Es la unión sacramental con Cristo verdadero Dios y verdadero hombre.
Por: Taís Gea | Fuente: Catholic.net
La comunión es el momento fundamental de la Misa. Todo lo que hemos vivido espiritualmente se realizará sacramentalmente. Es ahora cuando se da la más íntima comunión con Él. Es la unión sacramental con Cristo verdadero Dios y verdadero hombre. Nos hemos ido preparando durante toda la Misa para este momento.
Hemos muerto a nosotros mismos y nos hemos vaciado en el acto
penitencial para recibir el don de Cristo. Hemos adorado a Dios dejando que el
Espíritu alabe en nosotros durante el Gloria. Hemos acogido su Palabra que se
ha hecho carne en nosotros en la Liturgia de la Palabra. Nos hemos ofrecido
totalmente a Él, desde nuestra miseria, en el ofertorio. Hemos recibido el don
de unirnos a su cuerpo y su sangre espiritualmente en la consagración. Hemos
intercedido por la humanidad entera en la Plegaria Eucarística. Hemos llamado “Padre” a Dios. Ahora es nuestra oportunidad de acoger
a Cristo Eucaristía para que se realice todo esto en nosotros. Jesús
sacramentado, en nosotros, lleva a cabo estos misterios.
Mientras caminas en la fila para recibir la hostia consagrada puedes
hacer una oración de deseo. Desea a Dios, desea recibirlo, desea unirte
íntimamente con Él, desea su gracia, deséalo profundamente. Díselo una y otra
vez:
Señor Jesús, te deseo recibir. Mi alma tiene hambre
y sed de ti. No soy digno, pero ven a mí. Deseo ser uno contigo. Ansío tu
presencia. Te he buscado en los hombres, en las criaturas, en este mundo y no
te encuentro. Mi alma te busca ¡oh Señor! no le escondas tu rostro. Ven Señor
Jesús.
Cuando recibas a Jesús, di con fuerza “Amén”.
El Amén es nuestra prueba de fe. El sacerdote nos da la hostia diciendo:
“Cuerpo de Cristo” y nosotros con nuestro
amén, creemos. Creo que eres Dios, creo en tu amor, creo en tu misericordia,
creo en tu presencia real, creo en ti. Aumenta mi fe (Mc. 9, 24).
¿Por qué se requiere fe? Se
puede decir que es el momento más “sensible” de la Misa. Recibimos físicamente
a Cristo. Sin embargo Dios permanece oculto en las especies del pan y del vino.
“Yo soy el pan de la vida.” Jn. 6, 35. Dios
sigue siendo incomprensible para nuestra naturaleza. Siempre nos pide el salto
de la fe. Seguimos buscando a un Dios según nuestros criterios. Un Dios
majestuoso, poderoso, omnipotente que creemos que va a estar en el viento
huracanado que parte las montañas y resquebraja las rocas. Lo estamos esperando
en el terremoto o en el fuego. Sin embargo, Dios está en el rumor de una brisa
suave. (1Re. 19, 11-12). El hombre no termina de entender dónde reside la
verdadera grandeza. En la pequeñez de una hostia, blanca y pura, se encuentra
la majestad de Dios.
Es por eso que Dios requiere de tu fe. Prepárate
para recibirlo con ese gesto tan sencillo de decir con fe: Amén.
En la acción de gracias después de la comunión
desearíamos hablar mucho con Jesús. Sin embargo, este momento tan bello de
unión es recomendable que sea invadido por el silencio. Cuando dos personas se
aman, sobran las palabras. Así es con Dios, a quien amas y que te ama. Intenta
entrar dentro de ti, de unirte al Señor que has recibido en silencio. Un
silencio que adora, que ama. Te aconsejo que sólo rompas el silencio con pocas
palabras.
¿Qué palabras puedes decir?
En primer lugar: gracias.
La palabra gracias dice mucho, expresa una actitud del corazón. Las personas
que saben que no merecen nada agradecen siempre. La gratitud abre el corazón,
lo hace más sensible a los dones que se reciben. Recibir a Dios como alimento
es el don más grande (Jn. 6, 32). Repite sencillamente: “Gracias Señor, gracias”.
En segundo lugar dile al Señor: te necesito. Expresarle a Dios la
necesidad que tenemos de Él nos hace capaces de recibir su ayuda. “No necesitan médico los que están fuertes sino los que están
mal.” Mt. 9, 12. En este momento puedes decirle que lo necesitas porque
estás enfermo, porque has pecado, porque no puedes ser santo por tus propias
fuerzas. Dile que necesitas de Él. Dios quiere sanar tu corazón, te quiere
perdonar, te quiere llenar de su gracia.
En esta petición incluye a todos tus seres queridos,
a los más necesitados, a los enfermos, a los sacerdotes, a todas aquellas
personas por las que quisieras interceder. Cuando intercedes por los demás te
conviertes en padre o madre espiritual. Pide al Señor por todos tus hijos.
Repite con la fuerza de tu corazón pobre: “Señor te
necesito y te necesitan todos mis hijos.”
En último lugar puedes
decir: te amo. Al
corazón de Dios le consuela escuchar que le amas. A Dios le agradan estas
palabras dichas con todo el corazón. A veces, no nos sentimos dignos de decirle
a Dios que lo amamos porque pensamos que no somos auténticos. Sabemos que el
amor se expresa con los actos y con la vida. “Hijos
míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.” 1Jn.
3, 18. Por eso, esperamos ser perfectos. Pasarás la vida esperando el momento
para decirle que lo amas y se te acabará tu oportunidad, ya que nunca seremos
perfectos. Dios sabe que tu corazón está herido por el pecado, sin embargo, el
amor que brota de tu corazón herido le consuela (1Jn. 4, 10-17). Repite sin
cansarte: “Te amo Señor”.
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