A mi más
que humilde entender los dos grandes pecados de la Humanidad, y eso que uno
figura entre los que la Iglesia menciona como los “Siete pecados capitales” (pinche aquí para conocer algo más sobre su “historia”),
la envidia, y el otro, en cambio, no. A lo mejor es por algo. Con muchas cosas
en común, desde luego, pero sin embargo tan diferentes… ¿Y saben qué? Peor si
cabe, la envidia que el egoísmo… y voy a intentar explicarme.
El egoísta puro, aquél en el que no se dan cita además otros pecados como notablemente la envidia, es aquel ser que con tal de que a él le vaya bien se da por satisfecho y no opone mayor objeción a que a ti te vaya bien también.
El envidioso puro es, por el contrario, aquel ser que con tal de que a ti te vaya mal, ni siquiera tiene inconveniente en que a él mismo le vaya mal también.
Definido así, el de la envidia es el pecado de la destrucción, ningún logro cabe edificar sobre la envidia: toda destrucción parecerá poca al envidioso con tal de conseguir su objetivo de destruir al ser envidiado.
El del egoísmo, sin dejar por ello de ser moralmente destructivo -y notablemente autodestructivo-, puede incluso ser, económicamente hablando, hasta constructivo. Un egoísta trabajador, un egoísta pragmático, puede hasta generar mucha riqueza a su alrededor, y si su egoísmo, como digo, es puro y no viene acompañado de otros pecados, incluso contemplará dicha riqueza ajena con satisfacción, en cuanto cómplice, incluso, de la suya.
Acotando sociológicamente el problema, defino el egoísmo como el pecado de “la derecha”, y la envidia como el pecado de “la izquierda”. De parecida manera a como tengo la impresión de que desde un punto de vista geográfico-cultural, el egoísmo es el pecado “anglosajón”, y la envidia el “pecado latino”.
Y eso es todo, amigos: tengo intención de ilustrar lo dicho con algunos ejemplos en próximos días, pero por hoy, y como siempre les digo, que hagan mucho bien y que no reciban menos.
El egoísta puro, aquél en el que no se dan cita además otros pecados como notablemente la envidia, es aquel ser que con tal de que a él le vaya bien se da por satisfecho y no opone mayor objeción a que a ti te vaya bien también.
El envidioso puro es, por el contrario, aquel ser que con tal de que a ti te vaya mal, ni siquiera tiene inconveniente en que a él mismo le vaya mal también.
Definido así, el de la envidia es el pecado de la destrucción, ningún logro cabe edificar sobre la envidia: toda destrucción parecerá poca al envidioso con tal de conseguir su objetivo de destruir al ser envidiado.
El del egoísmo, sin dejar por ello de ser moralmente destructivo -y notablemente autodestructivo-, puede incluso ser, económicamente hablando, hasta constructivo. Un egoísta trabajador, un egoísta pragmático, puede hasta generar mucha riqueza a su alrededor, y si su egoísmo, como digo, es puro y no viene acompañado de otros pecados, incluso contemplará dicha riqueza ajena con satisfacción, en cuanto cómplice, incluso, de la suya.
Acotando sociológicamente el problema, defino el egoísmo como el pecado de “la derecha”, y la envidia como el pecado de “la izquierda”. De parecida manera a como tengo la impresión de que desde un punto de vista geográfico-cultural, el egoísmo es el pecado “anglosajón”, y la envidia el “pecado latino”.
Y eso es todo, amigos: tengo intención de ilustrar lo dicho con algunos ejemplos en próximos días, pero por hoy, y como siempre les digo, que hagan mucho bien y que no reciban menos.
Luis
Antequera
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