A pesar del deseo explícito de
Jesucristo que todos los fieles fuésemos uno “como mi Padre y yo somos uno”, un
par de milenios después frente a la única Iglesia que fundó aparecen cientos de
miles de congregaciones cristianas. Tal como repito muchas veces, eso significa
que todos hemos hecho algo mal, muy mal.
Cierto es que existe una
corriente denominada ecumenismo que trata de ir recuperando la unidad de los
cristianos entre los católicos y los hermanos separados protestantes, pues a
fin de cuentas es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Pero por
desgracia parece que este empeño lo ven un buen número de protestantes con
cierto recelo e incluso algunos (Dios quiera que los menos) tratan de impedirlo
hasta con ataques personales a aquellos que establecen algún contacto con el
catolicismo.
Uno de los puntos en que los
protestantes siguen insistiendo a la hora de la oposición es el rechazo a la
veneración que los católicos profesamos por la Virgen María. Para empezar son
muchos los que se confunden, bien por desconocimiento o algunos podría ser por
malicia, afirmando que los católicos somos unos idólatras ya que adoramos a la
Virgen y sólo hay que adorar a Dios. Tendremos que repetir una y otra vez que
los católicos adoramos a Dios y veneramos a la Virgen y a los santos del cielo,
que es algo bien distinto.
Por otro lado, frente a los
católicos que afirmamos que la Revelación única tiene dos fuentes, las Sagradas
Escrituras y la Tradición, los protestantes sólo reconocen la Biblia como base
doctrinal y afirman que la mayor parte de las afirmaciones que hacemos sobre la
Virgen no aparecen en ella y por tanto no pueden considerarse como verdaderas.
Ciertamente este principio
general resulta paradójico: si sólo debemos aceptar como verdaderas las
doctrinas que como tal aparecen en la Biblia, esta misma doctrina no aparece en
la Biblia, por lo que deberíamos tenerla por errónea... se reduce al absurdo.
Pero aún teniéndola por cierta,
desde este punto de vista podemos ir directamente a la Biblia, a los Evangelios
y los Hechos de los Apóstoles, y ver exactamente que dice sobre María. Desde
ese prisma tendríamos, o deberíamos tener, una base común para todos los
cristianos, protestantes o católicos, sobre ella.
Para empezar debemos afirmar tal
como aparece en la Biblia que Dios no se hace hombre en Jesús de la nada, ni
tampoco escoge a una mujer anónima cualquiera. María es escogida expresamente por Dios, tal como aparece en Mt 1
y en Lc 1, 26-27 en que se menciona su nombre, su ciudad, su estado civil, el
nombre de su prometido e incluso el nombre del ángel que es enviado.
María posee la gracia de Dios en plenitud, el título de “llena de Gracia” (Lc 1,28) que le da el ángel a María es
la primera y única vez que aparece en la Biblia. A ningún patriarca, profeta o
santo en todas las Sagradas Escrituras se le da tal denominación. ¿Podemos
deducir que si la gracia de Dios se da en plenitud y no sólo de forma parcial
es por que Dios la ha preservado del pecado desde un principio? ¿Podemos
deducir que si tal como dice la Biblia (Rom 5,12) la muerte es una consecuencia
de la corrupción y que esta lo es del pecado, María no conocerá el mismo tipo
de muerte que el resto de los hombres al haber sido preservada del mismo? Ahí
aparece una diferencia entre las teologías católica y protestante. Los
católicos damos en ambas una respuesta afirmativa. Los protestantes no las
plantean.
EL EMBARAZO DE MARÍA ES DE NATURALEZA DIVINA. El evangelista Mateo afirma por dos veces (Mt 1, 1.20) que es por obra
del Espíritu Santo y, como si quisiera que quedara del todo claro incide en Mt
1,21 que se ha producido sin que hubiera tenido relaciones. El evangelista
Lucas (Lc 1, 35) da incluso más detalles explicando que el Espíritu Santo desciende sobre ella y el poder del Altísimo la
cubre con su sombra.
De hecho, ante las comprensibles
dudas que tiene José, que llega a plantearse repudiarla aunque de forma
discreta, Dios mismo le indica que la tome por esposa (Mt 1, 19-20.24)
Pero María no acepta su misión de forma irracional, si no que plantea
sus dudas, interroga al Señor (Lc1, 29.34) aunque sí con total humildad y obediencia (Lc 1, 38) como una
simple esclava por lo que en ella se
cumple la palabra de Dios (id).
María es por tanto
“madre del Salvador” (Mt 1, 21),
“madre del Hijo del altísimo” (Lc1,32),
“madre del Rey Eterno” (Lc 1,33)
“madre del Señor” (Lc1,43), “madre del Santo” (Lc 1, 35) y “madre del Hijo de Dios” (id) y
también afirma la Biblia que en ella se
cumplen las profecías del pueblo de Israel (Mt 1, 22-23)
Recibir a María en la casa propia es un honor
inmerecido tal como lo hace saber Isabel (Lc
1,43) aunque por lazos familiares solo se trate de su prima pequeña. Además, y
tal como afirma su saludo, María posee
una bendición de Dios superior y distinta al resto de las mujeres (Lc 1,
42).
Siguiendo por tanto lo que afirma
la Biblia en este relato, María es
dichosa por que ha creído a la palabra de Dios (Lc 1,45) y todos los fieles de todas las generaciones
deben dirigirse a ella felicitándola por la obra que el Todopoderoso ha hecho
en su vida (Lc1, 48-49). Estas frases están recogidas en el cántico
conocido como “Magnificat” (Lc1, 46-55) lo que, tal como dice mi amigo y músico
católico Gaby Soñer, la convierte en la primera cantautora cristiana.
Es testigo además de como los
humildes o los reyes de la tierra e incluso los mismos ángles se postran ante
su hijo recién nacido, cosas estas que guardaba en su corazón.
Las Sagradas Escrituras recogen
también como María cumple con los preceptos del pueblo de Israel, y así vemos
como acude con su esposo al templo a consagrar a su hijo (Lc 2, 21-24) o suben
a Jerusalén a celebrar la Pascua judía (Lc 2, 41-42).
La dicha de María no está exenta del sufrimiento a causa
de su hijo, tal como le profetiza el anciano Simeón (Lc2, 35) como una
espada que le atravesase el alma. De hecho María será una exiliada política (Mt
2, 14.20-21), tendrá que ver como su hijo se marcha de casa y antepone su
misión a las mismas relaciones familiares (Mt 12, 47-50) o como sus propios
paisanos lo rechazan precisamente por que conocen que es su propio hijo (Mt 13,
55-57), y, como no, estará con Él a los
pies de la cruz (Jn 19, 25-27)
Como cualquier otra madre tendrá
una relación similar a las demás con su hijo, así se angustiará cuando se
pierda (Lc2, 43-48) o acudirá con él a eventos sociales como en las bodas de
Caná (Jn2).
En este episodio además aparecen
ciertas características importantísimas sobre ella, así María intercede por los demás ante su hijo (Jn 2,3) y su mediación es muy poderosa tanto que
es capaz de modificar los mismos planes de Jesús para manifestar su gloria (Jn2,
4.11) y nos exhorta a obedecer los
mandatos de Jesús (Jn 2,5)
Y en la misma cruz, con todos los
dolores de su pasión Jesús entrega a
María como madre a Juan, el apóstol al que más quería, (Jn 19, 25-27).
He aquí otra diferencia entre las teologías católicas y protestante, ¿podemos
ver en este gesto una entrega de María como Madre de todos los fieles tal como
afirmamos los católicos?
En resumen, podríamos asegurar
que si afirmamos que María es la escogida expresamente por Dios para encarnarse
y ser su madre, que su embarazo es por tanto obra del Espíritu Santo, que en
ella se da la gracia de Dios en plenitud y que está bendita de forma distinta y
superior al resto de nosotros, que debemos dirigirnos a ella considerándola
dichosa, que intercede de forma potente por nosotros ante su hijo y nos anima a
obedecerlo y que con ella nace la Iglesia, no estaríamos diciendo nada distinto
a lo que la misma Biblia afirma.
¿Será posible entonces algún día
que afirmar todas estas cosas sea algo perfectamente válido para todos los
fieles cristianos sean católicos o protestantes?
¿Llegará un día en que la
veneración por María sea un motivo de unión y no de separación entre todos los
fieles cristianos?
Dios lo
quiera.
José Luis Rubio
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