Las sectas son quizá el «desafío cultural» más importante que enfrenta la Iglesia en América, constata el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio de la Cultura.
Su
convicción se basa en los informes de los obispos durante las visitas «ad limina» y en las conclusiones del cuestionario
sobre la increencia que preparó la asamblea plenaria de ese Consejo Vaticano en
marzo de 2004, a raíz de la correspondencia de intelectuales y hombres de
Iglesia.
Estas
conclusiones las ilustró el purpurado francés este martes en Río de Janeiro al
inaugurar con una conferencia el segundo Encuentro de Miembros y Consultores
Americanos del Consejo de la Cultura.
Las
respuestas a las preguntas sobre el estado de la fe y la increencia, reveló el
cardenal, «mostraban la disminución del ateísmo
militante y teórico en la misma medida que crece una “aconfesionalidad” o una
forma “light” de vida cristiana».
«Si en los años setenta y ochenta el secularismo se expresó en algunos
jóvenes como: “Cristo sí, la Iglesia no”; hoy, una mentalidad invasora dice:
“Dios quizá, religión sí”. Pero Dios personal no, sino una energía impersonal,
sensible, emotiva y confusa: sí».
Las sectas
son el penúltimo eslabón de una cadena que termina en la indiferencia, y que,
según Poupard, «inicia en la ausencia de una respuesta de parte de la
experiencia religiosa al problema del sentido de la vida».
Este
fenómeno, reconoció, se debe a «una búsqueda
compulsiva de la trascendencia, con los ojos de la emotividad y el rechazo a
cualquier autoridad que no se justifique afectivamente cercana».
Según el
representante vaticano, «las sectas evidencian la
necesidad de reconocer que muchos católicos no conocen el kerygma. El primer
contacto con el anuncio de Cristo Salvador, con la gratuidad del amor y la
trascendencia de Dios, desgraciadamente no lo recibieron de los ministros de la
Iglesia que los bautizó».
«Muchos recibieron sólo imperativos, reglas, programas y compromisos de
acción, pero ignoraban el anuncio de la Salvación con una fuerza convincente y
un lenguaje concreto», constató.
«Pero, ¿qué desea el hombre y la mujer de América en su búsqueda de lo
divino?», se
preguntó.
Y
respondió citando a Blaise Pascal: «el error no seduce jamás los espíritus sino
por la parte de verdad que contiene».
«¿Por qué en el imaginario colectivo hablar con pasión de Jesucristo es
considerado rasgo de las sectas, mientras que a la Iglesia se le observa con
una seriedad inquisidora y burocrática, no obstante que nuestra pastoral en
América sea de cercanía a los fieles?», siguió
interrogándose.
«¿La existencia de la sectas puede ser ocasión de renovación pastoral?»,
insistió. «¿No será que se tiene hambre de un lenguaje que sea intensamente
mistérico y concreto, ya en nuestra predicación, catequesis, y liturgia como en
las actitudes de la vida comunitaria?»
«En campo católico existen los movimientos y nuevas comunidades
eclesiales, ellos utilizan un lenguaje y una práctica que saca del letargo o
alejamiento a miles de católicos paralizados en su vida de fe», explicó.
«Su acento comunitario, su fuerte identidad y pertenencia, su deseo de
permanecer en la comunión de fe, su despliegue pastoral, son una riqueza
innegable», subrayó.
Según el
cardenal, la cultura se transmite a través de categorías históricas, que «conscientemente o no, respondan al deseo de felicidad».
«Si no hablamos el lenguaje que el mundo entiende permaneceremos
encerrados en un ghetto académico, si no reconocemos que el ser del hombre
tiene una identidad metafísica precisa quedaremos a la deriva del ateísmo
práctico nihilista», advirtió.
Pero ante
«estos retos», aseguró, «no temamos». «La Belleza de Cristo nos hace capaces no
sólo de expresarnos en el lenguaje de nuestros contemporáneos, sino de
comunicar la vida indestructible que el hombre anhela».
Zenit.org
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