Hace un par de años escribí una columna en este espacio titulada “Las historias
de horror son reales. No dé un smartphone a sus hijos”.
Explicaba como los smartphones están transformando el mundo en el que viven los
adolescentes, creando un universo virtual impermeable a padres y cuidadores, un
universo creado por y al que se accede por medio de los smartphones que están
ahora presentes en la mano de todos los chicos y chicas, a edades cada vez más
tempranas. Señalaba que Nancy Jo Sales había escrito un libro recientemente,
titulado Chicas americanas: Redes
sociales y las vidas secretas de las adolescentes, que revelaba que las propias adolescentes saben
que las redes sociales están destruyendo sus vidas. El director de Vanity Fair había
pedido a Sales que empezara a investigar el asunto porque quería saber por qué
tantas adolescentes se suicidaban.
Pero por alguna razón, una y otra vez, veo que muchos padres simplemente
no parecen enterarse. Pueden asistir a conferencias en que se les muestra la
brutal realidad del sexting,
repleta de angustiosas historias de selfies desnudas que chicas envían a chicos
en un mal momento y pasan por toda la escuela, resultando en humillación, daños
a sí misma y algunas veces, horribles, en suicidio. Pueden oír que circulan
tantas de estas fotos que Sales, de hecho, averiguó que cada instituto que
estudió tenía una página en la que los chicos podían conglomerar las fotos que
recibían o sacaban a las chicas, llamada “página
puta”, un sitio porno personalizado en el que las que posan son sus
compañeras de clase. Estas fotos, por lo general, están en línea para siempre.
Muchas de ellas constituyen pornografía infantil.
Y muchos padres responderán: “Pero mi hija o mi hijo no se
verá mezclado en ese tipo de cosas”. He conocido a padres que me lo han
dicho cuando sé, porque hablé con su hijo o con su hija, que sus hijos se han
visto mezclados en este tipo de cosas. Los padres a menudo no entienden las
enormes presiones a las que se ven sometidos los adolescentes para meterse en
este tipo de comportamiento, usando un aparato que les da acceso a un mundo que
simplemente no existía cuando sus padres eran jóvenes, y un mundo
en el que pueden suceder cosas horribles. Puedo pensar en un caso en el que una
chica de un colegio
cristiano fue chantajeada para tener relaciones
sexuales con un chico porque, algún tiempo antes, cometió el terrible error de
enviarle una foto explícita. “Acuéstate conmigo”, demandaba
él, “o enviaré esto a tu padre y a todo el mundo”.
Y ella hizo lo que le pedía; y sus padres no tenían ni idea.
Muchos
padres también parecen convencidos, a pesar de todas las pruebas estadísticas
en sentido contrario, de que sus hijos no mirarán pornografía si tienen una
charla con ellos una o dos veces. Pero, si tienen un smartphone, ¿cuál cree usted que será de verdad la probabilidad de
que los niños decidan buscar porno? Hace treinta años, ¿habría creído alguien que un adolescente podría haber
crecido en una casa llena de armarios sin cerrar y repletos de revistas porno,
y no abrir una puerta para echar un ojo ni siquiera una vez, por curiosidad o
en un momento de tentación? Claro que nadie lo habría creído, porque es
contrario a lo que sabemos de la naturaleza humana. E incluso a los chicos que
pueden resistir con éxito tales cosas, ¿por qué
iban a ser los padres tan crueles de permitirles la omnipresente tentación de
unas imágenes sexuales sin fin, mientras atraviesan la pubertad, sabiendo que
las compañías de pornografía literalmente han redigitalizado sus contenidos
para que los adolescentes pueden acceder a sus productos en smartphones, en los
que millones de ellos los ven por la noche?
Y luego
está el feo hecho de que las compañías de pornografía intentan activamente
llegar a los adolescentes dondequiera que estén, para asegurarse los clientes
cuando son jóvenes e impresionables y fáciles de enganchar. Etiquetan videos de
porno duro con frases como “Dora exploradora” para
que los niños se tropiecen con el porno fácilmente: la edad media de la primera
exposición al porno son los nueve años, y a menudo a niños mucho más pequeños
les han robado su inocencia en línea. Las compañías de pornografía crean
anuncios en ventanas emergentes que saltan a la pantalla mientras los
adolescentes usan los juegos populares. Conozco a uno que hizo clic en uno solo
y hubo de pasar años después luchando con su adicción a la pornografía como
resultado. Las compañías de pornografía intentan llegar a los niños y
adolescentes y usan para hacerlo los mismos smartphones que los padres compran
a sus hijos.
He oído a
padres decir que es simplemente demasiado difícil decir a su hijo que no cuando
piden el smartphone que todos sus amigos tienen, incluso aunque no tengan carné
de conducir ni ninguna necesidad genuina de tener ningún tipo de teléfono. Pero
párese a considerar el precio. Piense en lo que la exposición a pornografía
dura hace al cerebro en desarrollo de un niño, a la visión de la sexualidad de
un niño, de los hombres y las mujeres, del amor mismo. Piense en cómo este
veneno puede filtrarse a fondo en sus vidas. No sé el número de parejas jóvenes
que me han contactado para hablar de cómo la pornografía ha hecho estragos en
su relación; y en muchos casos fue el smartphone el que primero dejó entrar al
porno. Decir que no puede ser algo difícil de hacer. Pero, para los niños, es
lo que se debe hacer.
Jonathon Van Maren
(Traducido por
Natalia Martín. Fuente: Lifesitenews)
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