No a una economía sin rostro y sin objetivo verdaderamente humano.
Por: Ramón López González | Fuente: Semanario
Alégrate
En la actualidad nos encontramos con ideales que la sociedad capitalista y de
consumo han autoimpuesto a los individuos, tales como el dinero, el placer y el
poder que desvirtúan y denigran la dignidad de la persona y de los pueblos;
trilogía de la corrupción la llama el filósofo Alain Badiou (Cfr. La verdadera
vida. Un mensaje a los jóvenes).
Estos se anteponen como ideales
que todo individuo quiere conseguir para ser “pleno”,
feliz y sentirse realizados sin embargo no dan plenitud, ni felicidad ni
realización personal. Dichos ideales son cautivadores, minimizan las
capacidades reflexivas de la persona, y se terminan convirtiendo en un dios al
que es menester rendirse y adorarle, es decir, se han convertido en un ídolo y
por ello el hombre comete pecado de idolatría. Y es que “La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es
una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay
idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura
en lugar de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo),
de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero,
etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt. 6, 24).”
(Cfr. CIC n. 2113).
En el pecado de idolatría
divinizamos lo que no es Dios, colocamos algo como centro absoluto de nuestra
vida que sólo debería corresponder al Dios único y vivo. La confianza plena y
absoluta la ponemos en el dinero, o en cualquiera otra cosa entonces incurrimos
en pecado de idolatría, pues les atribuimos poderes que no les corresponden.
Pero es que la fascinación del dinero, y el “poder”
que promete otorgarnos es lo que nos atrae, lo que enceguece nuestra
mirada sin poder ir más allá del objeto de nuestra fascinación, y sin poder
reconocer que Dios es Dios más allá de lo que el dinero nos pueda otorgar.
El Papa Francisco dice
enérgicamente “no” a la nueva idolatría del
dinero, no a una economía sin rostro y sin objetivo verdaderamente humano, en
el fondo sostiene que la crisis financiera constituye una crisis antropológica
(Cfr. Evangelii Gaudium n. 55). La idolatría del dinero
debe desarticularse por el amor a Dios y por amor al prójimo, como un acto de
justicia y caridad en favor de los menos favorecidos.
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