogo público en donde otros necesiten ser reforzados en la fe.
En esos casos hay que asegurarse de dejar suficientemente clara la doctrina
católica -pero siempre con respeto-, para que aunque nuestro adversario no de
su brazo a torcer, la verdad católica brille ante el resto de los observadores.
Es por eso que enseña la Iglesia que debemos
hacer “todos los intentos por eliminar palabras,
juicios y actos que no sean conformes, según justicia y verdad, a la condición
de los hermanos separados, y que, por tanto, puedan hacer más difíciles
nuestras mutuas relaciones” (Concilio Vaticano II, Unitatis
Redintegratio, 4). Pero también nos exige que debemos “exponer claramente la doctrina, pues nada es tan
ajeno al ecumenismo como un falso irenismo, que daña a la pureza de la doctrina
católica y oscurece su genuino y definido sentido” (Concilio
Vaticano II, Unitatis Redintegratio, 11)
ORTODOXIA
Para poder hacer bien apologética hay que estar
doctrinalmente bien formado, y para eso no hay otro camino que estudiar y
nutrirse de fuentes ortodoxas de doctrina. Somos laicos y no contamos con la
formación teológica de un sacerdote por lo que debemos asegurarnos de estar muy
bien documentados en cada tema. Yo acostumbro estudiar que enseña al respecto
el Catecismo oficial de la Iglesia
Católica, y luego
acudo a varios manuales de teología dogmática con aprobación eclesiástica
(porque hacen un buen resumen de cada doctrina). También suelo recurrir a los
distintos libros especializados (además de eso nunca está demás consultar a
aquellos que saben más que nosotros. Un sacerdote o algún obispo de probada
ortodoxia).
No hay que olvidar que queremos transmitir la
doctrina católica, no otra, por tanto asegúrate de estar transmitiéndola
íntegramente. En la actualidad hemos visto como en algunos debates incluso
conocidos apologetas católicos erraron terriblemente. Errores que pudiesen
haber evitado si se hubiesen documentado en las fuentes mencionadas, o inclusive
en la enseñanza del Magisterio. No dejes que te suceda a tí lo mismo.
HUMILDAD
Muchas veces somos como aquel “neófito, o recién bautizado” que “hinchado de soberbia” caemos en el mismo
error que causó “la condenación del diablo
cuando cayó del cielo” (1 Timoteo 3,5) y cuando nos equivocamos no
queremos dar el brazo a torcer. Si ganamos prestigio reconocer un error se hará
cada vez más difícil porque nuestro orgullo envanecido se resistirá, pero
siempre tenemos que tener presente que primero está la verdad, y que flaco
servicio hacemos a Dios, al prójimo y a nosotros mismos si nos obstinamos en el
error. Ten presente que todos tenemos puntos ciegos, por lo tanto está siempre
dispuesto a reflexionar sinceramente cuando puedes estar equivocado, y tener la
valentía de reconocerlo y rectificar.
SANTIDAD
Importantísimo para cualquiera que se dedique a
la apologética es no descuidar su salud espiritual. El Señor nos pide ser
santos y nos concede la gracia para ello. Muchas veces fallamos en los puntos
anteriores precisamente porque fallamos aquí. Si no estamos llenos del amor de
Dios tenderemos a ser agresivos e intolerantes con los demás incluyendo
los hermanos separados. La apologética no es por tanto sólo un trabajo que hay
que hacer, sino que hay que acompañarla con la oración (Ora et labora).
Por lo tanto, procura vivir en gracia de Dios,
recibir asiduamente los sacramentos y mantenerte continuamente en oración para
que puedas transmitir ese amor a nuestros hermanos separados y al mismo tiempo
reafirmar en la fe a nuestros hermanos católicos.
Continuará...








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