San Francisco Javier deseaba
contagiar a todos con su celo evangelizador y solía decir: «Si no encuentro una barca, iré nadando». Al ver
la apatía de los cristianos ante la necesidad de evangelizar comentaba: «Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se
precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar». Anunciar a
Jesucristo es deber ineludible de todo cristiano y el Concilio Vaticano II nos
exhorta: «El verdadero apóstol busca ocasiones de
anunciar a Cristo con la palabra, a los no creyentes para llevarlos a la fe y a
los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más
fervorosa, porque la caridad de Cristo nos urge» (Apostolicam
actuositatem, n. 6).
En
este día celebramos la fiesta de San Francisco Javier que, como nos refiere la
historia, fue un hijo predilecto de Navarra, fue sacerdote de la Compañía de
Jesús y es Patrono de las misiones de la Iglesia Universal junto con Santa
Teresita del Niño Jesús.
Se le suele llamar el apóstol de las Indias y dio
testimonio de su fe cristiana en el siglo XVI. Siguiendo a su gran amigo San
Ignacio de Loyola, tuvo un ardiente celo por hacer de su vida un canto a la
Gloria de Dios, al amor de Cristo entregando su vida por la salvación del
género humano. Bien se puede entender en San Francisco Javier lo que dice el
profeta Jeremías: «A donde yo te envíe irás, y lo
que yo te mande, lo dirás. No les tengas miedo; que estoy contigo para
librarte, dice el Señor» (Jer 1, 7b-8).
Al ser patrono de las Misiones
hoy, tenemos la dicha, que varios misioneros hayan venido a rogar al Santo por
su nueva misión en diversas partes del mundo. ¡Es
impresionante la gran labor que realizan los misioneros! España aún sigue siendo pionera de este
gran servicio de amor por la humanidad (hay más de 12.000 misioneros repartidos
por todo el mundo). La fe mueve montañas como dice Jesús: «Porque os aseguro que si tuvierais fe como un grano de
mostaza, podríais decir a este monte: ‘Trasládate de aquí allá’, y se
trasladaría, y nada os sería imposible» (Mt 17, 20). A través de la
historia hemos constatado experiencias que exigen una mayor entrega y este don
lo concede el Señor a muchos.
«La fe aunque
por su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe
por la que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la
voluntad se adhiera a determinadas verdades…La otra clase de fe es aquella que
Cristo concede a algunos como don gratuito…capaz de realizar obras que superan
toda posibilidad humana…Procuremos, pues, llegar a aquella fe que de ti depende
y que conduce al Señor a quien la posee, y así el Señor te dará también aquella
otra que actúa por encima de las fuerzas humanas» (San Cirilo de Jerusalén,
Catecheses 5, 10-11).
El hecho de que la fe
verdadera puede trasladar o remover obstáculos parecidos a montañas está
confirmado por muchas experiencias de nuestro tiempo. La labor misionera es una
de ellas. ¿Quién entiende la experiencia de un misionero o misionera que va a
tierras más pobres que de las que sale? O ¿Quién entiende que deje todo
para irse por lugares desconocidos como San Francisco Javier? Sólo el amor a
Jesucristo y la confianza en él pueden llevar a realizar estas «locuras de
amor».
Las lecturas que hemos
escuchado hoy refuerzan este modo de vida: «Porque,
siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a todos. Me he
hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a
todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio,
para participar yo también de sus bienes» (1Cor 9, 19-22).
Anunciar
a Jesucristo es deber ineludible de todo cristiano y el Concilio Vaticano II nos
exhorta: «El verdadero apóstol busca ocasiones de
anunciar a Cristo con la palabra, a los no creyentes para llevarlos a la fe y a
los fieles, para instruirlos, confirmarlos y estimularlos a una vida más
fervorosa, porque la caridad de Cristo nos urge (cfr. 2Cor 5,14), y en el
corazón de todos deben resonar las palabras de San Pablo: ¡Ay de mí si no
evangelizara! (cfr. 1Cor 9,16)» (Apostolicam actuositatem, n. 6).
Este es el talante del
misionero, del auténtico misionero. Tal vez apresados por las prisas y por los
acontecimientos momentáneos, se pierden posibilidades para evangelizar tal y
como hoy nos urge la sociedad. Si estamos esperando que haya demanda por parte
de aquellos que necesitan el alimento y medicina del Evangelio, no se logrará.
Conviene «salir a las periferias» personales,
familiares y sociales para provocar, como hace el médico ante el enfermo, y
poner en alerta a los interlocutores. Este era el método que utilizaba San
Francisco Javier.
La misión no tiene tiempo para
descansar y menos para vivir cómodos. Nada ni nadie podía desanimar a San
Francisco Javier. Solía decir: «Si no encuentro una
barca, iré nadando». Al ver la apatía de los cristianos ante la necesidad de
evangelizar comentaba: «Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos
se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar». Deseaba contagiar a
todos con su celo evangelizador. Quedó tan arraigado, en el corazón de San
Francisco Javier, el mandato de Jesucristo a sus apóstoles: «Id y haced
discípulos de todos los pueblos» (Mt 28, 19) que era el
motivo fundamental de su anuncio evangelizador.
El evangelizador misionero no
está exento de críticas e incluso persecuciones. Son los momentos de mayor
soledad. Pero el Señor afirma: «Y sabed que yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
El misionero encuentra aquí la fuerza que le sustenta en sus diversas correrías
por muy penosas que estas sean.
Deseo que la pasión por la
misión esté en nuestra vida, puesto que la sociedad necesita a
Jesucristo y nosotros tenemos la gran responsabilidad de anunciarlo con nuestro
testimonio al haber recibido la gracia del bautismo y la experiencia de fe.
La sociedad necesita la Luz de Cristo, la Verdad que es Él y el Camino que nos
muestra la vereda para llegar al Cielo. El ser humano está llamado para la
Salvación y no para la frustración.
Hoy se lo pedimos a
San Francisco Javier por medio de Santa María Reina de las Misiones. Os deseo
un feliz tiempo de Adviento que nos prepare para vivir el encuentro con el Niño
Dios y desde Él os aseguro una Feliz Navidad.
Monseñor Francisco Pérez González
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