Si hay testimonios
bíblicos, aunque no sean directos, para bautizar a los niños.
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Por: P. Miguel A. Fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
Muchas sectas se oponen al bautismo de los
niños, y suelen preguntar a los católicos en qué lugar de la Biblia sale que se
pueda o se deba bautizar a los niños. A esto, muchos católicos no saben
responder. Por ejemplo, una joven madre católica casada con un protestante me
escribía: Yo soy católica, y mi esposo es
cristiano apostólico; él quiere que vea la verdad en su iglesia, y yo quiero
que vea que la iglesia católica es la verdadera, pero no sé cómo demostrárselo.
Él siempre se basa en la Biblia, y dice que nosotros no, yo asisto a su iglesia
algunas veces y me doy cuenta que su doctrina está un poco equivocada, porque
no creen en la Trinidad ni en santos, y menos en la Virgen. Tenemos un hijo de
8 meses, y yo lo quiero bautizar, pero él quiere que decida cuando sea grande;
no sé qué hacer para demostrarle que debemos bautizar a los bebés.
Respuesta:
Ya hemos insistido mucho en que no todo tiene
que estar en la Biblia, pues ésta es sólo una de las dos fuentes de la
Revelación, junto con la Tradición que transmite, entre otras cosas, al mismo
texto revelado (la Biblia). De todos modos, hay testimonios bíblicos, aunque no
sean directos.
Digamos, ante todo, que efectivamente la Iglesia
sostiene como de fe definida que “es válido y
lícito el bautismo de los niños que no tienen uso de razón”. El
magisterio tuvo que definir esto recién en el Concilio de Trento (siglo XVI),
cuando una de las primeras sectas desprendidas de la reforma luterana, la de
los anabaptistas (conocidos también como “rebautizantes”),
introdujo la costumbre de repetir el bautismo cuando el individuo llegaba al
uso de razón (por negar la validez del bautismo de los mismos mientras eran
niños)[1]. (Antes de éstos, también habían negado la capacidad de los niños
para recibir el bautismo, los valdenses y los petrobrusianos en el siglo XII;
pero sin tanta repercusión). Los mismos reformadores conservaron el bautismo de
los niños por influjo de la tradición cristiana, aunque tal bautismo fuese
incompatible con su concepción de los sacramentos (que exige siempre de parte
del que lo recibe un acto consciente). Lutero intentó resolver la dificultad
suponiendo arbitrariamente que, en el momento del bautismo, Dios capacita a los
párvulos de manera milagrosa para que realicen un acto de fe fiducial
justificante. Algunos protestantes modernos, como K. Barth, han criticado esta
práctica (por tanto, en contra de la misma práctica protestante), exigiendo que
se corrija ese contrasentido que se verifica dentro del protestantismo y se
sustituya el actual bautismo de los niños por otro aceptado con responsabilidad
por parte del bautizando.
Para la doctrina católica, no hace falta el acto
personal de fe del que se bautiza cuando éste es un niño, al igual que en un
loco que no tiene y nunca tendrá uso de razón, porque Dios a cada uno le exige,
para su salvación, los actos de los que es capaz por su naturaleza particular
(por eso, un adulto que ha llegado al uso de razón sin bautizarse, no puede ser
válidamente bautizado si no hace un acto libre y personal de fe; pero esto no
sucede con el niño, pues éste, por su naturaleza –o sea, su edad– es incapaz de
tal acto). No es que no haga falta un acto de fe, mas éste no es necesariamente
un acto personal del niño que recibe el bautismo, sino que es el acto de fe de
la Iglesia; por eso en el rito del bautismo de niños, se les pregunta a los
padres y padrinos, en el momento antes de bautizar al párvulo (y después de
haber sido todos –padres y padrinos y testigos– interrogados sobre la fe
católica): “¿Queréis que N.N. sea bautizado en la
fe de la Iglesia que juntos acabamos de profesar?”[2].
La Sagrada Escritura no nos permite probar con
plena certeza, pero sí con suma probabilidad, el hecho del bautismo de los
párvulos. Cuando San Pablo (cf. 1Co 1,16) y los Hechos de los Apóstoles
(16,15.33; 18,8; cf. 11,14) nos hablan repetidas veces del bautismo de una “casa” (= familia) entera, debemos entender que en
la palabra “casa”, están comprendidos también
los hijos pequeños o, por lo menos, no lo podemos negar (¿dónde dice que en esa
familia no hubiese niños pequeños o que ellos no fueron bautizados?).
Esto, además, se refuerza por cuanto el bautismo
fue considerado por los primeros cristianos (incluso por los apóstoles) como la
sustitución del rito de la circuncisión (San Pablo habla de la circuncisión de
Cristo, por ejemplo en Col 2,11), la cual se practicaba con los niños a los
pocos días de nacer; igualmente la iniciación de los prosélitos en el judaísmo
tardío se practicaba también en los párvulos.
Según Hch 2,38s, el don del Espíritu Santo, que
se recibe por el bautismo, no solamente se prometió a los oyentes de Pedro sino
también a sus hijos. Por éstos se pueden entender, naturalmente, en un sentido
amplio, todos los descendientes de aquellos que estaban oyendo al apóstol.
¿Cuál es la razón teológica para sostener que
los niños sin uso de razón (párvulos), a pesar de no poder hacer un acto de fe
personal, reciben válidamente el bautismo? Esto se funda en la eficacia
objetiva de los sacramentos y se justifica por la universal voluntad salvífica
de Dios (cf. 1Tim 2,4), que se extiende también sobre los niños que no han
llegado al uso de razón (cf. Mt 19,14), y por la necesidad del bautismo para
alcanzar la salvación (cf. Jn 3,59).
Algunos usan el texto de 1Co 7,14 como objeción
contra el bautismo de los niños. Allí dice San Pablo: Pues el marido no
creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda
santificada por el marido creyente. De otro modo, vuestros hijos serían
impuros, mas ahora son santos. Como aquí San Pablo llama “santos” a los hijos de matrimonios mixtos (entre
cristiano/a y pagano/a), no permite concluir que esos niños no tengan necesidad
de recibir el bautismo, del mismo modo que nadie entiende en el mismo versículo
que el cónyuge pagano quede santificado de modo automático por casarse con un
cónyuge cristiano, sin que necesite, por tanto, bautizarse en caso de reconocer
que el cristianismo es la verdadera religión.
Si vamos a la tradición cristiana, vemos que hay
testimonios del bautismo de niños desde los primeros tiempos. Por ejemplo,
Policarpo, en las actas de su martirio (en torno al año 160) afirma: “hace ochenta y seis años que le sirvo (a Jesucristo)”, con
lo que se deduce que Policarpo fue bautizado (a eso se refiere el santo obispo
de Esmirna) hacia el año 70 en edad juvenil[3]. San Justino en su Primera
Apología habla de muchos, hombres y mujeres, de sesenta y setenta años “que desde su infancia eran discípulos de Cristo”,
o sea que fueron bautizados siendo niños en torno a los años 85 al 95 (cuando
todavía estaba vivo el apóstol Juan)[4].
Según Hch 2,38s, el don del Espíritu Santo, que
se recibe por el bautismo, no solamente se prometió a los oyentes de Pedro sino
también a sus hijos. Por éstos se pueden entender, naturalmente, en un sentido
amplio, todos los descendientes de aquellos que estaban oyendo al apóstol.
¿Cuál es la razón teológica para sostener que
los niños sin uso de razón (párvulos), a pesar de no poder hacer un acto de fe
personal, reciben válidamente el bautismo? Esto se funda en la eficacia
objetiva de los sacramentos y se Otros testimonios directos de la práctica
eclesiástica de bautizar a los niños, los encontramos en San Ireneo[5],
Tertuliano[6], Hipólito de Roma[7], Orígenes[8] y San Cipriano[9], y en los
epitafios paleocristianos del siglo III, algunos de los cuales se pueden leer
en las catacumbas de Roma hasta el día de hoy. Orígenes funda la práctica de
bautizar a los niños, en la universalidad del pecado original, y afirma que tal
costumbre procede de los apóstoles. Un sínodo cartaginés presidido por Cipriano
(entre el 251 al 253), desaprobó el que se dilatase el bautismo de los recién
nacidos hasta ocho días después de su nacimiento, y dio como razón que “a ninguno de los nacidos se le puede negar la gracia y
la misericordia de Dios”. Desde el siglo IV va apareciendo, sobre todo
en Oriente, la costumbre de dilatar el bautismo hasta la edad madura o,
incluso, hasta el fin de la vida. San Gregorio Nacianceno recomienda como regla
general la edad de tres años[10]. Las controversias contra los pelagianos
hicieron que se adquiriera un conocimiento más claro del pecado original y de
la necesidad de recibir el bautismo para salvarse, lo cual sirvió para extender
notablemente la práctica de bautizar a los niños pequeños.
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Fuente: Miguel A. Fuentes, ¿En dónde dice la Biblia
que…?, Respondiendo las principales objeciones de las sectas y de los
protestantes, EDVE, San Rafael 2005, pp. 171-177.
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Bibliografía:
Hamman, El bautismo y la
confirmación, Barcelona 1970;
Torquebiau, Baptême en
Occident, DDC, II, col. 110-174;
Herman, Baptême en Orient,
DDC, II, col. 174-201;
Schmaus, Teología
dogmática, tomo VI (Los sacramentos), Rialp, Madrid 1963;
C. Didier, Le baptême des
enfants. Considérations théologiques, en: “L’Ami du Clergé” 76 (1966), pp.
157-159; 193-200; 497-516.
[1] Cf. DS 1626; también
1514.
[2] Cf. Tomás de Aquino,
Suma Teológica, III, 69, 8 ad 2.
[3] Se puede ver el texto
en: Padres Apostólicos, BAC, Madrid, 1979, IX,3; p. 679.
[4] Este hermoso testimonio
puede verse en: Justino, Apología I, 15,6; en: Padres apologetas griegos,
dirigido por Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1979, p. 196.
[5] Cf. Ireneo, Adversus
haereses, II, 22,4.
[6] Cf. Tertuliano, De
baptismo 18.
[7] Cf. Hipólito Romano,
Traditio apostolica.
[8] Cf. Orígenes, In Lev.
hom. 8, 3; Comm. in Rom 5, 9.
[9] Cf. Cipriano, Ep. 64,2.
[10] Cf. Gregorio
Nacianceno, Oratio 40,28
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