En el libro de los
salmos hay oraciones preciosas para tiempos de tribulación, y el principal
resorte siempre es la confianza en Dios. Él nunca nos falla. «Clamaron al Señor
en su angustia, y los libró de la tribulación»
Vivimos
tiempos de tribulación. Al parecer, fallan los pronósticos, las seguridades, los cálculos
científicos, las acciones de gobierno, tantas cosas.
Al mismo tiempo, vemos brotar una gran capacidad de entrega con el riesgo de su propia
vida en tantos ciudadanos que están al servicio de los demás: sanitarios, orden público, transporte, servicios
fundamentales, generosidades cotidianas de los vecinos. En el libro de los
salmos hay oraciones preciosas para tiempos de tribulación, y el principal
resorte siempre es la confianza en Dios. Él nunca nos falla. «Clamaron al Señor en su angustia, y los libró de la
tribulación» (Salmo 107,6).
Nuestra
época está muy orgullosa de sí misma, y le es difícil en este ambiente esperar
de Dios la salvación. Confía más en los avances de
la ciencia, en los recursos de una sanidad bien montada, que no están en contra
de la confianza en Dios. El orgullo humano conduce al hombre a pensar que Dios
es un estorbo, un impedimento para el progreso. El creyente, sin embargo, sabe
que Dios no es rival del hombre y que todos los avances de la ciencia y la
técnica reflejan la sabiduría y el poder de Dios, que hace al hombre partícipe
de la sabiduría divina para conducir el mundo a su plenitud. Dios siempre está
detrás de todo lo bueno que el hombre realiza.
Los
tiempos de tribulación pueden hacernos replantear nuestra relación con Dios y
con los demás. Para muchos estos tiempos
serán ocasión de invocar a Dios en su angustia, y experimentar que Dios está a
nuestro lado, de nuestra parte. La cercanía de Dios no es fruto de una
debilidad humana, sino que es nuestra verdadera fortaleza. Y nos daremos cuenta
de que la relación con los demás debe replantearse como donación y entrega en
la misión que Dios ha confiado a cada uno.
Las
parroquias siguen «abiertas» con todas las restricciones propias de un estado de alarma. Los párrocos, disponibles para el servicio al pueblo de Dios. Y dentro de este servicio,
cuidemos especialmente a las personas mayores, cuya vida es preciosa y por
ningún concepto hemos de descartar.
Estemos cercanos a las
personas que sufren la pérdida de algún ser querido. Solicité a la autoridad
competente que en el pequeño grupo que acompaña al difunto en el
momento del sepelio, pudiera estar el párroco, pues la persona que
fallece es miembro de una comunidad parroquial. Y así se nos ha concedido. A
las funerarias les pedimos que en su servicio funerario sigan avisando al
párroco cuando tengan noticia de un fallecimiento; y el párroco, en la medida
de lo posible, estará junto al difunto y al pequeño grupo de familia en ese
momento tan doloroso, que nos abre a la esperanza del cielo.
La
comunión eucarística queda aplazada. La inmensa mayoría de los fieles hagan comunión
espiritual, cuando asisten a la Misa televisada. Si algún familiar sale a
comprar o pasa por la parroquia, el párroco podrá darle la sagrada forma para
que, llevada con el máximo respeto, puedan comulguen los de su casa, como se ha
hecho en tiempo de guerra.
La
confesión y el perdón que nos viene por este sacramento, quedan igualmente aplazados; el Papa
Francisco nos invitaba al acto de contrición por el que pedimos perdón de
nuestros pecados, y Dios nos perdona en ese momento, con el propósito de
confesarnos en cuanto podamos. Al mismo tiempo, ofrecerle a Dios cada día las
limitaciones de esta situación, los trabajos y todos los sufrimientos, nos
alcanza indulgencia plenaria para nosotros y para los difuntos. En estos
momentos de tribulación, la Iglesia abre de par en par los tesoros de su gracia
para venir en nuestra ayuda.
Por último, estos graves
momentos son también momentos para la generosidad
del bolsillo. Muchos hermanos y conciudadanos nuestros no
tienen para comer, así como suena. Y ni siquiera pueden salir a pedirlo.
Activemos más que nunca las
Cáritas de las parroquias con jóvenes voluntarios. Cáritas diocesana repartirá
comida para la ciudad en número abundante. Se reciben donativos a los distintos
niveles. También el obispo abre una cuenta para atender las necesidades que
brotan de esta nueva situación, en la que no podemos olvidarnos de los pobres:
Rezo
especialmente por todos vosotros y espero el apoyo de vuestra oración.
Recibid mi
afecto y mi bendición:
+ Demetrio
Fernández, obispo de Córdoba
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