Un elemento fundamental para enfocar adecuadamente el tema de la existencia y del poder de los demonios es la afirmación básica de que estos seres son también criaturas de Dios.
No podría
ser de otro modo. Dios es el Creador de “todo lo visible y lo invisible”. En
tanto que criaturas, los demonios son buenos, ya que todo lo que es, en tanto
que es, es bueno. El concilio Lateranse IV, del año 1215, establece: “Creemos
firmemente y confesamos con sincero corazón… que Dios es el único origen de
todas las cosas, el Creador de lo visible y de lo invisible, de lo espiritual y
de lo corpóreo… El diablo y los demás espíritus malignos fueron creados por
Dios buenos por naturaleza, pero por sí mismos se hicieron malos”.
¿Cómo entender que un ser creado bueno se hace por sí mismo malo? La razón que explica esta mutación es que ninguna criatura espiritual está eximida de decidirse - ya que es inteligente y libre - a favor o en contra de Dios. Los demonios son ángeles que se han convertido, voluntariamente, en antagonistas de Dios y que pretenden que los hombres se revuelvan también contra Dios y contra Cristo.
Lo demoníaco está presente en el mundo. San Pablo, en la epístola a los Efesios, menciona al “Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes” (2,2). Su labor, la labor de este Príncipe, es tentar y pervertir; viciar con malas doctrinas o ejemplos las costumbres y la fe. Pero no toda tentación ni toda perversión proviene de él; ya que en el hombre, herido por el pecado, puede surgir la tentación por sí misma. En cualquier caso, provocado directamente por él o por una naturaleza herida, el pecado es la mano de Satanás. Si uno quiere caer en manos del demonio lo tiene “fácil”: basta con pecar.
¿Cómo entender que un ser creado bueno se hace por sí mismo malo? La razón que explica esta mutación es que ninguna criatura espiritual está eximida de decidirse - ya que es inteligente y libre - a favor o en contra de Dios. Los demonios son ángeles que se han convertido, voluntariamente, en antagonistas de Dios y que pretenden que los hombres se revuelvan también contra Dios y contra Cristo.
Lo demoníaco está presente en el mundo. San Pablo, en la epístola a los Efesios, menciona al “Príncipe del imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes” (2,2). Su labor, la labor de este Príncipe, es tentar y pervertir; viciar con malas doctrinas o ejemplos las costumbres y la fe. Pero no toda tentación ni toda perversión proviene de él; ya que en el hombre, herido por el pecado, puede surgir la tentación por sí misma. En cualquier caso, provocado directamente por él o por una naturaleza herida, el pecado es la mano de Satanás. Si uno quiere caer en manos del demonio lo tiene “fácil”: basta con pecar.
La posesión es otro modo de caer
en manos del Enemigo. Se habla de “posesión” cuando Satanás se apodera del
cuerpo de una persona. Aunque es muy difícil distinguir entre la posesión
diabólica y los fenómenos patológicos (por ejemplo, las enfermedades mentales).
Es extremadamente difícil comprobar de modo incontrovertible que nos hallamos
ante una posesión. La prudencia exige, en casos que se presten a sospecha
fundada, contar con el parecer de los expertos en medicina. Además de la
posesión en sentido estricto, pueden darse otros fenómenos. El demonio puede
producir desde fuera, males, taras y perjuicios físicos.
El hombre, como los demonios, puede ponerse del lado del mal. Y esto sucede cuando la personalidad humana es degradada por el terror, la angustia, la propaganda y la sugestión. Personalmente, veo esa huella satánica en todo lo que rodea la llamada “cultura de la muerte”.
El “Catecismo” nos recuerda que “el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser un espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios” (395).
El hombre, como los demonios, puede ponerse del lado del mal. Y esto sucede cuando la personalidad humana es degradada por el terror, la angustia, la propaganda y la sugestión. Personalmente, veo esa huella satánica en todo lo que rodea la llamada “cultura de la muerte”.
El “Catecismo” nos recuerda que “el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser un espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios” (395).
Guillermo Juan Morado
Nota: Los ángeles (buenos o malos) son
infinitamente superiores al ser humano… pero, son infinitamente inferiores a
Dios. Ahí está nuestra ventaja contra el demonio si es que estamos de parte de
Dios. Él, como nuestro Padre, el más poderoso, vela por nosotros, aunque
algunas veces permite que el demonio nos toque, para probar nuestra lealtad
hacia Él. Además Dios nos ha regalado a su Madre para que sea nuestra Madre… el
demonio, ni bien escucha hablar sobre Ella, huye despavorido.
José
Miguel Pajares Clausen
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