La Iglesia tiene su
centro en la santidad en Jesucristo, no en sus sacerdotes.
Por: Alfonso Aguiló | Fuente: Fluvium.org
Muchos dicen que ellos sí creen en Dios, pero no
en los curas, y que no tienen por qué hacer caso a lo que diga la Iglesia.
En lo de creer en Dios y no en los curas,
estamos totalmente de acuerdo. Y precisamente porque la fe tiene por objeto a
Dios, y no a los curas, hay que distinguir bien entre la santidad de la Iglesia
y los errores de las personas que la componen.
La Iglesia no tiene su centro en la santidad de
esas personas que hayan podido dar mal ejemplo (ni en las que lo han dado
bueno), sino en Jesucristo. Por eso no tiene demasiado sentido que una persona
deje de creer en la Iglesia porque su párroco es antipático, o poco ejemplar, o
porque un personaje eclesiástico del siglo XVI hizo tal o cual barbaridad. A
todos nos molesta la falta de coherencia de quien no da buen ejemplo. Y fue el
mismo Dios quien dijo -puede leerse en el Nuevo Testamento- que a esos los
vomitaría de su boca. Pero el hecho de que un cura -o muchos, o quien sea-
actúe o haya actuado mal en determinado momento, no debería hacer perder la fe
a nadie sensato. El hecho de que haya habido cristianos -laicos, sacerdotes u
obispos- que se hayan equivocado, o hayan hecho las cosas mal, o incluso muy
mal, aunque como católico y como persona me resulte doloroso, no debe hacerme
perder la fe, ni pensar que esa fe ya no es la verdadera. Entre otras cosas,
porque si tuviera que perder la fe en algo cada vez que viera que actúa mal
alguien que cree en ese mismo algo, lo más probable es que ya no tuviera fe en
nada.
Y cuando se recurre a esas actuaciones
desafortunadas de eclesiásticos para justificar lo que no es más que una
actitud de comodidad, o para ignorar la realidad de unas claudicaciones morales
personales que no se está dispuesto a corregir, eso ya me parece más triste.
Escudarse en los curas para resistirse a vivir conforme a una moral que a uno
le cuesta aceptar, es -además de clerical- un poco lamentable.
Personalmente puedo decir, como tantísimas otras
personas a las que he tratado, que a lo largo de mi vida he conocido a
sacerdotes excepcionales. Sé que no todo el mundo ha sido tan afortunado. Mi
consejo es que, si has tenido algún problema con alguno, que fuera de carácter
difícil, o que quizá tuviera un mal día y no te tratara bien, o no llegara a
comprenderte, o no te diera buen ejemplo, o lo que sea..., mi consejo es que no
abandones a Dios por una mala experiencia con uno de sus representantes. Nadie
es perfecto -tampoco nosotros-, y hemos de aprender a perdonar... y a no echar
a Dios las culpas de la actuación libre de nadie.
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