Vamos a ver si
conseguimos no hacer más tonterías que las imprescindibles. La
situación nos supera y nos rebasa. Los muertos por coronavirus,
especialmente en España, nos abruman cada día. A estas horas llevamos más de
ocho mil muertos y nos acercamos a los cien mil contagiados. Además de todo
esto, nos llegan los reproches de muchas personas y colectivos acusando a la
Iglesia de no estar aportando nada ante esta situación. Ya sabemos
que no es así, pero estas cosas duelen.
El riesgo de que se nos junten las dos cosas es que nos veamos en la apremiante necesidad de soltar ocurrencias y
posibles acciones que pareciendo una panacea pequen de lo peor: populismo, ineficacia y agravamiento de la situación.
Un ejemplo. Leo esta mañana
que el cardenal Tagle, ante esta pandemia y la
profunda crisis económica que se nos viene y que, como es natural, afectará más
a los más pobres, propone “un Jubileo especial por el
coronavirus, durante el cual los países ricos supriman las deudas a los
fuertemente endeudados”. Entiendo
que estas cosas caigan bien, pero lo mismo sucede que este remedio pudiera ser
peor que la enfermedad,
porque si al que presta se le “obliga” a
condonar, lo mismo para la próxima dice que más garantías y mayores
compensaciones, o que, si no, no se vuelve a arriesgar, lo cual supondría dejar
al pobre sin deudas hoy, pero con un futuro aún más incierto.
Alguna vez he dicho que, en
términos muy generales, los clérigos de economía
sabemos poco y que tenemos la mala costumbre de
fiarnos de economistas escorados a la izquierda, que,
curiosamente, sostienen unas ideas que acaban empobreciendo más a los pobres.
Todavía no me he recuperado de aquel folleto de Cáritas que, ante el grave
problema de la gente sin hogar, entre otras cosas proponía la dación en pago y
la ocupación de viviendas vacías. Necesitaríamos los clérigos
fiarnos de unos asesores económicos de solvencia acreditada, fe sólida y
experiencia real en el mundo.
Llevamos unos días, casi
semanas, en los que se nos bombardea desde el
gobierno con toda una serie de medidas económicas que merecería la pena estudiar y ante las cuales
bien podríamos como Iglesia ofrecer una reflexión al pueblo de Dios. Sin prisa,
por supuesto, pero sin pausa.
Habría
que hacer una seria reflexión sobre lo que hoy se está proponiendo y que, a la
vez que unos dicen que es la panacea, otros afirman que será la ruina de España
para años. Por eso digo que necesitamos
economistas juiciosos, empresarios, autónomos, sindicalistas capaces de una
reflexión medio sensata sobre lo que se nos viene encima.
Es
fácil proclamar la necesidad de condonar la deuda externa de los países pobres,
exigir que a los ricos se los fría a impuestos, seguir forzando a la banca,
rescatada en su momento, es verdad, especialmente las entidades dirigidas por
políticos, machacar con gastos a los empresarios, prohibir los despidos o los desahucios,
que a lo mejor hay que hacerlo. Lo difícil es hacer un plan
que, a medio plazo, resucite la economía de un país, y de esto
los clérigos sabemos poco, entre otras cosas, porque no tenemos familia que
mantener ni sabemos lo que es no llegar a fin de mes.
En estos días creo que nuestro papel es otro, y ya se está haciendo: poner todos nuestros medios
a disposición del gobierno, ayudar económica, personal y materialmente con todo lo que sea posible ¡benditas monjas, algunas casi coetáneas de Matusalén
cosiendo mascarillas!, rezar, atender a enfermos, moribundos y
familias, poner a Cáritas a tope. Pero, de verdad, lo de la
economía, mejor lo dejamos, que no es lo nuestro.
Jorge González
Guadalix
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