La
Entrenadora de Vida Personal, Anne Hartley, comparte su historia de crecimiento
personal.
Anne
abandonó un negocio exitoso, tomó un par de decisiones no sabias, y se mantuvo
a flote por un tiempo hasta que creó su proceso de Diez Pasos para el
Entrenamiento de Vida. Este proceso se basa en comprender y vivir de acuerdo a
los valores personales propios.
Anne
comenzó una nueva carrera como entrenadora de vida, compartiendo lo que ella
había aprendido con otros y en 1999 abrió el “Hart
Life Coaching”, la escuela de entrenamiento de vida.
Ser
una madre soltera en 1968 era socialmente inaceptable. Mis hijos y yo vivíamos
en la pobreza con apenas suficiente dinero para la comida, hasta que descubrí
libros que cambiaron mi manera de pensar, lo que finalmente cambió mi vida.
Inspirada
por los libros que leía, decidí iniciar mi propio negocios, un servicio de
mecanografiado. No tenía máquina de escribir pero tenía optimismo y le dije a
todos los que conocía que estaba en el negocio. Poco después se me pidió que
pasara a máquina una tesis así que pedí prestado dinero a una amiga, alquilé
una máquina de escribir e hice el trabajo en la mesa de mi cocina.
Para
1980 mi vida se veía bien, nuestra situación financiera estaba muy mejorada, a
mis hijos les iba bien y yo estaba feliz. Entonces, tres semanas antes de
Navidad, mis hijos y yo asistimos a una fiesta de cumpleaños en la que mi hijo
Robbie, de cinco años, se escurrió hacia el balcón, se encaramó en la baranda
para volar sus avioncitos de papel y se cayó; estábamos en un quinto piso.
Murió antes de que llegara la ambulancia.
Perder
a un hijo es como perder el corazón. Al principio una se siente adormecida,
entonces, cuando el impacto inicial de la sacudida se va, el dolor golpea con
tal intensidad que no creemos que podremos sobrevivir. Una anda por allí como
si el corazón nos hubiese sido aplastado en un millón de piezas y se pregunta
si todavía estamos vivas, capaces de funcionar y manejar nuestra rutina diaria.
Por
fuera, la mayoría de la gente piensa que estamos bien y manejándolo todo bien;
por dentro, nos sentimos como si estuviésemos desmoronándonos. Uno piensa que
nunca más será feliz o experimentará gozo. Si uno escoge hacerlo, uno
sobrevive; es una escogencia. En el tiempo, el dolor se suaviza hasta que un
día se va pero la vida nunca vuelve a ser la misma.
Aprendí
de la muerte de mi hijo que yo tenía alternativas y que dependía de mí cómo
permitiría que este evento moldease mi vida. Escogí crecer a través de la
experiencia. Para entonces yo estaba en mis treintas y no podía comprender cuán
alejada estaba mi vida de su meta original de un matrimonio feliz y niños.
Decidí que si no podía tener el matrimonio y la familia que quería entonces me
concentraría en criar a mi hija y en hacer dinero.
Regresé
al trabajo en la industria de las inversiones y en dos años se me ofreció una
posición estableciendo y dirigiendo un servicio de consultoría de inversiones
para mujeres. Presentaba seminarios, era entrevistada regularmente por los
medios y en poco tiempo me hallé escribiendo columnas para revistas y
periódicos de importancia. Este éxito aparente no sucedió por accidente. Lo
hice una realidad al trabajar duro, estudiar, meditar, afirmándome y
visualizando para poder alcanzar mis metas.
Fue
para este tiempo que escribí mi primer libro, “Libre
Financieramente”. Llegó a venderse muy bien. Se me invitó a hablar en
conferencias en Australia y Nueva Zelandia. Tenía espacios regulares en la
radio y la TV. Tenía todo el éxito que pensé podría hacerme feliz y no
significó nada para mí. No estaba persiguiendo mi sueño; había optado por el
premio de consolación. Había optado por el reconocimiento público esperando que
aquello llenase el vacío en mi vida… no lo hizo.
Me
resultó claro que necesitaba cambiar mi vida. Dejé mi negocio de planeamiento
financiero e inicié un negocio nuevo pero este fue un desastre financiero desde
el comienzo y perdí mucho dinero intentando que funcionase.
Los
siguientes años pasaron en un mar de confusión. Mis intenciones eran buenas
pero todavía tenía mucho que aprender acerca de mí misma y de la vida. Pasé de
ser exitosa a estar plagada de preocupaciones financieras, tanto así que acabé
tomando un empleo de tiempo parcial como contadora porque necesitaba el
ingreso. Pasé de recibir $150 la hora por consultoría (y miles por una
conferencia) a sólo $17 la hora; fue un golpe increíble a mi ego. Mientras que
en lo exterior las cosas se veían oscuras, este período en mi vida me motivó a
hacer el trabajo que hago hoy.
La
vida a menudo nos presenta nuestras más grandes oportunidades bajo el disfraz
de problemas y yo estaba al tanto de que había creado mi propio éxito antes y
que podía hacerlo de nuevo. Sin embargo, esta vez decidí que quería una
fórmula, un proceso paso a paso que pudiese usar para crear lo que quería para
evitar cometer los mismos errores. Sabía que había otros como yo y que si podía
hacerlo trabajar para mí, entonces podría ayudar a otros atravesando las mismas
dificultades. Tenía un propósito.
Al
experimentar con valores, descubrí que nuestros valores pueden constituirse en
nuestro propósito de vida, nuestra identidad y un compás para guiarnos en las
decisiones correctas. Decidí dividir los valores en dos categorías que llamé
ser y tener valores.
Nuestro
«ser valores» son los rasgos de carácter de la persona ideal que quisiéramos
ser: escogí ser bondadosa, amante y sabia y estos valores cambiaron mi vida. Es
trabajo duro tomar una decisión equivocada cuando uno se detiene y piensa
acerca de cómo actuaría una persona sabia. Cuando actuamos en base a estos
valores consistentemente, le damos a otros a través de nuestras acciones
diarias.
Nuestro
«tener valores» son nuestras necesidades
emocionales. Estos pudieran ser compañerismo, logros, apoyo, ser valorado o
seguridad financiera. Esto es lo que necesitamos recibir para ser felices.
Cuando
tomamos plena responsabilidad por satisfacer nuestras propias necesidades,
nuestra vida cambia y a menudo otra gente se nos acerca para apoyarnos. Al ser
conscientes tanto de la necesidad de dar y recibir, creamos balance y al mismo
tiempo rompemos con el hábito de reaccionar. Entre más actuamos en base a
nuestros valores, mayor será nuestra percepción de lo que podemos ser, hacer y
cambiar y, a su vez, la percepción que otros tengan de nosotros también
cambiará. Y como consecuencia natural, toda creencia limitadora que hubiese
podido evitar que alcanzásemos nuestros sueños, también cambiarán.
Una
vez que comencé a vivir de acuerdo a mis valores, la vida comenzó a fluir y
cambiar para bien. Experimenté sincronía en la que la gente correcta y las
oportunidades correctas parecían aparecer del cielo… la realidad es que las
atraemos cuando somos congruentes.
Un
día, alguien que ni conocía me llamó por teléfono y me preguntó si estaría
interesada en ayudar a escribir un libro para uno de sus clientes y, créanme,
la paga era mucho mejor que $17 la hora. Acepté y a pesar de que no era mi
trabajo ideal, lo disfruté.
Del
cielo, mi contadora me recomendó a alguien más que quería escribir un libro.
Ayudé a escribir tres libros por todo y adapté dos de los libros de Suze Orman
para el mercado australiano. Este trabajo no fue otro premio de consolación,
fue un peldaño, una solución a corto plazo que pagó buen dinero por una
habilidad que había desarrollado. Sabía que sin la preocupación de cómo
sobrevivir financieramente, estaría en condiciones de enfocarme en arrancar un
negocio que realmente amase. Siempre estuve clara sobre esto. Cambié la manera
en que pensaba, hablaba y actuaba. Viví de acuerdo a mis valores y mis
circunstancias cambiaron.
Durante
los primeros doce meses de trabajar con mi proceso basado en valores, cuadrupliqué
mis ingresos. Mi vida hoy es muy distinta de la que originalmente imaginé, pero
puedo decir honestamente que amo mi vida, me siento tan bendecida. Usted
también puede crear la vida que ama… cuando use sus valores como fundamento
para todas sus escogencias.
Anne Hartley, copyright 2000
Mateo
7:24,25.
Cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en
práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella
casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca.
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