Viendo a los sacerdotes en su justa perspectiva
Por: Alejo Fernández Pérez | Fuente:
www.apologetica.org
"Yo
no voy a la iglesia, porque conozco un tal cura que esto y aquello y lo de más
allá..."
Un cura es, ante todo, un hombre consagrado a Dios, dotado del privilegio de
hacer bajar al Señor hasta nosotros en cada consagración. Esta condición de “hombre de Dios” conlleva un enorme respeto por
parte de los creyentes todos. Sin embargo, este respeto se ha desbordado y
malentendido en casi todos los tiempos y lugares hasta colocar a los curas en
unas alturas fuera de la realidad social y del mundo en que nos movemos.
Olvidar que el cura es un hombre y no un ángel, nos ha llevado y nos sigue
llevando a situaciones perniciosas para la Iglesia, a veces, hasta ridículas
vistas desde fuera.
Es cierto que el sacerdote es un hombre de Dios; pero no es menos cierto que no
deja de ser “un hombre más" con todas
las virtudes, defectos y miserias inherentes a la condición humana. Si somos
sinceros, hemos de convenir que están, moralmente hablando, varios puntos por
encima de la generalidad de los hombres. Olvidar este hecho nos lleva a ser
injustos en los dos extremos: una alabanza irreal o un rechazo desorbitado. O
delante con el cirio o detrás con la tea.
La proporción de personas ineptas en su trabajo o inmorales en su conducta
social es, poco más o menos, igual en todas las capas sociales: profesores, médicos, jueces, albañiles, curas, etc.
Basta mirar a nuestro alrededor. Esas deficiencias están en el fondo de nuestra
naturaleza humana. Se dan hoy, se dieron ayer y se seguirán dando siempre, más
o menos acentuadas en unas épocas que en otras de acuerdo con las
circunstancias históricas. Por eso, cuando suceden, hemos darle toda la
importancia que tienen; pero no más. Sobre todo, no generalizar.
Algunos se alejan de la Iglesia porque no les gustan los actos de tal o cual
cura; pero seguirán yendo al trabajo aunque no les guste el jefe, y a la
escuela aunque los profesores no sean buenos, y a la guerra aunque no les
gusten sus mandos. Los jefes buenos no existen. Hay que trabajar con los que
tenemos y procurar ayudarles para hacerles mejores. ¿Acaso
somos nosotros buenos y sin tachas en nuestra profesión? ¿Nos hacemos querer en
nuestra familia, entre nuestros compañeros y amigos? Las ideas
preconcebidas nos hacen a menudo ser ridículos.
De vez en cuando, surge a la luz la conducta reprensible de algún clérigo. TV
extremeña - agosto del 93- da cuenta de uno de estos casos en un pueblecito de
la provincia de Badajoz. Un paisano aparece en la pequeña pantalla diciendo: “Si lo llego a coger os quedáis sin cura en el pueblo”.
Sucedió lo que a veces sucede con un guardia civil, un juez o cualquier otra
persona: no actuó correctamente. Hasta hace
muy poco ninguno podía ser llevado ante los tribunales, pues se daba por
supuesto que los curas son perfectos. Mentir es pecado, y eso es mentir. El que
esté libre de pecado que tire la primera piedra. No tratamos de justificar
nada; sino de dar a cada hecho la importancia que realmente tiene, no seguir
autoengañándonos creyendo que curas, jueces o guardia civiles son
extraterrestres.
Sin pecados no han existido más que Jesús y María. Los demás, somos todos
pecadores. Estas cosas, ni pueden, ni deben ser ocultadas, ni se debe dar la
callada por respuesta; creando este clima de falso respeto hacemos un flaco
favor a la Iglesia, y nos estamos engañando a nosotros mismos, aparte de que
nos convertimos en cómplices por omisión. ¿Qué
hacer?
Los creyentes tenemos ciertas obligaciones para con nuestros sacerdotes: Ante todo, rezar por ellos continuamente; después,
ayudarlos, animarlos, estimularlos y acompañarlos en su duro trabajo. Se
encuentran demasiado solos como hombres. Cuando fallen, es nuestro deber, con
toda delicadeza, pero con toda la energía precisa, exigirles, reprenderles,
corregirles y ayudarles a salir del bache. Por supuesto, esto se hará siempre
en privado para que no se resienta su prestigio ante los fieles. Si es preciso,
poner el caso en manos del Obispo.
Excusar caritativamente sus defectos, hasta donde sea posible, como haríamos
con nuestros padres. Los fieles tenemos que ser exigentes, muy exigentes con
nuestros sacerdotes, sin olvidar aplicarnos esa misma exigencia respecto a
nuestras obligaciones como creyentes.
Una cosa es la caridad y el amor que debemos a nuestros pastores, y otra muy
distinta lo que puede llegar a ser complicidad en hechos reprobables por una
prudencia, que no es más que simple cobardía a enfrentarnos con tabúes que no
tienen por qué existir, y que pueden hacer
mucho daño a la Iglesia.
Jesús también supo coger el látigo cuando hizo falta. Fustigó duramente a los
fariseos.
En definitiva, ante un escándalo, recordemos que curas y laicos estamos hechos a
imagen y semejanza de Dios... pero de barro.
Alejo Fernández Pérez
Catedrático
Mérida, España
EL DINERO EN LA IGLESIA. ¿CUÁNTO GANA UN CURA?
Esta pregunta no
tiene una respuesta única.
Por: Catholic.net | Fuente: Conferencia Episcopal
Argentina. Consejo de Asuntos Económicos.
¿CUÁNTO
GANAN LOS CURAS?
SACERDOTES.
LA PREGUNTA "¿CUÁNTO GANA UN SACERDOTE?" NO
TIENE UNA ÚNICA RESPUESTA, Y DEBEMOS EXPLICAR POR QUÉ.
La mayoría de los fieles no saben de dónde sale el dinero para que vivan los
sacerdotes. Muchos creen que el Obispo les paga un sueldo -como lo haría el
dueño de una empresa-, y hay quienes todavía piensan que el que les paga es el
Estado.
La verdad es otra: es cada comunidad la que debe "procurar
la honesta sustentación del clero y sus ministros"(1). Por lo
tanto, la mayoría de los sacerdotes vive de la retribución que su parroquia le
puede brindar.
Así, puede verse que un sacerdote de una parroquia de bajos recursos recibirá
de su comunidad una asignación muy humilde. En algunas diócesis con comunidades
muy pobres a veces se establece un monto mínimo para cubrir las necesidades más
elementales de los sacerdotes. En estos casos se recurre a fondos solidarios
que se mantienen con los aportes de otras parroquias u otros sacerdotes.
PARA EL CASO DE LAS PARROQUIA CON MUCHOS RECURSOS SUELE
HABER LÍMITES: Las diócesis muchas veces suelen fijar topes -de acuerdo
a la antigüedad y al cargo pastoral- por obvias razones de principios. Forzando
una simplificación, y sólo a fin de tener alguna medida de referencia, podemos
decir que la asignación de los sacerdotes en estas parroquias más pudientes, en
general no suelen superar al sueldo equivalente de un empleado administrativo
privado de la zona, con antigüedad proporcional.
Pero no son tantas las parroquias que pueden llegar a esta proporción: la mayoría de las parroquias son modestas, y muchas no
llegan a sustentar a su sacerdotes.
PODEMOS AGREGAR ALGUNAS ACLARACIONES COMPLEMENTARIAS:
- Notemos que hablamos de asignación y no de sueldo, porque el sacerdote
no es empleado de su comunidad, sino que está a su servicio el cual, por razón
de justicia -y de supervivencia- debe ser retribuido.
- Es importante distinguir los gastos propios de la función sacerdotal, de lo
que son gastos personales (ropa, libros, etc). Las asignaciones son para gastos
personales, aunque muchos sacerdotes los utilizan también para gastos
pastorales.
- Los sacerdotes pueden tener otros ingresos por ejemplo, por capellanías
(colegios, hospitales, etc) o donaciones personales. Al respecto, vemos que en
muchos lugares este tipo de ingresos son los que permiten la subsistencia del
sacerdote, porque sus comunidades son demasiado pobres como para brindarles un
sustento mínimo.
Un sacerdote, en general, recibe de su parroquia una asignación que no suele
ser mayor al equivalente de lo que percibe un empleado administrativo privado
de la zona donde vive.
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