En la fiesta litúrgica de Santo Domingo de Guzmán, celebrada el 8 de agosto, te compartimos la historia de cómo fue que el santo fundador de los dominicos venció al diablo gracias al Rosario que le dio la Virgen María.
San Luis María Grignion de Montfort, quien propagó la devoción a la
Virgen María y fue perseguido por el demonio toda su vida, narró en su libro “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario” cómo
fue que Santo Domingo de Guzmán expulsó miles de demonios.
Relató que un día, cuando Santo Domingo de Guzmán estaba predicando el
Santo Rosario, le llevaron un hombre que estaba poseído por el demonio. El
santo exorcizó al hereje albigense en presencia de un gran grupo de personas.
Durante el exorcismo, Santo Domingo le hizo varias preguntas a los
demonios y ellos, por obligación, le dijeron que eran 15 mil los que estaban en
el cuerpo de ese hombre, porque el hereje había atacado los quince misterios
del Rosario (Los misterios luminosos, con los que aumentan a 20, fueron
introducidos recién en 2002 por San Juan Pablo II).
Los demonios le dijeron al santo que con el Rosario que predicaba,
causaba terror y espanto en todo el infierno, y que él era el hombre que más
odiaban en el mundo debido a las almas que les quitaba con esta devoción
mariana.
Luego, Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó
a cuál de los santos temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los
hombres. Ante las preguntas, los demonios dieron gritos tan espantosos que
muchos de los testigos se desmayaron por el susto.
Para no responder, los demonios lloraban, se lamentaban y pedían por
boca del poseso a Santo Domingo que tuviera piedad de ellos. Pero el santo, sin
inmutarse, les contestó que no pararía de atormentarlos hasta que le
respondieran.
Entonces, los demonios dijeron que lo dirían, pero en secreto, al oído y
no delante de todo el mundo. El santo, en cambio, les ordenó que hablaran alto
y fuerte, pero los diablos se negaron.
Entonces el santo se arrodilló y rezó la siguiente oración: “Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu
salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten mi
pregunta”.
De pronto, una llama ardiente salió de las orejas, la nariz y la boca
del poseído. Los demonios le rogaron muchas veces a Santo Domingo que por la
Pasión de Jesucristo y por los méritos de su Santa Madre y de todos los santos,
les permita salir de ese cuerpo sin decir nada, porque los ángeles le
revelarían lo que quería saber cuándo él quisiera.
El santo volvió a arrodillarse y rezó lo siguiente: “Oh dignísima Madre de la Sabiduría, acerca de cuya
salutación, de qué forma debe rezarse, ya queda instruido este pueblo, te ruego
para la salud de los fieles aquí presentes que obligues a estos tus enemigos a
que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera”.
Apenas terminó de pronunciar estas palabras, el santo vio cerca de él
una multitud de ángeles y a la Virgen María, que golpeaba al demonio con una varilla
de oro mientras le decía: “Contesta a la pregunta
de mi servidor Domingo”. Cabe destacar que solo Santo Domingo podía ver
y escuchar a la Virgen.
Los demonios comenzaron a gritar lo siguiente: “¡Oh
enemiga nuestra!, ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a
atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los
pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos
obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de
nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de
las tinieblas!”.
“¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es
omnipotente y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como
un sol, disipa las tinieblas de nuestras maquinaciones astutas. Descubre
nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras
tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su
servicio se condena con nosotros”, dijeron
los demonios.
“Un solo suspiro que ella presente a la Santísima
Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos
contra sus fieles servidores”, agregaron.
Además, los demonios confesaron que muchos cristianos que la invocan al
morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias
a su intercesión.
“¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera
opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y
destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus
jerarquías!”, gritaron.
“Nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque
ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados,
para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos”, agregaron.
A continuación, Santo Domingo hizo rezar el Rosario de forma muy lenta y
con devoción a todo el pueblo presente. En cada Avemaría rezado, salía del cuerpo
del hombre poseído una multitud de demonios en forma de carbones encendidos.
Cuando todos los enemigos salieron y el hereje quedó libre, la Virgen
María, de manera invisible, dio su bendición a todo el pueblo, que experimentó
gran alegría.
“Este milagro fue causa de la conversión de un gran número de herejes,
que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario”, concluyó San
Luis María Grignion de Montfort.
Redacción ACI Prensa
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