— ¿Qué le sucede a los niños que nacen muertos o son abortados? ¿A dónde van?
— Las
almas del Purgatorio me dicen que no van al Cielo, pero como son inocentes,
tampoco van al Purgatorio. Van a un lugar que se encuentra en el medio. Se le
puede llamar «limbo» o «Cielo de los niños». La palabra «limbo» proviene de
«limbus», que es el espacio entre la zona impresa de una página y el borde del
papel. Las almas de los niños que están allí no saben que existe algo mejor. No
saben que no están en el Cielo, y nosotros tenemos la responsabilidad de
hacerles llegar allí. Algo que no nos costará mucho porque nunca tuvieron la
oportunidad de pecar. Lo podemos hacer con una ceremonia de «bautismo del no nacido» o con una misa de réquiem.
También deberíamos dar un nombre a los niños que han nacido muertos o a los que
se ha abortado, y se les debe aceptar dentro de la familia. Así entran en el
Libro de la Vida.
Conocí a una enfermera que trabajaba en un hospital de Viena que siempre bautizaba a los niños nacidos muertos y a los abortados del hospital. Lo hacía dos veces al día: por la mañana para aquellos que habían muerto durante la noche, y por la noche para aquellos que habían muerto durante el día. Cuando le llegó la hora de su muerte, exclamó: «¡Oh, aquí vienen todos los niños, tantos niños!». El sacerdote que se encontraba a su lado le contestó: «Seguro has bautizado a tantos. Ahora ellos vienen a ayudarte». Y estos niños le ayudaron en su camino.
Algo semejante cuenta el Padre Ángel Peña en uno de sus libros: «Hace pocos años murió una religiosa en un convento de Alemania. Cuando estaba agonizando, su rostro se iluminó y, mirando a lo lejos, maravillada, exclamó: “¡Oh, tantos niños negritos, tantos niños negritos, me están buscando para llevarme al Cielo!” Las otras hermanas, que presenciaron el hecho, no vieron nada, pero después recordaron que la ancianita tenía la costumbre de echar todas las noches antes de acostarse el agua bendita a los niños negritos de África para bautizarlos. Ahora habían venido estos niños bautizados desde lejos a buscar a su bienhechora.»
— Si una mujer admite que su aborto fue un gran pecado, ¿qué debe hacer para estar segura de que Jesús lo ha borrado?
— La
mujer debe inmediatamente confesarse con un sacerdote y pedirle perdón a Jesús
con total sinceridad. Luego deberá hacer una penitencia profunda y de corazón
para sentirse nuevamente en verdadera paz. Deberá dar también un nombre al niño
para que este se sepa aceptado y amado en la familia a la que pertenece y para
que ingrese en el Libro de la Vida. Debe pedirle perdón a su hijo y, por
último, debe bautizarlo y mandar celebrar una misa en su nombre como ya
expliqué. Si todo esto se hace con un corazón humilde y arrepentido, entonces
será suficiente.
— Tras hacer todo esto, ¿queda algún efecto pendiente?
—
Sin tener en cuenta que la madre nunca olvidará lo que ha hecho, las almas del
Purgatorio me han dicho que la madre verá en el Cielo el lugar vacío donde
habría estado su hijo tras haber vivido una vida completa. Pero porque el Cielo
es el Cielo, no existirá ningún dolor de ningún tipo al respecto.
— ¿Se castigarán todos los abortos de la misma manera?
— No,
porque en la actualidad sucede con frecuencia que las adolescentes son forzadas
por sus padres o por la sociedad a realizar un aborto. En esos casos, la mayor
parte de la responsabilidad es de los adultos que las llevan a esa situación.
Los médicos que se lucran del aborto, y los medios de comunicación y los
gobiernos que reducen la conciencia de la sociedad serán penados severamente.
También las industrias médicas y cosméticas que utilizan derivados del feto para
desarrollar otros productos descubrirán la enormidad de sus pecados. Debemos
rezar mucho por todos ellos.
— Muchas mujeres de EE.UU., y del resto de Occidente y también, supongo,
de Oriente, dicen que pueden hacer lo que quieran con su cuerpo y con lo que
llevan dentro. ¿Qué les diría?
—
¿¡Cómo se atreven a hacer a un niño indefenso lo que nunca permitirían que se
les hiciera a ellas mismas cuando llegue el momento de estar indefensas como
para defenderse!? ¡Qué rápido actúan para denunciar a un vecino cuando una rama
de su árbol se cae y daña parte de su propiedad! Pero cuando quitan una vida es
su derecho, y nadie se atreve a interceder por esa vida. Son personas muy
pobres que necesitan de nuestra oración diaria para liberarse de su egoísmo,
arrogancia y confusión.
***
Del libro “¡Sáquennos de Aquí!”, de Nicky Eltz.
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