¿Se puede luchar contra el
terrorismo sin cambiar la Constitución? Por supuesto, en cualquier país de
Europa. Los mecanismos jurídicos son perfectos. Simplemente la Constitución
preserva principios tales como la limitación del Ejecutivo para que tenga que
ser un juez el que decida si uno puede intervenir teléfonos o tirar la puerta
de tu casa abajo.
¿Por qué cambiar entonces esas
barreras que contienen al Poder? Pues porque cuando el Pueblo pide hacer algo,
lo mejor es cambiar la Carta Magna a toda prisa en orden a debilitar las
garantías constitucionales de los ciudadanos. Cambiar la Constitución, en este
caso, se traduce por un debilitamiento de los derechos de los ciudadanos frente
al Poder.
Curiosamente, que no casualmente,
en mi novela Cyclus Apocalypticus ya señalé en aquel lejano 1997 que el
mejor modo de concentrar Poder por parte del Ejecutivo en una democracia era
precisamente ése: el miedo al terrorismo.
Pero vamos camino de la
mentalidad cesariana. Los ideales se han perdido por el camino. Y frente a esta
situación, peor todavía, los antisistema que en el fondo constituyen un tipo de
bolivarianismo. Entre el terrorismo y las futuras luchas callejeras de los
anticapitalistas, los futuros césares lo tienen muy fácil para eclosionar.
Mientras tanto, el Pueblo seguirá pidiendo atajos a la ley, seguirá
pidiendo más concentración de Poder. Como si la solución a nuestros problemas
pasara por extender toda una generación de Putins en las capitales de Europa.
Magnífico, vamos por el camino adecuado. Mueren 128 personas y se cambian los
derechos y libertades de 66 millones de personas.
P.
FORTEA
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