María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre.
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente:
Catholic.net
La misión que María trajo al mundo se resume en
una palabra: ser MADRE, la Madre de Jesús y la Madre nuestra.
SER LA MADRE DE JESÚS ES LO MISMO QUE SER LA MADRE DE
DIOS.
Ser la Madre nuestra es lo mismo que ser la Madre espiritual de todos los
redimidos, porque Jesús desde la cruz le confió este encargo y esta misión grandiosa.
En el orden de la Gracia, María es tan madre nuestra como la madre bendita y
querida a la que debemos nuestros ser de hombres.
Por eso, para entender a María, no hay medio mejor que mirar a la madre que
hemos tenido la dicha de tener en el mundo.
ES MUY FÁCIL PASAR DE LA MADRE DE AQUÍ A LA MADRE DEL
CIELO.
Pongamos en María, y en el grado máximo, todo lo bueno que vemos en nuestra
madre, y habremos atinado del todo al querer valorar la Maternidad Espiritual
de María sobre todos nosotros.
Hubo un caso durante la Primera Guerra Mundial que se
hizo célebre en todos los periódicos italianos.
El muchacho había sido herido de gravedad en el
frente de batalla. Avisada la familia, el papá se puso inmediatamente en camino
y se fue lejos, donde el hijo hospitalizado se debatía entre la vida y la
muerte. Eran de familia campesina, y todo lo que el padre pudo llevar al hijo
eran cosas de la casa. Pero aquí estuvo la salvación. El muchacho no
reaccionaba. No había modo de que comiera. Sin embargo, el padre le alargó un
trozo de pan, diciéndole:
- Toma, es pan de la mamá. El que hace ella siempre en
casa. Come, que te irá bien.
El muchacho se emociona y va repitiendo:
- ¡Es el pan de mamá! El pan de mamá, el pan de
mamá...
Un bocadito, otro bocadito, un poco más... Se lo come todo. Viene la reacción
del enfermo, y al poco tiempo la curación era total.
¡Es el pan de mamá!... El recuerdo del ser más
querido hace prodigios en nuestras vidas. El pan amasado por las manos de mamá
tiene un sabor diferente a cualquier otro pan.
Queremos decir: el amor de la madre, la enseñanza
de la madre, los cuidados de la madre, el ejemplo de la madre, todo lo de la
madre lleva una marca y un sello en su constitución que no se suple por nada.
Dios se ha lucido en todas sus criaturas. Pero, donde se desbordó su
solicitud y su providencia para con nosotros, fue en la formación de esa mujer-madre, que es la obra maestra salida de sus
manos.
Nosotros vamos a sacar de aquí algunas consecuencias que saltan a la vista.
Por ejemplo, la conciencia que tiene la madre acerca de su alta misión.
Dios le ha confiado a ella la formación del hombre. Sobre todo, la de sus
sentimientos.
De aquí se sigue, y lo comprobamos cada día, que cualquier mujer, con vocación
de madre, se forma a sí misma en los sentimientos más nobles. Lo que ella es lo
va dejando impreso de manera indeleble en el ser de los que son o serán sus
hijos. Como llevada de un instinto natural, la madre, para formar, se forma
ante todo a sí misma.
Otra consecuencia comprobada es el amor, el afecto, el cariño, que la madre
sabe poner en todas sus cosas, hasta en las más ordinarias de la vida. La cara
disgusto no dice, no pega, no cae bien con la cara-cariño que ostenta siempre
la madre.
La madre, por naturaleza y por misión, tiene siempre una cara como un sol.
Podrá muchas veces mostrar dolor y preocupación, pero nunca amargura y
resentimiento.
El pan que se comió el muchacho moribundo era un pan como el de las demás casas
campesinas de la región. Pero, al comerlo, le vino a la mente toda aquella
solicitud que la mamá querida ponía en todo lo que ella hacía por los hijos. No
le salvó la vida el pan, sino el amor con que la mamá hacía el pan...
Muchas veces en nuestros mensajes hablamos sobre la madre. O expresamente de
ella, o cuando nos toca hablar del matrimonio, de la familia, de los hijos...
El tema de la madre es siempre actual. No cansa nunca. Y siempre, aunque no lo
advirtamos ni lo pretendamos, se pone todo el corazón cuando queremos al hablar
del ser más querido.
ADMIRA LA CONFESIÓN DE UNO DE LOS PENSADORES MÁS LEÍDOS:
- Todo lo que soy o espero ser se lo debo a
la angelical solicitud de mi madre.
Al hablar así de la mamá que por dicha nos ha tocado tener en el hogar, se nos
va el pensamiento a la mejor de todas las madres, la que Cristo nos dio en la
Cruz, y ejemplar de todas las madres.
María, al darnos a Cristo, el Pan vivo bajado del Cielo y horneado en sus
entrañas, ha puesto también y pone todo su Corazón de Madre cuando nos da Jesús
a cada uno de nosotros. Así lo expresó, con belleza inigualable, San Juan de
Ávila, uno de los clásicos de nuestra lengua:
- Allí está el manjar en el Altar; la Santísima
Virgen es la que nos lo guisó, y por ser ella la guisandera, se le pega más el
sabor al manjar, aunque él es de sí dulce y sabroso y pone gran codicia de
comerlo.
DESDE ALLÍ NOS ESTÁ CONVIDANDO CON ÉL.
De este modo escribía aquel gran Maestro sobre el Pan de la Virgen en el
siglo dieciséis. Y nosotros, al recibirlo hoy, sobre todo en la Eucaristía, nos
vamos repitiendo el estribillo del soldadito italiano casi muerto, pero
resucitado por el milagro de... ¡el Pan de mamá, el
Pan de mamá!
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