Sí, ya llegó Ya llegó ese día que todos estábamos esperando...
Por: H. Luis Eduardo Rodríguez Alger LC. | Fuente:
http://lcblog.catholic.net
“Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los
hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de
vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la
trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles
para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su
recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en
lo secreto, te recompensará. Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes
les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para
que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu
Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo
recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que
desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os
digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la
cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu
Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te
recompensará.” (Mt
6,1-6.16-18 / Miércoles de Ceniza)
Sí, ya llegó… Ya llegó ese
día que todos estábamos esperando. Ese día en que muchísimas personas buscan
hacer un gesto único y significativo. Ese día que nos recuerda
que los sacrificios valen la pena cuando se hacen con amor… Pero
no… no hablo del día de san Valentín, de los enamorados, del amor y la amista…
como lo quieran llamar: 14 de febrero. Hoy hablamos del miércoles de ceniza.
Todos lo veíamos venir, aunque este año nos
agarró medio de sorpresa. Muchísimas personas acuden a misa para que se les
imponga la ceniza y podan así dar testimonio de su fe… aunque no sé cuántas de
ellas lo hagan de corazón y cuántas sólo por cumplir con el protocolo social. Y
espero que todos nosotros recordemos que, si vamos a empezar un período de
penitencia y purificación, es para unirnos a Cristo que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
La iglesia nos invita a vivir este período con
oración, limosna y ayuno. ¿Qué tal si le damos un giro
diferente a la típica manera en que vivimos estos elementos?
Sacar unos minutos en la mañana y otros tantos
en la tarde y durante el día para dirigir el espíritu a Dios suele conocerse
como “oración”. Con frecuencia nos quejamos
de no tener tiempo para orar. Pero la oración no es cuestión de tiempo, sino de
amor. Yo puedo unirme a Dios al inicio de la jornada y ofrecerle todo mi día,
como un mazo de flores para la persona amada. Así, me uno a él en cada
actividad a lo largo de mi día y todo se convierte en incienso agradable que
sube al cielo para darle gloria a mi Creador y Salvador.
Todos los domingos sacamos la billetera y
dejamos unos billetitos de limosna en la canasta. Dar dinero es bueno… pero no
es lo que más se necesita ni lo que más vale ni lo que más se agradece. El
dinero que entrego lo puedo volver a ganar… Mi tiempo, en cambio, pasa y
jamás regresa. ¡Cuánto cuesta dar tiempo! Quizá por eso el tiempo vale más que
el dinero, más que el oro… y se agradece infinitamente más.
Para muchos: “ayunar =
no comer”. Pero el ayuno no es sólo de comida… sino de cualquier cosa a
la que yo pueda renunciar: quejas, críticas, compras, videojuegos, apps… A veces, el ayuno me ayuda a vencer un defecto; a veces, a conquistar una
virtud, renunciando incluso a cosas buenas en favor de otras mejores… Todo, ofrecido con amor, se convierte en gracia.
Tenemos delante 40 días de cuaresma en los que
podemos seguir el consejo del Papa Francisco: Que estos días
nos sirvan para identificar esos falsos profetas que buscan alejarnos de Dios. Que podamos descubrir qué cosas están enfriando
nuestro corazón al apagar el fuego de la caridad en nuestro interior. Y que, a
través de la oración, la limosna y el ayuno, nos unamos a Cristo en su Pasión,
para llegar con él a la Vigilia Pascual y poder volver a encender el amor que
arde en nosotros con el fuego nuevo de su Resurrección.
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