En esta segunda parte, el P. John Bartunek, LC nos da algunos consejos para evitar o lograr salir de la sequedad en la oración.
Por: P. John Bartunek, LC | Fuente: La Oración
SEQUEDAD
EN LA ORACIÓN – NUESTRA PARTE EN LA LUCHA SEGUNDA PARTE
En la parte I, hablamos sobre lo que sucede con
la sequedad o la aridez en la oración. Hoy, veremos nuestra parte en la lucha*.
Un lector pregunta: Estimado Padre John, desde hace mucho tiempo he utilizado
la meditación para orar, pero últimamente estoy experimentando sequedad. Siento
que no saco mucho fruto de ella, como antes. ¿Será que estoy en la «noche
oscura del alma»? Si no, ¿qué es lo que me está pasando y qué debo hacer?
La sequedad en la oración es lo contrario al consuelo (la sensación de
satisfacción que Dios da a nuestras emociones, imaginación, intelecto y
voluntad cuando encontramos su verdad, bondad y belleza). La sequedad es la
ausencia o disminución de esos consuelos, ya sea de vez en cuando o durante
largos períodos de tiempo. El Catecismo identifica la sequedad como uno de los
principales obstáculos en la oración. Pero no seremos capaces de comprender
cómo lidiar con este obstáculo a menos que entendamos, al menos un poco, lo que
lo causa.
La sequedad en la oración surge por una de dos razones: debido a nosotros, o
debido a Dios. Comencemos con la primera razón.
CUANDO
LAS COSAS SE COMPLICAN
Cuando no estamos haciendo un esfuerzo razonable de nuestra parte en la
búsqueda de la oración, la sequedad viene por causa nuestra. A veces, en la
vida espiritual, especialmente al principio (pero no únicamente), Dios manda
consuelos frecuentes e intensos a nuestra alma. Es como un noviazgo y Él nos
está cortejando, nos manda flores, nos da dulces, nos lleva a citas hermosas
(en el sentido espiritual). Está tratando de convencernos de su bondad,
sabiduría y poder; está tratando de ganarnos para Él. A medida que nuestra
relación se profundiza, nos damos cuenta que seguir a Dios implica no sólo
recibir buenos regalos de su parte, sino darle también el regalo de nosotros
mismos.
Esto lo hacemos obedeciendo sus mandamientos y su voluntad, siguiendo su
ejemplo, creciendo en virtud, edificando la Iglesia, amando a nuestro
prójimo...Todas estas cosas, que se basan en nuestro deseo de crecer en amistad
con el Único que nos está llamando, requieren esfuerzo de nuestra parte.
Tenemos que escoger libremente, responder a la acción de Dios en nuestras
vidas; no es algo automático (si fuera automático, no sería una relación de
amor o de amistad).
A medida que este camino continúa, algunas veces nos sentimos cansados.
Comenzamos a ansiar las «cebollas de Egipto», como
los israelitas lo hicieron durante su travesía por el desierto, en camino hacia
la Tierra Prometida. Anhelamos una vida más fácil, los placeres de la propia
gratificación, las comodidades seductoras y las gratificaciones pasajeras que
treinta monedas de plata puedan comprar para nosotros. Momentos como éstos son
cruciales para el crecimiento espiritual. Nos dan una oportunidad para madurar
nuestro amor a Dios, para crecer un poquito más, pero el jalón de nuestra
naturaleza caída, azuzada por el brillo de la cultura popular y los cantos del
demonio en nuestro interior, es fuerte.
VOLVIÉNDONOS
DESCUIDADOS
Una reacción que podemos tener durante estos
tiempos es simplemente repasar los momentos de nuestra vida de oración. En la
superficie, pareciera que continuamos con los mismos compromisos de oración que
siempre hemos guardado, compromisos que cuentan con la bendición de nuestro
director espiritual; y sin embargo, comenzamos a cumplir con ellos de manera
rutinaria, no haciendo un esfuerzo concreto para concentrarnos en nuestra
oración vocal, por ejemplo, o no siguiendo cuidadosamente el método de nuestra
oración mental. Nos volvemos tibios. No preparamos con tiempo el material para
nuestra meditación, no guardamos silencio interior durante el día; de cuando en
cuando quitamos algunos minutos de nuestra meditación o jugamos con
distracciones involuntarias en lugar de poner el esfuerzo necesario para
evitarlas...
Algunas veces esta disminución es extremadamente
sutil, inclusive subconsciente; pero otras salta a la vista: evitamos ver a
Dios a los ojos por algún pecado del cual no nos arrepentimos y no hemos
confesado (deshonestidad, infidelidad, impureza, ambición desordenada,
consentimiento voluntario a sentir coraje o envidia en un ataque de auto
justificación...). Ya sea de manera sutil o flagrante, aflojarle al esfuerzo
razonable por poner atención a Dios cuando oramos, frecuentemente nos inhibirá
para escuchar su voz. No siempre, porque Dios puede hacerse oír aun cuando no
estemos escuchando, pero casi siempre.
ESQUIVANDO
EL CAMINO
Cuando nuestra bandeja de entrada está
abarrotada de más, perdemos la motivación para levantarnos las mangas y
ponernos a trabajar, así que lo dejamos para después o buscamos trabajo para
distraernos manteniéndonos ocupados. Esto inhibe que experimentemos la
satisfacción que viene de un trabajo bien hecho, del cumplimiento de las metas
y de seguir prioridades objetivas. Lo mismo sucede en la vida espiritual.
Cuando siguiendo a Cristo llegamos a una parte
escarpada del camino, podemos esquivarla, tomar un descanso o inclusive buscar
un atajo, aunque sabemos muy bien que nuestro Señor está parado en la subida
llamándonos a seguir adelante. Hasta que volvamos al camino no seremos capaces
de experimentar el consuelo que Dios tiene para nosotros, porque no
encontraremos a Dios (fuente de consuelo) donde Él nos está esperando.
Piensa en un gimnasta que llega a estancarse en su entrenamiento. Su entrenador
sabe que necesita mantener el mismo esfuerzo que estaba poniendo cuando
conseguía un progreso visible y rápido, pero ella empieza a desanimarse
precisamente porque su progreso no es tan rápido y visible en este momento. Si
confía en el entrenador y persevera, pronto estará más allá del nivel en que
estaba estancada y conseguirá otros más elevados, experimentando la
satisfacción que esto conlleva. El entrenador puede animar, pero al final,
somos nosotros quienes decidimos si ponemos de nuestra parte y continuamos
adelante esforzándonos..
LA
PRIMERA PREGUNTA
Ésta es la primera pregunta que necesitamos
hacernos a nosotros mismos si estamos experimentando sequedad en la oración: ¿Estoy poniendo de mi parte? ¿O algún pecado no
confesado, una autocompasión sutil o simplemente la flojera (sé humilde), han
provocado que se diluyan mis esfuerzos?
Para encontrar una respuesta objetiva a esta pregunta, a menudo es útil revisar
nuestros compromisos de oración con nuestro director espiritual, para
describirle cómo estamos rezando el rosario, la meditación, el ofrecimiento de
la mañana y participando en la Misa. También puede ser útil repasar de nuevo
las guías básicas de la oración, por ejemplo leer Los fundamentos de la
meditación cristiana en la primera sección del libro La mejor parte. (Para tu
conveniencia, he incluido una lista de comprobación más abajo que puede
ayudarte a recordar lo que conlleva hacer tu parte en la meditación diaria).
Si descubres que realmente has estado flojeando un poquito, ¡no tengas miedo! Llévalo a la confesión y luego
haz algunos pequeños ajustes en tus compromisos que ayuden a motivarte para
retomar el ritmo. Por ejemplo, cambiar el libro que estás usando para apoyar tu
meditación o el lugar de tu oración matutina, o el tiempo del día, o comprar un
rosario nuevo... un nuevo comienzo puede detonarse sin esta clase de trucos
externos, pero algunas veces pueden ayudar.
Por otra parte, si después de una calmada y objetiva autoevaluación, estás
convencido que sí estás haciendo un esfuerzo razonable por poner de tu parte,
entonces la sequedad que estás experimentando probablemente no se deba a ti,
sino a Dios. La próxima vez vamos a hablar de por qué Dios a veces retiene sus
consuelos. (Por cierto, sigo diciendo «esfuerzo
razonable» porque eso es todo lo que Dios nos pide. Algunas personas
tienden a pensar que si su esfuerzo no es perfecto en todos los sentidos, no es
razonable. Eso no es verdad. Dios sabe que no somos ángeles).
...[Tomado de La mejor parte: Un método
cristocéntrico para la oración personal] Entonces, medir si cada día tu
meditación estuvo bien o mal no es fácil. Tu meditación bien pudo ser agradable
para Dios y llena de gracia para tu alma, incluso si para ti fue desagradable y
difícil desde la perspectiva emocional. Un atleta debe entrenar mucho incluso
si le es doloroso o frustrante y, del mismo modo, pasa en la meditación diaria.
Lo más importante es simplemente seguir esforzándonos para orar mejor. En la
dirección espiritual y en la confesión habla sobre tu vida de oración y confía
que, si sinceramente estás haciendo tu mejor esfuerzo, el Espíritu Santo hará
el resto.
Encontrarás más adelante algunos indicadores que te pueden ayudar. Lo más
importante es mantenerse en pie de lucha para orar mejor. Habla sobre tu vida
de oración en tu dirección espiritual o en la confesión, y confía en que si
eres sincero, dando lo mejor de ti, el Espíritu Santo hará lo demás.
MI
MEDITACIÓN SALIÓ MAL CUANDO YO.....
*No planeé lo suficiente
sobre el material que iba a utilizar, cuándo y dónde iba a meditar, teniendo la
delicadeza de apagar mi celular, etc.
*Simplemente cedí a las muchas distracciones que se me presentaron.
*Me dormí.
*Me salté el primer paso, concéntrate o lo hice de manera descuidada. ¿Cómo
puede ir bien mi oración si no fui muy consciente de la presencia de Dios?
*No le pedí humildemente a Dios que me ayudara y me diera aquellas gracias que
necesito para continuar creciendo en mi vida espiritual.
*Dediqué todo el tiempo a leer, pensar, soñar despierto, y no me detuve para
preguntarle a Dios qué me quería decir y luego responderle desde mi corazón.
*Traté de despertar sentimientos intensos y emociones, en lugar de conversar de
corazón a corazón al nivel de la fe.
*No renové mi compromiso con Cristo y su Reino al final de la meditación.
*Acorté el tiempo que me comprometí a rezar sin tener una razón importante para
hacerlo.
MI
MEDITACIÓN SALIÓ BIEN CUANDO...
*Cumplí bien mi compromiso
de dedicar un período de tiempo concreto a la meditación cada día.
*Seguí fielmente la metodología a pesar del cansancio, las distracciones, la
sequedad o cualquier otra dificultad o, si fue imposible seguir el método de
los cuatro pasos, hice lo mejor que pude para alabar a Dios de la manera que
pude en el tiempo de meditación.
*Me quedé en los puntos de reflexión que más me llamaron la atención mientras
hallaba más material para la reflexión y conversación.
*Busqué conocer y amar más a Cristo, para poder seguirlo mejor.
*Me aseguré de hablar con Cristo desde mi corazón acerca de lo que estaba
meditando (o de lo que más había en mi corazón), aun cuando era difícil hallar
palabras para ello.
*Fui completamente honesto en mi conversación. No dije cosas a Dios de manera
mecánica o queriendo impresionar con mi elocuencia y, más bien, le dije lo que
había en mi corazón.
*Hice un sincero esfuerzo por escuchar lo que Dios quería decir durante el
tiempo de la oración, buscando aplicaciones para mi propia vida,
circunstancias, necesidades y retos.
*Concluí la meditación mas firmemente convencido de la bondad de Dios y
firmemente comprometido a dar lo mejor de mí para seguirlo fielmente.
Tuyo en Cristo,
P. John Bartunek, LC
En la tercera parte, vamos a abordar la parte de Dios en la lucha*.
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