VATICANO, 03 Sep. 17 / 09:39 am (ACI).- Se dice que los santos a
menudo “vienen de a dos” como en los casos
de la Virgen María y San José, San Pedro y
San Pablo, San Francisco y Santa Clara o los franceses San Luis y
Santa Celia Martin.
Quizá la dupla de santos y amigos contemporánea más conocida es la de la
Madre Teresa
Calcuta y San Juan Pablo II,
cuyos caminos se entrelazaron muchas veces en el tiempo que la religiosa era Superiora
de las Misioneras de la Caridad y Juan Pablo II era Obispo de Roma.
En 1986, cuando el Papa visitó la casa de la Madre Teresa en el corazón
de los barrios pobres de Calcuta, la Beata llamó a la ocasión “el día más feliz de mi vida”.
Tras la llegada del Santo Padre al lugar, la Madre Teresa subió al
papamóvil blanco y besó su anillo, conocido como el anillo del pescador. Luego
el Pontífice besó la frente de la Beata, un saludo que intercambiaban cada vez
que se encontraban.
Después de un cálido “hola” la Madre
Teresa llevó a Juan Pablo II a su hogar llamado Nirmal Hriday (Sagrado
Corazón), que era un hospicio para enfermos, indigentes y moribundos, que fundó
en la década de 1950.
El material fotográfico de la visita muestra a la religiosa llevando al
Papa de la mano a varias locaciones del hospicio mientras se detenía a abrazar,
bendecir y saludar a los pacientes. También bendijo cuatro cadáveres, entre
ellos el de un niño.
De acuerdo con informes de la visita proporcionados por la BBC, el Papa
Wojtyla estaba "visiblemente emocionado" por
lo visto durante el recorrido mientras ayudaba a las hermanas a alimentar y
cuidar a enfermos y moribundos. En algunos momentos el Santo Padre estuvo tan
sorprendido por lo que veía que no tenía palabras para responder a la Madre
Teresa.
El entonces Obispo de Roma dio después un breve discurso fuera del
hospicio, llamando al hogar Nirmal Hriday "un
lugar que da testimonio de la primacía del amor".
"Cuando Jesucristo enseñaba a sus discípulos
cómo podían mostrar mejor su amor por Él, dijo: De cierto os digo que cuanto
hicisteis a uno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a
mí'. A través de la Madre Teresa y las Misioneras de la Caridad, y través de
muchos otros que han servido aquí, Jesús ha amado profundamente a las personas
que la sociedad considera a menudo 'el más pequeño de nuestros hermanos'",
comentó.
"Nirmal Hriday proclama la profunda dignidad
de toda persona humana. El mimo que se muestra aquí es testimonio de la certeza
de que el valor de un ser humano no se mide por su utilidad, con la salud o la
enfermedad, con la edad, credo o raza. Nuestra dignidad humana viene de Dios
nuestro creador, a cuya imagen fuimos creados. Ninguna privación o sufrimiento
puede quitarnos nunca esa dignidad, porque siempre somos valiosos a los ojos
del Señor”, añadió el Pontífice.
Después de su discurso, el Papa saludó a la multitud reunida, haciendo
una parada especial para saludar a las sonrientes y cantoras hermanas
Misioneras de la Caridad.
Además de llamar aquella visita “el día más
feliz” de su vida, la Madre Teresa afirmó que “es
una cosa maravillosa para el pueblo, porque su contacto es el contacto mismo de
Cristo". Ambos santos siguieron siendo amigos cercanos y se
visitaron varias veces a lo largo de los años.
Después de la muerte de Madre Teresa en 1997, San Juan Pablo II decidió
no esperar el periodo de espera de cinco años para abrirse la causa de
canonización de la religiosa. En su beatificación en 2003, el Pontífice polaco
alabó el amor de la Madre Teresa hacia Dios, que se mostró a través de su amor
a los pobres.
"Alabemos al Señor por esta pequeña mujer
enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio y un benefactora incansable
de la humanidad. Honremos a una de las figuras más importantes de nuestro
tiempo. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo", resaltó.
Traducido y adaptado por Diego López
Marina. Publicado originalmente en CNA.
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