Asimismo, cuando lo
recibimos en la comunión ¿cuánto tiempo permanece Cristo dentro de nosotros?
Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org
Sabemos que en el altar, al momento de la
consagración, la hostia y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo. Pero ¿cuánto tiempo permanece
su presencia en ellos? Asimismo, cuando lo recibimos en la comunión ¿cuánto tiempo permanece Cristo dentro de
nosotros? Vamos a responder estas preguntas.
En
cada pedazo de la hostia consagrada y en cada gota del vino consagrado está
Cristo completo, es decir, todo su Cuerpo, su Sangre, alma y
divinidad. Por lo tanto, cada que
comulgamos, recibimos al mismo Cristo vivo y resucitado. Así lo confirma
el Catecismo de la Iglesia Católica al decir: “En
el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y
substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” (1374).
De tal
manera que al fraccionar la Hostia consagrada no es que se divida a Cristo, ya
que hasta en la más pequeña partícula de la Hostia está Cristo con todo su
Cuerpo y su Sangre. Lo mismo al recibir el vino en el cáliz, no es
solamente la Sangre de Cristo, sino que es el Señor en toda su persona divina. “Cristo está todo entero presente en cada una de las
especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del
pan no divide a Cristo” (CCE 1377).
Ahora bien, la presencia real de Cristo en la
Eucaristía permanece desde la consagración del pan y del vino, hasta que duren
las especies que sirvieron para su ofrecimiento. Es decir, que cuando las especies del pan y del vino se alteran por el
tiempo o se disuelven a través del estómago, la presencia física de Jesús deja
de estar.
Se pudiera decir que son aproximadamente entre 10 y 15 minutos los que dura la presencia
física de Jesús dentro de nosotros. El que ya no esté en su presencia
real y verdadera, no quiere decir que Cristo nos abandone. Sigue presente en nuestra alma, habita en
nosotros, en unión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de manera real.
Al reconocer que es Cristo en cuerpo y alma a
quien recibimos, es necesario que preparemos también nuestro cuerpo ya que no
es un alimento ordinario. Por lo tanto, por respeto a su presencia dentro de
nosotros, el Código de Derecho Canónico nos dice cómo debemos prepararnos: “Quien vaya a recibir la santísima Eucaristía, ha de
abstenerse de tomar cualquier alimento y bebida al menos desde una hora antes
de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las medicinas” (919).
Asimismo, no debemos comer ningún
alimento de manera inmediata luego de haber comulgado, hasta que haya pasado el
tiempo prudente para que se disuelva totalmente la Hostia dentro de nuestro
organismo.
Qué triste es ver a tantos que después de
recibir a nuestro Señor permanecen como si hubiesen recibido un simple trozo de
pan. Hagamos el compromiso de vivir con piedad y cuidado ese momento de la
comunión. Deleitémonos en comerlo, platiquemos con Él desde el corazón.
Al comulgar al Señor nos convertimos en
sagrarios vivientes, dentro de nosotros está el mismo cielo; por lo tanto,
debemos aprovechar ese momento tan especial para adorar y conversar con aquel
que nos ama y que ha decidido vivir en ti y en mí. La presencia de Cristo Eucaristía permanece para siempre, para toda la
eternidad. ¡Cuida tu gracia y no te prives de este
alimento que da la vida eterna!
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