...ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
«Este es el secreto infalible insisto, del gozo y
de la paz.»
Si nosotros queremos imitar a Cristo, nuestra actitud debe ser amar lo que Dios quiere, que entendámoslo o no, es siempre el camino que conduce al Cielo, el fin de nuestra vida.
Si nosotros queremos imitar a Cristo, nuestra actitud debe ser amar lo que Dios quiere, que entendámoslo o no, es siempre el camino que conduce al Cielo, el fin de nuestra vida.
Él sólo desea nuestro bien.
Dios manifiesta Su voluntad a través de los
Mandamientos, que son la expresión de todas las
obligaciones y la norma práctica para que nuestra conducta esté dirigida a Dios.
Jesús, sé que cuando te pregunto: ¿qué quieres?, siempre
me pides un poco más.
Pero no me da miedo meterme en esta dinámica, porque también sé -lo tengo comprobado- que queriendo esos deseos tuyos soy feliz, con una felicidad y una paz que nada ni nadie me puede quitar.
Pero no me da miedo meterme en esta dinámica, porque también sé -lo tengo comprobado- que queriendo esos deseos tuyos soy feliz, con una felicidad y una paz que nada ni nadie me puede quitar.
«Vienen su madre y sus hermanos y, quedándose
fuera, enviaron a llamarlo. Y estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y
le dicen: Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera. Y en
respuesta, les dice: ¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos? Y mirando a los
que estaban sentados a su alrededor dice: Ved aquí a mi madre y mis hermanos.
Porque quien haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi
madre.» (Marcos 3, 31-35)
Jesús, a
primera vista parece una respuesta un poco dura, que no se merecen tu madre ni
tus familiares («hermano», en arameo,
es un término amplio que significa «familiar»).
Pero, en el fondo, no es un reproche a su actitud, sino al contrario: es una alabanza de la que te
sirves para dejar claro qué es lo realmente importante.
«Quien haga la Voluntad de Dios, ése es mi hermano,
mi hermana y mi madre».
Jesús, lo que
realmente importa es hacer tu voluntad.
«Para honrar a Dios, someteos enteramente a su
voluntad y por nada creáis que le serviréis mejor de otro modo, pues no se le
sirve nunca bien, sino cuando se le sirve como Él quiere»
Si la Virgen es la persona más unida a Ti, la persona más santa, no lo es por su parentesco
natural contigo, Jesús, sino por su fidelidad a la hora de cumplir la misión
que le habías encargado: «He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». (Lucas 1,38).
Este frase anterior es realmente, otro secreto infalible
insisto, del gozo y de la paz. y de la verdadera Vida»
Toda la vida de la Virgen estuvo marcada por este
objetivo: hacer siempre y en todo la voluntad de Dios. Si quiero estar unido a Ti, si quiero de verdad
ser cristiano, sólo tengo un camino: cumplir la voluntad de Dios.
Y para ello, el primer paso es buscar cada día, en cada acontecimiento, cuál es esa voluntad tuya:
Jesús, ¿qué quieres que haga?; ¿cómo quieres que haga esto?; ¿crees que debo
hacer esto otro?; ¿estoy
haciendo las cosas como lo esperas de mí?; ¿qué otras cosas te gustaría que
hiciera?
«Veo con meridiana claridad la fórmula, el secreto
de la felicidad terrena y eternal: no
conformarse solamente con la Voluntad de Dios, sino adherirse, identificarse, querer -en una palabra-, con un acto
positivo de nuestra voluntad, la Voluntad divina. Este es el secreto
infalible -insisto- del gozo y de la paz»
Jesús, para conocer tu voluntad, he de hacer
oración personal. No es suficiente con esas
oraciones vocales que puedo rezar en grupo o en familia.
Es una cosa entre dos: Tú y yo. Además, en algunos casos necesitaré la
ayuda del director espiritual para concretar una inquietud, para saber cómo
corresponder mejor a esa voluntad divina. Pero el compromiso es siempre
contigo, no con el director espiritual.
Jesús, sé que cuando te pregunto: ¿qué
quieres?, siempre me pides un poco más.
Pero no me da miedo meterme en esta dinámica, porque también sé -lo tengo comprobado- que
queriendo esos deseos tuyos soy feliz, con una felicidad y una paz que nada ni
nadie me puede quitar. «Este es el secreto infalible -insisto- del gozo y de la
paz.»
«Tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan». Jesús, que te busque siempre, esté donde esté:
con exámenes, con mucho trabajo, de vacaciones o en fin de semana.
Que te busque en la oración y en la Eucaristía; que te busque en los demás, especialmente en los
que más lo necesitan y en los que están más cerca.
Tu madre, la Virgen, tuvo toda su vida esa actitud
de búsqueda: intentó en cada momento servirte
lo mejor posible, hacer tu voluntad. Por eso es la persona más santa, y por eso
también es la persona más feliz.
Ayúdame,
madre, a imitarte en ese deseo de adherirse, identificarse, querer -en una palabra-, con un acto positivo de
nuestra voluntad, la Voluntad divina.
Todo el que haga la voluntad de mi Padre que está
en los Cielos, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre, respondió Jesús al
que le avisaba que Su Madre le buscaba.
Es la nueva familia de Cristo, con lazos más fuertes que los de la sangre, y a la
que pertenece María en primer término, pues nadie cumplió jamás la voluntad
divina con más amor y más hondura que Ella.
Nosotros tenemos la inmensa alegría de poder
pertenecer, con lazos más fuertes que los de
la sangre, a la familia de Jesús, en la medida que cumplimos la voluntad
divina.
Hoy podemos examinar si deseamos cumplir siempre lo
que Dios quiere de nosotros, en lo
grande y en lo pequeño, en lo que es grato y en lo que nos desagrada, y pedir a Nuestra Señora que nos enseñe a
amar esta santa voluntad en todos los acontecimientos, también en aquellos que
nos cuesta entender o interpretar adecuadamente.
Si nosotros queremos imitar a Cristo, nuestra
actitud debe ser amar lo que Dios quiere, que entendámoslo o no, es siempre el camino
que conduce al Cielo, el fin de nuestra vida.
Él sólo desea nuestro bien.
Dios
manifiesta Su voluntad a través de los Mandamientos que son la expresión de
todas las obligaciones y la norma práctica para que nuestra conducta esté dirigida a Dios.
Dios también se manifiesta a través de las
indicaciones, consejos y Mandamientos de nuestra Madre la Iglesia; de los consejos recibidos en la dirección
espiritual; de las obligaciones del
propio estado, y en aquellos sucesos que Él permite que pasen en nuestra Vida
diaria. ojo a este tema.
Hay una providencia oculta detrás de cada
acontecimiento: todo está ordenado y dispuesto
para que sirva al bien de todos.
Obtendremos
muchos frutos espirituales si nos acostumbramos a hacer actos de identificación
con la voluntad de Dios en lo grande y en lo pequeño: "Jesús, lo que Tú quieras... yo lo amo".
Ojo, Esta es La esencia de la Vida
Cuando veamos que Dios quiere algo de nosotros, debemos hacerlo con prontitud y alegría.
Porque muchos se rebelan cuando los proyectos del
Señor no coinciden con los suyos; otros
solamente se resignan como un simple doblegarse porque no hay otro remedio, sin
amor.
El Señor quiere que amemos el santo abandono, confiando plenamente en nuestro Padre Dios, sin
dejar de poner, por otra parte, los medios que el caso requiera.
Siempre recordemos la alabanza de Jesús a su Madre:
"¡El que cumple la voluntad de mi Padre, ése ? ésa- es mi madre"
«Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo
os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo
es suave y mi carga ligera.» (Mateo 11, 28-30)
Jesús, quieres aliviarme de mis fatigas y agobios y, para conseguirlo, me dices que coja tu yugo.
¿Cómo es posible que llevando aún más carga, vaya más ligero? Si la vida tiene ya tantas dificultades, ¿para qué liarme más? El secreto está en que tu yugo me tira para arriba;
no es un peso muerto, sino que es como unas alas que -aunque pesen-
me permiten volar.
Jesús, vivir como Tú me enseñas cuesta un poco. Y, a veces, algo más. Pero si te sigo en serio, mi vida se llena de sentido -de misión-, y entonces, cualquier esfuerzo vale la pena, y cada sacrificio es un nuevo motivo de gozo interior.
Y ya no me acuerdo del peso de tu yugo, como el ave no se fija en el peso de sus alas, y comprendo perfectamente por qué dices: «mi yugo es suave y mi carga ligera».
Jesús, he de aprender de Ti, que eres «manso y humilde de corazón.» En el contexto del Evangelio, «aprender» no significa simplemente comprender teóricamente -como cuando se estudia una fórmula matemática- sino adquirir esas virtudes de las que hablas.
Y las virtudes se adquieren con repetición de actos. Es decir, me pides que haga actos de humildad y mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados.
El soberbio no tiene paciencia con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores. Ni tampoco sabe reconocer los suyos propios. El humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que le rodean.
«Conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás.
Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo.
La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud». (Casiano).
«¿ Qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez.
Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día, tú y yo -pobres criaturas- no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: «venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré».
Gracias, Señor porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo. Si de veras deseas progresar en la vida interior sé humilde» Jesús, la humildad es básica en mi vida cristiana. Sin humildad, no puedo progresar en la vida interior.
Pero la humildad no es algo que se tiene o no se tiene, sino algo que crece o disminuye; una cualidad que tengo que aprender, y que también puedo olvidar si no la cuido. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.»
Jesús, prometes paz y descanso en el alma de los humildes. Y esto es así porque el humilde no se cree perfecto y no se hunde cuando falla.
Al contrario, ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo de tu gracia.
Jesús, enséñame a ser humilde, a volver a empezar una y otra vez si hace falta, con santa tozudez. Que no me crea impecable, que no me alce por encima de los demás, pues cuanto más me alce, más fuerte será la caída.
Dame esa humildad de corazón, y entonces,
¿qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento?
¿Cómo es posible que llevando aún más carga, vaya más ligero? Si la vida tiene ya tantas dificultades, ¿para qué liarme más? El secreto está en que tu yugo me tira para arriba;
no es un peso muerto, sino que es como unas alas que -aunque pesen-
me permiten volar.
Jesús, vivir como Tú me enseñas cuesta un poco. Y, a veces, algo más. Pero si te sigo en serio, mi vida se llena de sentido -de misión-, y entonces, cualquier esfuerzo vale la pena, y cada sacrificio es un nuevo motivo de gozo interior.
Y ya no me acuerdo del peso de tu yugo, como el ave no se fija en el peso de sus alas, y comprendo perfectamente por qué dices: «mi yugo es suave y mi carga ligera».
Jesús, he de aprender de Ti, que eres «manso y humilde de corazón.» En el contexto del Evangelio, «aprender» no significa simplemente comprender teóricamente -como cuando se estudia una fórmula matemática- sino adquirir esas virtudes de las que hablas.
Y las virtudes se adquieren con repetición de actos. Es decir, me pides que haga actos de humildad y mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados.
El soberbio no tiene paciencia con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores. Ni tampoco sabe reconocer los suyos propios. El humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que le rodean.
«Conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás.
Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo.
La tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud». (Casiano).
«¿ Qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez.
Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día, tú y yo -pobres criaturas- no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: «venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré».
Gracias, Señor porque has sido siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo. Si de veras deseas progresar en la vida interior sé humilde» Jesús, la humildad es básica en mi vida cristiana. Sin humildad, no puedo progresar en la vida interior.
Pero la humildad no es algo que se tiene o no se tiene, sino algo que crece o disminuye; una cualidad que tengo que aprender, y que también puedo olvidar si no la cuido. «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas.»
Jesús, prometes paz y descanso en el alma de los humildes. Y esto es así porque el humilde no se cree perfecto y no se hunde cuando falla.
Al contrario, ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo de tu gracia.
Jesús, enséñame a ser humilde, a volver a empezar una y otra vez si hace falta, con santa tozudez. Que no me crea impecable, que no me alce por encima de los demás, pues cuanto más me alce, más fuerte será la caída.
Dame esa humildad de corazón, y entonces,
¿qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento?
El Señor quiere que amemos el santo abandono, confiando plenamente en nuestro Padre Dios, sin
dejar de poner, por otra parte, los medios que el caso requiera.
Siempre recordemos la alabanza de Jesús a su Madre:
"¡El que cumple la voluntad de mi Padre, ése ? ésa- es mi madre"
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