Hay una fecha en el calendario, que sólo Dios conoce, no la conocemos nosotros. La muerte no avisa, simplemente llega.
Por: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
No pretendemos asustar a nadie, al hablar de la
muerte. Vamos a considerarla como maestra de vida, vamos a decirle que nos
enseñe a vivir. Será una maestra severa, pero nos dice la verdad. Aunque sólo
fuera para que no nos ocurra aquello de: ¨cuando
pude cambiar todo, arreglar todo, no quise hacerlo; y, ahora que quiero, ya no
puedo”.
Vivir como si fuera hoy el último día de mi vida, es una fantástica forma de
vivir. A la luz de este último día debiéramos analizar todas las decisiones
grandes y pequeñas de la vida. Ahora nos engañamos, hacemos cosas que no nos
perdonaremos a la hora de la muerte. Simplemente analiza esto: Si hoy fuera el
último día; ¿qué pensarías de muchas cosas que has
hecho hasta el día de hoy? En ese último día pensarás de una forma tan
radicalmente distinta del mundo, de Dios, de la eternidad, de los valores de
esta vida.
Si nosotros no pensamos en la muerte, ella sí piensa en nosotros. Dios nos ha
dado a cada uno un cierto número de años, y, desde el día que nacemos, comienza
a caminar el reloj de nuestra vida, el que va a contar uno tras otro todos los
días, el que se parará el último día, el de nuestra muerte. Este reloj está
caminando en este momento. ¿Me encuentro en el
comienzo, a la mitad, cerca del final? ¿Quizá he recorrido ya la mitad del
camino?
Si alguna vez he visto morir a una persona, debo pensar que por ese trance
tengo que pasar yo también. La muerte no respeta categorías de personas: mueren
los reyes, los jefes de estado, los jóvenes, los ricos y los pobres. Como decía
hermosamente el poeta latino Horacio: “La muerte
golpea con el mismo pie las chozas de los pobres y los palacios de los ricos”.
Hay una fecha en el calendario, que sólo Dios conoce, no la conocemos nosotros.
La muerte no avisa, simplemente llega. Podemos morir en la cama, en la
carretera, de una enfermedad..., algunos hemos tenido accidentes serios;
pudimos habernos quedado ahí.
La muerte sorprende como ladrón, según la comparación puesta por el mismo
Cristo hablando de la muerte. No es que nos pongamos pesimistas. Él quería que
estuviéramos siempre preparados. Sus palabras exactas son: “Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora; a la hora
que menos penséis, vendrá el Hijo del Hombre”. El ladrón no pasa
normalmente tarjeta de visita; llega cuando menos se piensa. Nadie de nosotros
tenemos escrito en nuestra agenda: “Tal día es la
fecha de mi muerte y la semana anterior debo arreglar todos mis asuntos,
despedirme de mis familiares, para morir cristianamente”.
Si somos jóvenes, estamos convencidos de que no moriremos en la juventud; nos
sentimos con un gran optimismo vital: “No niego que
voy a morir algún día, pero ese día está muy lejano”. Si es uno mayor,
suele contestar: “Me siento muy bien”.
La experiencia nos demuestra que cada día mueren en el mundo alrededor de 200
mil personas. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y muchos
niños. Ningún momento más inoportuno para la cita con la muerte que un viaje de
bodas; y, sin embargo, varios han muerto así. Con 20 años en el corazón parece
imposible morir, y sin embargo, se muere también a los 20 años. Recuerdo una
persona que sacó su boleto de México a Monterrey y sólo caminó 15 kms.
Puesto que hemos de morir sin remedio, no luchemos
contra la muerte sino a favor de la vida. Si hemos de morir, que sea de amor y
no de hastío.
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