Mientras hoy estaba comprando en el supermercado, me ha llamado un amigo mío médico para comentarme que había acabado de leer Cuando amanezca la ira, mi novela sobre las plagas de Egipto. Mientras compraba en la zona de pescadería, escogía un pulpo, llenaba la cesta de tabletas de chocolate y me llevaba varios pasteles alemanes de la marca Mildred, concretamente el de frutas, mi querido amigo me iba a desgranando su opinión sobre el libro.
A los
escritores nos encanta que nos hablen de nuestras obras, esas “cosas” que hemos fabricado con tanto cariño:
fabricado, erigido, pintado, creado.
Las
opiniones buenas o malas son útiles sin son opiniones útiles, no todas las
opiniones son útiles. Además, este médico es muy lector. Con lo cual, su
opinión era importante.
La novela
la han leído, antes de su publicación, el forteólogo chileno que es mi
corrector. No es solo un corrector, es un experto en toda mi obra. Si viviera
en Madrid, pasearíamos él, su esposa y yo todas las semanas sin falta. Seguro
que se convertiría en un gran amigo mío.
El
segundo que la leyó fue un profesor de griego. Buen conocedor de la historia
sus opiniones eran importantes para mí. Fue un poco escaso en sus opiniones,
francamente. Sí, es un hombre lacónico.
El
tercero en leer el libro es lógico pensar que fue el editor y los miembros de
la editorial. No me dio ninguna opinión sobre la obra. Solo me llamó y me dijo
que la publicaba. Estoy rodeado de gente lacónica.
La cuarta
en leer el libro fue cierta mujer mexicana que es un ángel mío a la distancia.
Desde aquí noto su cariño sincero. Siempre está ahí. Lejos y cerca a la vez.
Presente en mi vida y con un océano de por medio.
El cuarto
en leerla fue un médico que trabaja en Inglaterra. Una persona que cada vez me
resulta más entrañable. En esta amistad, se va incluyendo su mujer.
El quinto
es un médico español, que es el que me ha llamado esta mañana. He hablado con
él mientras iba por los armarios de comida, mientras pagaba a la cajera,
mientras conducía, mientras subía las bolsas por la escalera. La conversación
ha acabado cuando ya había puesto las compras en la nevera y los armarios.
Escuchar
su emoción sobre mi libro tenía un poco de cosecha. Sentía en él la emoción de
los lectores por venir. Era un poco de rocío sobre la abrasada piel del
escritor. Esta última frase, como bien sospecháis, es totalmente literaria.
P. FORTEA
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