La vida tiene esas cosas
maravillosas.
Dos personas que debieran
haber sido grandes estandartes del comunismo decidieron dejar de ser ateos y
pasarse al cristianismo.
Una es la hija del genocida
Joseph Stalin, que por vivir fuera de Rusia desde los 30 años abrazó el
catolicismo.
Y el otro es el famoso
diseñador del arma más letal jamás inventada.
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Con remordimiento permanente de conciencia se convirtió a la fe cristiana ortodoxa a los 91 años.
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Con remordimiento permanente de conciencia se convirtió a la fe cristiana ortodoxa a los 91 años.
LA CONVERSIÓN AL CATOLICISMO
DE LA HIJA DE STALIN
Una de las conversiones más
impresionantes es la de Svetlana Stalin.
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Hija del dictador y genocida comunista Joseph Stalin, Svetlana, quien nació y creció en una sociedad atea.
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Hija del dictador y genocida comunista Joseph Stalin, Svetlana, quien nació y creció en una sociedad atea.
Svetlana
Stalin, hija del famoso dictador ruso, se hizo católica en 1982.
En
1993 narra su conversión tras una vida que la ha llevado a través del
sufrimiento al bautismo ortodoxo y luego a la Iglesia Católica.
Su
testimonio ha sido publicado en “Lettera del Foyer Orientale”, “Nostra
Signora dei Tempi Nuovi”, “Popoli” (lugl-sett, 1995, pp. 54-55).
LA FE TRASMITIDA POR SUS
ABUELAS
Los primeros 36 años que he vivido en el estado
ateo de Rusia no han sido del todo una
vida sin Dios.
Sin embargo, habíamos sido educados por padres ateos, por una escuela
secularizada, por toda nuestra sociedad profundamente materialista.
De Dios no se hablaba. Mi
abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi iletrada,
precozmente viuda, pero que nutría confianza en Dios y en la Iglesia.
Muy
piadosa y trabajadora, soñaba
con hacer de su hijo sobreviviente -mi padre- un sacerdote.
El sueño de mi abuela no se realizó jamás. A los 21 años mi padre abandonó el seminario
para siempre.
Mi abuela materna, Olga
Allilouieva, nos hablaba gustosamente de Dios: de ella hemos escuchado por vez
primera palabras como alma y Dios.
Para ella, Dios
y el alma eran los fundamentos mismos de la vida.
Agradezco
a Dios que haya permitido a mis queridas abuelas que nos transmitiesen las semillas de la fe.
Si bien eran
exteriormente obsequiosas con el nuevo orden de cosas, conservaron
profundamente en el corazón su fe en Dios y en Cristo.
SE ENCONTRÓ CON DIOS
Cuando mi hermano murió, mi hijo de 18 años estaba muy enfermo. No quería ir al hospital, a
pesar de la insistencia del doctor.
Por primera vez en mi vida, a
los 36 años, pedí a Dios que lo curara.
No
conocía ninguna oración, ni siquiera el Padre Nuestro. Pero Dios, que es
bueno, no podía dejar de escucharme.
Me
escuchó, lo sabía. Después de la curación, un sentimiento intenso de
la presencia de Dios me invadió.
Con sorpresa de mi parte, pedí a algunos amigos bautizados que me acompañaran a la iglesia.
Dios no sólo me ayudó a encontrarlo, sino deseaba darme mayores gracias.
Me hizo conocer al sacerdote
más maravilloso que podía encontrar, el P. Nicolás Goloubtzov (1890-1963).
Él
bautizaba en secreto a los adultos que habían vivido sin fe.
Fue
también el padre espiritual del P. Alexander Men, que se convirtió en célebre predicador, asesinado
en 1990 luego de muchas amenazas de muerte, por las numerosas conversiones
que suscitaba entre la juventud en torno suyo.
Yo
tenía necesidad de ser instruida sobre los dogmas fundamentales del
Cristianismo.
Bautizada el 20 de mayo de
1962, tuve el gozo de conocer a Cristo, aunque ignorase casi toda la doctrina
cristiana.
Desgraciadamente el P. Goloubtzov murió en marzo de 1963.
COQUETEOS CON EL CATOLICISMO
Encontré por vez primera en mi
vida católicos romanos, en Suiza, cinco años después de mi bautismo en la
Iglesia ortodoxa rusa.
Los
quince años que transcurrí en América han sido para mí causa de tormentos y de
desorientación.
Tras
el nacimiento de mi hija, fruto de mi matrimonio en EE.UU., pareció que
llegaba para mí la posibilidad de una vida normal.
Pero pronto sobrevino de nuevo la turbación y la
amargura; todo terminó con la
separación conyugal.
Durante
estos años mi vida religiosa era confusa, como todo el resto. Me encontraba de frente a un
cristianismo americano múltiple.
Cada
denominación me invitaba. Todos me testimoniaban una gran simpatía.
Yo
tenía necesidad de descubrir lo que era justo en la multiplicidad de confesiones y perdía la
noción de lo que yo misma era personalmente y en qué creía.
Busqué
también en la Ortodoxia la solución de mi búsqueda personal. Las
respuestas a mis interrogantes me parecían demasiado abstractas.
A pesar de la amistad que había entablado con
intelectuales de la Ortodoxia, como la familia Florovsky, mi sed espiritual permanecía insatisfecha.
Un día recibí una carta de un
sacerdote católico italiano de Pennsilvania, el P. Garbolino que me invitó a
hacer una peregrinación a la Virgen de Fátima, en Portugal, con ocasión del 70º
aniversario de las apariciones.
En momento no fue posible, pero nuestra correspondencia de amistad duró más
de 20 años y me enseñó muchas cosas.
Mediante este intercambio epistolar más de una vez se planteó la cuestión de mi
adhesión a la fe católica.
Pero la publicidad y el hecho de ser devorada por los medios de comunicación
social, me había dado una pésima impresión ya al llegar a los Estados
Unidos.
Explicar
a la luz del día mis sentimientos más personales, mi fe, mis relaciones con Dios, ni
siquiera estaba dispuesta a pensarlo.
En
1969 el P. Garbolino que se encontraba en New Jersey vino a hacerme una
visita a Princeton. Yo continué escribiéndole a Pittsburgh.
En
aquel momento yo era divorciada e infeliz, pero él, como buen sacerdote, siempre encontraba
las palabras apropiadas y prometía siempre rezar por mí.
En 1976 encontré en California una pareja de
católicos, Rose y Michael Ginciracusa.
Viví dos años con ellos. Su piedad discreta y su solicitud hacia mí y mi
hija me conmovieron profundamente.
SE CONVIERTE EN CATÓLICA
En
1982 partimos para Inglaterra, para permitir que mi hija recibiera una buena
educación europea.
Mis
contactos con los católicos continuaban siempre naturales, calmos y alentadores.
La
lectura de libros notables como el de Raissa Maritain, contribuyeron a
acercarme cada vez más a la Iglesia católica.
Y así en un frío día de
diciembre, en la fiesta de Santa Lucía, en pleno Adviento, un tiempo litúrgico
que siempre he amado, la decisión, esperada por largo tiempo, de entrar en la
Iglesia católica, me brotó naturalísima, mientras vivía en Cambridge,
Inglaterra.
Un
amigo católico polaco me condujo al P. Cogglan del Seminario de Allem Halla en Londres.
Habían
pasado 15 años
desde que tomé esta decisión y me confié con el P. Garbolino que había conocido
y aparecido en los días en que los medios de comunicación social me turbaban.
Hay una cosa que aprendí por vez primera en los
conventos católicos: la bendición de la
existencia cotidiana, incluso la más escondida, de cada pequeña acción y
del mismo silencio.
En
general soy felicísima en mi soledad; en la tranquilidad de mi departamento siento en
modo vivo la presencia de Cristo.
Han
pasado años desde 1982, plenos de felicidad.
Pero del mismo modo que jamás fui instruida
convenientemente en la Iglesia Ortodoxa rusa al ser admitida 30 años atrás, así
tampoco he recibido ninguna enseñanza
más en la Iglesia católica.
He
debido aprender todo por cuenta mía leyendo libros que me han pasado amigos católicos o
frecuentando asiduamente las librerías.
La
diferencia entre la soledad en la Iglesia ortodoxa oriental y aquella en la
Iglesia católica me ha parecido bajo esta forma.
En la ortodoxia oriental, una
confesión raramente es escuchada, generalmente una vez al año por Pascua y sin
la discreción que permite el confesionario.
Sólo
ahora he entendido la gracia maravillosa que nos producen los sacramentos como
el de la reconciliación y la comunión ofrecidos no importa qué día del
año, e incluso cotidianamente.
Antes
me sentía poco dispuesta a perdonar y a arrepentirme, y no fui jamás
capaz de amar a mis enemigos.
Pero
me siento muy distinta de antes, desde que asisto a Misa todos los días. La
Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria.
El
sacramento de la reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada
día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace
que sea necesario recibirlo con frecuencia.
Por
muchos años he creído que la decisión crucial que había tomado de
permanecer en el extranjero en 1967 fue una importante etapa en mi vida.
Yo
iniciaba una vida nueva, me liberaba y progresaba en mi carrera de
escritora itinerante. El Padre celestial me ha corregido dulcemente.
Fui
nuevamente sumergida en una maternidad tardía que debía hacer presente mi puesto en la vida: un
humilde puesto de mujer y de madre.
Así, en verdad, fui llevada en
los brazos de la Virgen María a quien no tenía la costumbre de invocar,
reteniendo que esta devoción fuese cosa de campesinos iletrados como mi abuela
georgiana que no tenía otra persona a quien dirigirse.
Me
desengañé cuando me encontré sola y sin sustento. ¿Quién otro podía ser mi
abogado sino la Madre de Jesús?
Imprevistamente
Ella se me hizo cercana, Ella a quien todas las generaciones llaman
Bienaventurada entre las mujeres.
MIKHAIL KALISHNIKOV:
DE ICONO DEL SISTEMA COMUNISTA SOVIÉTICO A CRISTIANO
La historia ha registrado
casos de personas que han contribuído durante su juventud a esparcir el mal.
Como Mikahil Kalashnikov, cuyo fusil AK-47 ha matado a más personas que la bomba atómica.
Pero
que al final de su vida les “cae la ficha” y se arrepienten, y a su manera se convierten,
como es el caso de Mikhail Kalashnikov, el diseñador del fusil más exitoso de
la historia.
Mikhail Kalashnikov, inventó
el AK-47 para el ejército soviético y ha sido un icono para toda la
URSS. Al final de la vida ha abrazado la fe cristiana ortodoxa con la
ayuda de “Dios y los amigos”.
El
camarada Mikhail era un soldado ejemplar. Pero el peso de los honores que colgaban de
su chaqueta de uniforme de gala era más ligero de lo que el ex teniente del
Ejército Rojo estaba llevando en el alma.
Kalashnikov
escribió en abril de 2013 al Patriarca Kirill de la Iglesia Ortodoxa Rusa, según informó
esta semana el diario Izvestia, pocas semanas después de su muerte.
“Mi dolor
espiritual es insoportable.
Yo me hago siempre la misma pregunta, a la que no
puedo encontrar la respuesta.
Si mis ametralladoras cobraron
la vida de tantas personas, significa que yo, Mikhail Kalashnikov, de 93 años,
hijo de un campesino, cristiano ortodoxo, ¿soy culpable de su muerte, incluso
si eran enemigos?”.
Es
la angustia de un hombre que ve que la muerte se aproxima y llega a un acuerdo
con la tragedia de sus acciones.
SE UNE AL EJÉRCITO ROJO A LOS
19 AÑOS
Un
ruso cuyo nombre se asocia con una de las armas más letales jamás creadas, el
rifle de asalto AK-47, ideado a principios de la Guerra Fría para armar
al ejército de la URSS.
Y desde entonces se estima que se fabricaron al menos 170 millones de
copias, y ha matado a más gente que la bomba atómica.
El diseñador llegó a esa
invención, cuando no tenía ni siquiera treinta años.
Una
herida grave
que tuvo en la defensa de la URSS por el avance de los nazis en el 41 lo obligó a servir en el ejército y al país
ya no con su vida sino con su talento.
Para
él había sido un gran sacrificio abandonar el campo de batalla.
Tanto por
su amor por las armas como por la incapacidad para servir en primera línea
del proyecto comunista de la URSS, un mundo en el que se encontró desde el
nacimiento.
Nacido en Siberia en XIX en una familia de
campesinos, aunque sus padres eran kulaks y en el 30 habían sufrido la deportación,
con sólo diecinueve años se unió al
Ejército Rojo.
DESEARÍA DISEÑAR UNA CORTADORA
DE CÉSPED
Su vida fue una continua sucesión de
reconocimientos y dedicación a la causa, de invenciones y lealtad extrema a
Moscú.
El régimen comunista lo propuso como héroe del aparato soviético y como símbolo
del progreso de la URSS, junto con el astronauta Gagarin.
Cuando
el Muro de Berlín cayó, Kalashnikov estaba en las filas del ejército y la
Federación Rusia le hizo caballero de la Orden de San Andrés.
La invención del fusil, sin
embargo, nunca lo dejó en paz. Él nunca ganó mucho dinero con esa idea,
dijo varias veces, continuando en su humilde vida en una ciudad al pie de los
Urales.
Había sido concebida como un arma de defensa, y hasta hace pocos años no se preocupaba por
las numerosas muertes causadas:
“Siento que
es utilizada por los terroristas, pero estoy orgulloso de mi rifle de asalto…
Los responsables de la forma en que se utiliza son
los políticos. Yo duermo muy bien por la noche”.
Pero estas consideraciones las alternaba con otras menos vanidosas:
“Prefiero inventar una cortadora de césped”, dijo una vez,
y no decóa cómo broma: “Reprocho a
los nazis, que hicieron que me convirtiera en un diseñador de armas.”
En el mundo se utiliza esta
arma por todas partes en guerras civiles y revueltas, y luego, cuando su ciudad
natal le ha querido dedicar un museo, él pidió que se construyera una iglesia
en su lugar.
LA CONVERSIÓN A LOS 91
AÑOS
Kalashnikov llegó a a la fe ortodoxa muy tarde.
Crecido en la Rusia atea que
rechazaba toda fe, se convirtió al cristianismo cuando tenía 91 años, abrazando
los “sagrados misterios de Cristo” con la ayuda de “Dios y los
amigos”, como él mismo explica en la carta al Patriarca.
“Por supuesto que no puedes decir que fuera a misa o viviera de acuerdo a los mandamientos“, dijo a
Izvestia su hija Yelena.
“Tenemos que entender a su generación”.
“Es cierto”, continúa la carta del ex teniente, “el número
de iglesias y monasterios crece en nuestro país, pero el Diablo no se
reduce.
El bien y el mal viven como
vecinos, se pelean y, lo peor de todo, viven en las mentes de la gente“
La firma que aparece en la parte inferior de la
carta escrita por él es
“Siervo
de Dios, diseñador Mikhail Kalashnikov”
Foros de la
Virgen María
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