Vuelvo al tema de la cizaña. ¿Por
qué? La verdad, no es un tema que me entusiasme, pero cada vez leo más
comentarios desesperanzados de amigos, conocidos y referentes diversos. Vivimos
tiempos complejos, en donde todo genera desconfianza y recelo. Todos sufrimos
el pesado fardo de la desesperanza que llevamos en nuestros hombros. San
Agustín nos habla de esto:
"Cuando esto que es perecedero
en nosotros, llegue a ser imperecedero y cuando esto que es mortal, se revista
de inmortalidad» (1Co 15,54), entonces será la dulzura perfecta, el júbilo
perfecto, la alabanza sin fin, el amor sin peligro... Y aquí abajo, ¿no
saborearemos ninguna alegría? Sin duda, encontramos aquí abajo la alegría; disfrutamos aquí en la esperanza de una vida
futura, una alegría con la que seremos plenamente saciados en el cielo.
Pero es necesario que el trigo
tenga que soportar estar al lado de la cizaña Los granos están mezclados con la
paja y la flor crece entre las espinas. En efecto, ¿quién dijo a la Iglesia?
«Como la flor entre las espinas, así también mi amada en medio de las jóvenes»
(Ct 2,2). «En medio de mis hijas», es decir, no entre las extranjeras. Oh Señor,
¿qué consolaciones nos das? ¿Qué consuelo? o bien ¿qué espanto? ¿Llamas espinas
a tus propias hijas? Espinas son,
responde, por su conducta, pero hijas por mis sacramentos...
Pero, entonces ¿dónde deberá
refugiarse el cristiano, para no lamentarse en medio de los falsos hermanos?
¿Dónde irá? ¿Qué hará? ¿Huirá al desierto? Las oportunidades de caída le seguirán. ¿Se separará, el que va por buen
camino por no soportar más a ninguno de sus semejantes? Pero, dime, a
este, antes de su conversión, ¿ha podido soportarlo alguien? Si, por
consiguiente, con el pretexto de que avanza, no quiere soportar a ninguna
persona, por este hecho, es evidente
que todavía no ha avanzado nada. Escuchad atentamente estas palabras:
"Soportaos los unos a otros con amor. Procurad mantener la unidad en el
Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4,2-3). ¿No hay nada en ti, que otro no tenga que soportar? (San Agustín, Comentario al Salmo. 99, 8-9)
El tentador es sutil y eficiente.
Nos induce a pensar lo imposible para que, en el día a día, nos desesperemos
con nuestros hermanos y nosotros mismos. La desesperanza nos lleva a desconfiar hasta de Dios mismo.
Pareciera que Dios nos hubiera abandonado a nuestra suerte y no es así. Cristo
mismo sintió esa tremenda carga cuando estaba cercano a su muerte.
San Agustín nos recuerda que
tenemos que soportarnos los unos a los otros con amor, ya que este vínculo es
el que nos permite vivir en comunión y conservar la esperanza. Es curioso el
párrafo en el que San Agustín nos dice: “Oh Señor, ¿qué consolaciones nos
das? ¿Qué consuelo? o bien ¿qué espanto? ¿Llamas espinas a tus propias hijas?
Espinas son, responde, por su conducta, pero hijas por mis sacramentos…”
La vida nos pincha
constantemente. Siempre hay algo que nos duele o nos molesta. Siempre hay un hermano que parece disfrutar
poniendo a prueba nuestro aguante. Dios llama a quienes producen estos
dolores y molestias “hijos”. Muchas veces nosotros mismos somos espinas para
nuestros hermanos. Somos ásperos, duros e hirientes. Recibimos al extraño con
la cara seria y la desconfianza a flor de piel. Somos espinas que hacemos daño
a los demás. Pero también somos hijos
de Dios y podemos comunicar a Dios mismo a través de nosotros. Somos
hijos de Dios a través de los sacramentos y esto lo olvidamos frecuentemente.
Pensemos que el dolor que
comunicamos a los demás es el mismo dolor que llevamos dentro de nosotros. ¿Qué nos duele tanto nuestro ser, nuestro
corazón? La causa es la desunión con el Señor. La falta de sentido en
nuestra vida. La desesperanza y la desconfianza que llevamos como pesados
fardos sobre nuestros hombros. Pero, Dios
se acerca a nosotros y se comunica con nuestro corazón a través de los
sacramentos. ¿Damos suficiente importancia a estos signos?
Muchas veces los recibimos como
quien recibe un mensaje escrito en lengua desconocida. Los cogemos y los
guardamos en el bolsillo sin siquiera abrirlo. Evidentemente no podremos comunicar a nadie un mensaje que
no comprendemos ni hacemos nuestro. El gran desafío del cristiano del
siglo XXI es comprender, sentir y vivir los sacramentos como fuente de vida
para nosotros y para quienes nos rodean. La cadena del pecado se rompe por
medio de la santidad.
¿Dónde huir de tanta cizaña? La respuesta está
clara, no hay escape posible. Cualquier escape es sólo una mentira del enemigo.
Entonces, ¿no saborearemos ninguna alegría? Nadie nos quitará la fuente
de alegría y Gracia, que Dios nos ha regalado: los sacramentos. Aunque los
sacramentos no nos servirán de escape, darán sentido a cada espina clavada en
nuestra piel.
Néstor Mora Núñez
No hay comentarios:
Publicar un comentario