Antes de entrar en el tema de esta
glosa…, voy a contar una breve historia que he leído y que nos viene como
anillo al dedo, dado el contenido de esta glosa, que espero que el Espíritu
Santo me ayude a escribir.
Son dos amigos los que van andando,
en pleno bullicio de una gran ciudad andaluza, lo que determina que el buen
tiempo que siempre hace, incite más a la gente, a pasear y sentarse en las terrazas
de los bares. De pronto un de los dos, se para y le dice a su amigo. ¿Oyes el
canto de ese jilguero? El otro amigo se paró también y puso atención escuchar y
al rato le dijo: Yo no oigo nada, salvo el ruido de la gente y los coches que
pasan, como se nota que te gusta la ornitología y que por tu amor a ella, hayas
ejercitado tu oído. El amigo ornitólogo, no le contestó nada; simplemente dejó
caer al suelo una moneda. Al ruido de esta inmediatamente varias personas que
pasaban por ahí, unas se pararon y otras se volvieron `para mirar. El amigo
ornitólogo, le dijo al otro: Ves, oímos lo que queremos oír y oímos mejor
cuando el ruido lo produce algo que nos puede beneficiar.
Es típico en la generalidad de la
gente, el que estas piensen que Dios no habla, porque ellas suponen que solo se
puede hablar por medio de palabras pronunciadas, que salen de nuestra boca.
Sobre esta cuestión de como nos habla Dios, generalmente se dice, que Dios
tiene muchas formas de hablar. Y nosotros mismos también preferentemente
hablamos por medio de palabras expresadas por nuestra boca, pero hay veces, en
las que expresamos nuestra opinión, con nuestro silencio. Por esto generalmente
se asegura que: El que calla otorga. También hay veces que hablamos por
medio de gestos de asentimiento o de negación; generalmente es la cabeza el
instrumento que utilizamos para asentir o negar y aunque estemos en un país
cuya lengua no conocemos si movemos la cabeza de lado a lado estamos negando, y
si la movemos de arriba abajo estamos asintiendo. Es indudable que cuando
leemos algo, estamos escuchando lo que nos quiere transmitir el escritor. Y
también sin palabras por medio de gestos, somos todos capaces de hablar
claramente, y todo el mundo nos comprende.
Pero es el caso de que hay personas
que esperan que el Señor, le hable con palabras y esto no es posible entre
otras razones, por el contenido de los mensajes que Dios nos puede enviar,
porque a Dios no le interesa nuestro cuerpo sino nuestra alma y es a ella a la
que se remite en sus mensajes. Por ello para entender a Dios es necesario
escucharle, pero no con los oídos de la cara sino con los oídos del alma. Mucha
gente no le comprende cuando habla y por ello el mismo en los Evangelios,
después de explicarle a la gente la parábola del sembrador, el Señor les dijo: “El
que tenga oídos, que oiga. Acercándosele los discípulos, le dijeron: ¿Porque
les hablas en parábolas? Y les respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado a
conocer los misterios del reino de los cielos; pero a esos, no. Porque al que
tiene se le dará más y abundara; y al que no tiene, aun aquello que tiene le
será quitado. Por esto les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no
oyen ni entienden; y se cumple con ellos la profecía de Isaías que dice:
“Cierto oiréis y no entenderéis, veréis y no conoceréis. Porque se ha
endurecido el corazón de este pueblo, y se han hecho duros de oídos, y han
cerrado sus ojos, para no ver con sus ojos y no oír con sus oídos, y para no
entender en su corazón y convertirse, que yo los curaría”. ¡Pero dichosos
vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Pues en verdad os
digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, y no lo
vieron, y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron”. (Mt 13,9-17).
La expresión: “El que tenga oídos
que oiga”, tuvo que repetírnosla el Señor más de una vez (Mt 13,24-30),
Concretamente también en San Mateo, refiriéndose al juicio final, este en su
evangelio nos dice: “Así como se arranca la cizaña y se la quema en el
fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará
a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que
hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y
rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino
de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13,40-43).
Desde luego que oír no es entender,
oír es el paso previo para abrir el entendimiento, pero si este está cerrado,
de nada vale el oír. Tenemos dos posibilidades de entender, la natural que
emana de nuestra naturaleza y la sobrenatural, que emana de un corazón abierto
al amor a Dios, por ello hay quienes oyen y no entienden porque como dice el
profeta Isaías, “se ha endurecido el corazón de este pueblo”. Ablandar
nuestro corazón o abrir los oídos de nuestra alma, es un don que Dios dona, por
ello más arriba ya hemos leído: A vosotros os ha sido dado a conocer los
misterios del reino de los cielos; pero a esos, no. Porque al que tiene se le
dará más y abundara; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado. (Mt
13,11). Y los dones como gracias que son, Dios al que se las da y las usa
debidamente se las agrandan y al que no la utiliza les serán retiradas. Porque
las gracias del Señor, aumentan en nosotros con su uso. Recordemos aquí la
esencia de la parábola de los talentos, que mucho no comprenden pues piensan
que se trata de dinero y con esa mentalidad, la esencia de la parábola no
resulta justa.
Pero también hemos de distinguir
entre lo que es oír y lo que es escuchar, y a este respecto F.K. Nemeck y M.T.
Combs escriben al alimón: “Escuchar es distinto de oír, se oyen ruidos,
sonidos, noticias. Pero uno escucha a una persona. Escuchar es estar
respetuosamente atento al otro, independiente de sus palabras o acciones.
Escuchar es comunicarse amorosamente con una persona, aunque no se diga o no se
oiga nada. Escuchar a Dios no significa esperar una comunicación concreta, un
mensaje claro o una noticia particular. Uno sencillamente escucha a Dios”.
Claro que la escucha, también tiene que ser con los oídos del alma, pues más de
una vez por educación hacemos que escuchamos, y realmente no estamos prestando
atención, porque no nos interesa el tema.
Es nuestra alma la que ha de
escuchar porque ella es la única parte de nuestra persona que puede amar al
Señor y asimilar lo que Él desea de nosotros. Cuanto más desarrollada tengamos
nuestra vida espiritual, con mayor facilidad escucharemos al Señor, por
cualquiera de los procedimientos que el suele utilizar, sea la lectura de un
libro, sea la escucha de una homilía, sea el transcurso de una meditación, sea
el impacto que nos produzca un hecho o suceso acaecido, sea un comentario que a
otros no les trasciende… Cuando mayor se nuestra acercamiento al Señor, más variados
serán los medios que el utilizará para hablar con nosotros. Lo importante es
que nosotros seamos capaces de escuchar un jilguero, en plena avenida de una
gran ciudad en una hora punta, es decir que el ruido del mundo no nos impida
escuchar lo que el Señor continuamente nos está diciendo: “Ámame, porque
continuamente estoy a la espera de tu amor”.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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