No queda claro que en la Iglesia «el punto de
partida es la Revelación de Dios en Jesucristo»
El documento del
ex-Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe critica el concepto de
Revelación presente en el documento preparatorio del Sínodo para la Amazonía
que se celebrará en octubre.
(InfoCatólica) El cardenal Gerhard Müller, ex
prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entrevistado por La
Nuova Bussola Quotidiana, realizó el pasado 11 de julio una crítica profunda al
Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonia. «Viene
de una visión ideológica que no tiene nada que ver con el catolicismo», dijo.
El cardenal aseguraba que al
documento no solamente podía achacarse «herejía», sino,
más aún, «falta de reflexión teológica». «El hereje
conoce la doctrina católica y la contradice, pero aquí hay una gran confusión
en la que el centro de todo no es Jesucristo sino ellos mismos, sus ideas
humanas para salvar al mundo», subrayó.
Infovaticana ha
publicado,
simultáneamente con Corrispondenza
Romana y
Lifesitenews, la
declaración que el cardenal Müller ha emitido analizando el Instrumentum
Laboris del Sínodo para la Amazonía que se celebrará en Roma el próximo mes de
octubre.
El documento se titula «Sobre el concepto de Revelación presente en
el Instrumentum Laboris del Sínodo para la Amazonía» y comienza con una cita de San Pablo: «Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya
puesto, que es Jesucristo» (1 Cor 3, 11)
Reproducimos algunos puntos del
análisis del Card. Gerhard Müller que puede leerse íntegramente en Infovaticana.
Comienza hablando del método del Instrumentum Laboris (IL),
a la tarea «de un desarrollo integral
de todos los hombres en la única casa que es la Tierra, de la que la Iglesia se
declara ser responsable», idea recurrente en el IL, y al esquema del
mismo:
El propio texto está dividido
en tres partes: 1) La voz de la Amazonía; 2) Ecología integral: el clamor de la tierra y de los
pobres; 3) Iglesia profética en la Amazonía:
desafíos y esperanzas. Estas tres partes están
construidas según el esquema que también utiliza la Teología de la Liberación:
ver la situación – juzgar a la luz de los Evangelios – actuar para establecer
mejores condiciones de vida.
El cardenal acusa, a
continuación, la «ambivalencia en la definición de los términos
y los objetivos» clave utilizados reiteradamente en el IL y
se pregunta:
¿Qué es un
camino sinodal, qué es desarrollo integral, qué significa una Iglesia
samaritana, sinodal y abierta, o una Iglesia de apertura, la Iglesia de los
pobres, la Iglesia del Amazonas, etc.? ¿Es esta Iglesia distinta al Pueblo de
Dios, o hay que considerarla meramente como la jerarquía del papa y los
obispos, o es parte de ella, o está en el lado opuesto a la gente? ¿Es el
Pueblo de Dios un término sociológico o teológico? ¿O no es, más bien, la
comunidad de los fieles que, junto a sus pastores, están en peregrinación hacia
la vida eterna? ¿Son los obispos los que tiene que oír el clamor del pueblo, o
es Dios el que, tal como hizo con Moisés durante la esclavitud de Israel en
Egipto, les dice ahora a los sucesores de los apóstoles que guíen a los fieles
fuera del pecado y de la maldad del naturalismo e inmanentismo secular hacia la
Palabra de Dios y los Sacramentos de la Iglesia?
La propia estructura del
texto, denuncia el cardenal Muller, «presenta un giro
radical en la hermenéutica de la teología católica»:
«La relación
entre Sagrada Escritura y Tradición Apostólica por un lado, y el Magisterio de
la Iglesia por otro, ha sido determinado clásicamente de tal modo que la
Revelación está plenamente contenida en la Sagrada Escritura y la Tradición,
mientras que es tarea del Magisterio -unido al sentido de fe de todo el pueblo
de Dios- interpretarla de manera auténtica e infalible».
Pero en el IL se
vuelve del revés:
Toda
la línea de pensamiento se vuelve autorreferencial y circula en torno a los
últimos documentos del Magisterio del papa Francisco, con algunas escasas
referencias a Juan Pablo II y Benedicto XVI. Se cita poco la Sagrada Escritura
y casi nada a los Padres de la Iglesia.
Indica el cardenal que la
continua referencia a los textos del Papa llega al extremo del halago, como en
el punto 122, cuando después de afirmar que «el sujeto activo de la
inculturación son los mismos pueblos indígenas» (IL 122), los autores añaden
una extraña formulación, a saber: «Como ha afirmado
el papa Francisco ‘la gracia supone la cultura'». Como si hubiera sido
él quien ha descubierto este axioma, que es en realidad un axioma fundamental
de la propia Iglesia católica. En el original, la Gracia supone la Naturaleza,
del mismo modo que la Fe supone la Razón (véase santo Tomás de Aquino, S. th. I
q.1 a.8).
Aún peor, «el IL llega hasta el punto de afirmar que hay
nuevas fuentes de la Revelación»,
como en su número 19, cuando asegura que «el territorio es un lugar
teológico desde donde se vive la fe, es también una fuente peculiar de revelación
de Dios».
Muller recuerda, citando la
Dei Verbum, que «durante dos mil años la
Iglesia católica ha enseñado de manera infalible que la Sagrada Escritura y la
Tradición Apostólica son las únicas fuentes de la Revelación y que no se puede añadir ninguna otra
Revelación a lo largo de la historia».
Respecto a los
autores del IL (la organización Rete Ecclesiale Panamazzonica (=REPAM) -a
la que se le encargó la preparación del IL, en virtud de lo cual fue fundada en
2014-), el cardenal asegura que constituyen «una
sociedad cerrada de personas con el mismo punto de vista sobre el mundo, tal como se puede observar fácilmente en la lista de
nombres de los encuentros pre-sinodales que tuvieron lugar en Washington y
Roma, que contiene un número desproporcionadamente alto de europeos de habla
alemana».
De estos autores afirma que
«son inmunes a las objeciones serias porque estas pueden estar basadas sólo en
un doctrinarismo y dogmatismo monolítico, o en un ritualismo [o] clericalismo
que es incapaz de dialogar». También que les une el control de «los temas del camino sinodal que han
emprendido la Conferencia Episcopal alemana y el Comité Central de los
católicos alemanes (abolición del celibato, acceso de las mujeres al sacerdocio
y a posiciones clave contra el clericalismo y fundamentalismo, adaptar la
moralidad sexual revelada a la ideología de género y apreciación de las
prácticas homosexuales)».
Yendo al fondo de su análisis,
el cardenal afirma que «el punto de
partida es la Revelación de Dios en Jesucristo» y que si
bien «la proclamación del Evangelio es un
diálogo, que corresponde a la Palabra (=Logos) de Dios dirigida a nosotros y
nuestra respuesta en el don libre de la obediencia a la fe», no puede
olvidarse que «el hombre es el destinatario del mandato misionero universal de
Jesús, el mediador universal y único de la salvación entre Dios y toda la
humanidad»
Por tanto, «una cosmovisión con sus mitos y el mágico
ritual de la Madre Naturaleza,
o de sus sacrificios a los dioses y
espíritus [..] no puede ser un enfoque adecuado para la venida del Dios Trino
en Su Palabra y en Su Espíritu Santo. Mucho menos puede ser un enfoque con un
punto de vista científico-positivista de una burguesía progresista».
A continuación trata de «la diferencia entre la Encarnación de la
Palabra y la inculturación como vía de evangelización». Comienza por calificar a la «teología indígena y la ecoteología» como «invento de los románticos sociales».
El cardenal Muller insiste en
que «la teología es la comprensión de la
Revelación de Dios en Su Palabra en la Profesión de Fe de la Iglesia», «la fe en el sentido cristiano es, por lo tanto, el
reconocimiento de Dios en Su Palabra Eterna que se hizo Carne: es la
iluminación del Espíritu Santo para que reconozcamos a Dios en Cristo». Y
desarrolla esta idea:
La Encarnación es un hecho
único en la historia que Dios determinó libremente con Su deseo universal de
salvación. No es una inculturación, y la inculturación de la Iglesia no es una
encarnación (IL 7;19;29;108). [...]
Los ritos secundarios de las
tradiciones de los pueblos pueden ayudar a inculcar la cultura de los
sacramentos, que son los medios de salvación instituidos por Cristo. Sin
embargo, no pueden ser independientes.
Los signos sacramentales,
instituidos por Cristo y los apóstoles (símbolos de palabra y materiales) no
pueden cambiarse a cualquier precio. El bautismo es administrado de manera
válida sólo si es en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y
con agua natural. Y en la Eucaristía no se puede reemplazar con comida local el
pan hecho de trigo y el vino hecho con uva.
Dios viene por medio de
la Revelación de sí mismo en la historia de Su pueblo elegido, Israel, y viene
a nosotros en su Palabra Encarnada y en el Espíritu que infundió en nuestros
corazones. Esta comunicación de sí mismo que hace Dios como Gracia y vida de
cada hombre se difunde en el mundo mediante la proclamación de la Iglesia de su
vida y su culto, es decir, mediante la misión en el mundo según el mandato
universal que recibió de Cristo.
Así llega el cardenal Muller a
identificar que en el IL falta «un testimonio claro de la
comunicación de Dios en el verbum
incarnatum, de la sacramentalidad de la Iglesia, de los Sacramentos como
medio objetivo de la Gracia en lugar de
meros símbolos autorreferenciales, del carácter sobrenatural de la Gracia, por
lo que la integridad del hombre no consiste sólo en la unidad con una
bio-naturaleza, sino en la Filiación Divina y en la comunión llena de gracia
con el Espíritu Santo»
CONCLUYE EL CARDENAL
En lugar de presentar un
enfoque ambiguo con una religiosidad vaga y un intento inútil de convertir al
cristianismo en una ciencia de la salvación al sacralizar el cosmos y la
biodiversidad de la naturaleza y la ecología, tenemos que mirar el centro y
origen de nuestra fe: «Dispuso Dios en su sabiduría
revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el
cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina» (Dei
Verbum 2).
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