¿Por qué Dios permite que suceda todo esto? ¿Por qué Dios no termina de una vez con tanto sufrimiento? Escucho por todos lados preguntas como estas, creyentes y no creyentes. Incluso, no pocos católicos practicantes, que experimentan dudas y se hacen preguntas que no saben cómo responder.
¿CÓMO ESTÁ TU FE?
Aunque no nos guste, es bueno
que de vez en cuando se nos cuestione la fe. No es necesariamente malo que
sintamos que se nos pone a prueba, triste sería perderla. Frente a la situación
que vivimos suena sensato preguntarse: ¿Dónde está
Dios?, ¿nos ha abandonado?, ¿no le interesa lo que está pasando?, ¿por qué permite tanto sufrimiento?, ¿por qué un dolor que
azota a la humanidad?
La realidad que enfrentamos
nos está obligando a revisar nuestra fe. ¿En quién
creemos?, ¿en quién tenemos puesta nuestra seguridad? Probablemente, si
estamos poniendo nuestra fe en duda, es porque todavía tenemos que
profundizarla y vivirla con más intensidad.
Por ello creo que, aunque la
situación es muy incómoda, podemos sacar algo bueno de toda esta experiencia.
Te comparto a continuación varias píldoras de fe para levantar el ánimo y
alegrar el corazón.
¿CÓMO PODEMOS CREER EN DIOS AMOR SI PERMITE TANTO
DOLOR?
Revisemos juntos algunos
puntos muy claros y concretos para compaginar nuestra fe cristiana con la
realidad dura que vivimos.
1. Dios no es
el culpable, ni tampoco puede querer algo malo para nosotros: al principio, cuando nos creó, todo era bueno. Todo este mal, dolor,
sufrimiento y muerte es parte de la vida actual. La vida en este mundo, aunque
no nos guste, ya está marcada por la ruptura del pecado.
¿Qué ha cambiado
en este tiempo en el que nos percibimos tan inseguros y tambalean nuestras creencias?
Creo yo, que
una de las razones principales es que la realidad que vivimos nos estampa «en la cara» el misterio del mal, que se
manifiesta, de forma desgarradora, en la cantidad de muertos que parece no
terminar.
2.
¿Cómo es posible que Dios permita todo esto?, ¿acaso no se da
cuenta de lo que estamos padeciendo? Parece insensato creer en un Dios que nos ame, y quiera nuestra
felicidad, cuando en realidad vemos toda esta situación caótica.
¿Te has hecho
estos interrogantes?, ¿qué piensas cuando parece que Dios no se asoma a
nuestras vidas?
3.
La insensatez no la tiene Dios, sino nosotros: que por nuestras acciones
optamos muchas veces por el camino del mal, en vez de elegir, encaminando bien
nuestra libertad, seguir a Dios. Con un poquito de humildad, no le echemos la
culpa a Dios y tomemos conciencia.
Muchas veces culpamos a Dios
de las desdichas que hay a nuestro al rededor. Cuando en realidad somos
nosotros los que ignoramos nuestro mal comportamiento, nuestra falta de caridad
hacia los demás. Si todos tomáramos más conciencia de que los insensatos somos
nosotros, muchas cosas cambiarían.
4. Dios no es
indiferente a nuestro dolor: Él no es alguien que nos creó y nos dejó tirados al azar del destino,
como un castigador, que se regocija viendo el mal uso de nuestra libertad.
Somos nosotros quienes hemos elegido alejarnos libremente de Dios.
Empezando por nuestros primeros padres,
en el origen de la creación, cuando prefirieron hacerle caso a Satanás.
Dios había creado todo bien, creo que lo asumimos como un dato tan obvio que no
le damos el peso que tiene. Nuestro Dios no creó, ni tampoco pudo haber creado
nuestro mundo con maldad.
5.
Seguimos prefiriendo alejarnos de Dios: optando por nuestros caprichos y gustitos, en vez de vivir la felicidad
y alegría junto con Él. Dios no quiere de ninguna manera nuestro sufrimiento,
pero permite que sucedan las cosas porque respeta nuestra libertad.
¿POR QUÉ NO HIZO LAS COSAS DE OTRA MANERA, SI SABÍA
TODO LO QUE OCURRIRÍA?
Porque sin esta libertad, que
por su mal uso origina el mal, no podríamos amar. La libertad es condición
indispensable para el amor. Nadie nos puede obligar a que amemos a una persona.
Siempre está en nuestras manos
acercarnos al bien, o elegir el camino del mal. Seguir a Dios, la verdad que
nos manifiesta el amor, y es nuestro camino de felicidad, o la mentira que nos
lleva a las tinieblas de la tristeza y soledad.
¿QUÉ PODEMOS HACER ANTE EL SUFRIMIENTO QUE PARECE
NO TENER FIN?
1.
Reafirmar nuestra fe en Dios: que no es culpable, ni tampoco indiferente
con nuestro sufrimiento. Sino que se hizo hombre como nosotros,
y nos acompaña en nuestro dolor, hasta incluso, morir en la cruz por amor.
2.
No pensar que está lejos o desapareció: ¡mira la cruz! Recuérdate que sigue sufriendo por cada uno de nosotros,
ayudándonos con nuestras propias cruces y sufrimientos. Cada vez que vemos a un
sacerdote consagrando el pan y el vino, vemos realmente ese sacrificio de
Cristo en la cruz.
3.
Creer que Él conoce muy bien nuestra situación: porque sufrió y se hizo
igual a nosotros, menos en el pecado. Nos dice que si estamos tristes y
agobiados, vayamos a buscarlo, porque en Él, el dolor se hace más suave y la carga ligera.
4.
Depositar en Él la seguridad que tanto deseamos: porque Él es el único que
realmente sabe lo que experimentamos en nuestros corazones, y tiene las
respuestas que buscamos.
¡NO PERDAMOS LA ESPERANZA!
¡Ánimo! Cristo ya está resucitado.
Precisamente, por esta realidad de dolor, sufrimiento y muertes vino el Señor a
nuestro mundo hace 2000 mil años y murió en la cruz. Para salvarnos del pecado,
que es la razón de todo este mal.
Él ya venció todo esto.
Nuestra fe es en un Dios real, que vive y es camino para la felicidad. Nos dice
muy bien san Pablo, que la razón de nuestra fe es que Cristo venció el poder de
la muerte y del pecado cuando resucitó después de tres días.
Si
estás dudando, pídele al Señor que aumente tu fe. Que te ayude abrir, de par en
par, tu corazón, y puedas poner en Él tu esperanza. Él quiere que vivamos en
paz. Pero una paz que reconoce la realidad dura que vivimos, aceptándola con la
certeza de la victoria alcanzada por la resurrección.
Como cristianos, aceptamos la
realidad trágica actual, y reconocemos el dolor profundo que experimentamos,
porque creemos y seguimos a Jesús, que después de tres días, hizo nueva todas
las cosas, y nos hace partícipes de la gloria de su resurrección.
Escrito por Pablo Perazzo
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